Los David
de Donatello son los galardones cinematográficos más prestigiosos otorgados por
la Academia del Cine Italiano y, probablemente, también los más tardíos en entregarse.
El próximo 3 de mayo, el mismo día en que se publicará esta crítica, las
estatuillas reconocerán las producciones del año 2023, de modo que no podré
reflejar el resultado. No obstante, la película que parte con mayor número de
candidaturas, nada menos que diecinueve, es “Siempre nos quedará mañana”, que
ya cuenta con uno asegurado y previamente anunciado: el denominado “David dello
spettatore”, al título más visto por el público en las salas de proyección.
Aunque en
su última edición, la candidata por Italia al Oscar al mejor film de habla no
inglesa fue “Yo, capitán” (que recibió la nominación, pero no el ansiado
reconocimiento), “Siempre nos quedará mañana” cosechó un rotundo éxito dentro
de sus fronteras, con una recaudación superior a los cuarenta millones de
euros, convirtiéndose en la cinta más taquillera de la época posterior al
covid, por encima de fenómenos mundiales como "Oppenheimer" o
"Barbie".
¿Pero qué
tiene esta obra? Sobre todo, una extraordinaria capacidad para conmover y una
certera habilidad para tratar un tema tan desagradable como el de los malos
tratos con una visión que termina resultando bonita y esperanzadora. La
propuesta engancha al espectador porque le compele directamente y le ofrece un
ramillete de secuencias donde, finalmente, son la emoción, el optimismo y la
reafirmación femenina los que destacan. Tal vez el guion suscite algunos
reparos y quizá la narración se altere para alcanzar los propósitos de la
directora pero, en cualquier caso, no cabe duda de que desprende sensibilidad.
Si después de contemplar una historia tan triste, prevalecen en la memoria los
momentos hermosos, alegres y alentadores, la labor de maquillaje autoimpuesta
ha surtido su efecto.
En la
Roma de la década de los cuarenta, una mujer, madre y esposa, se limita a
ejecutar tales roles conforme a las reglas impuestas en la época. No parece
contar, en principio, con más opciones, toda vez que las penurias post bélicas
y la compañía de un marido tosco y embrutecido no le animan a explorar otros
caminos, pese a los malos tratos continuos que padece. El hombre no pierde
ocasión de proclamar su dominio y superioridad dentro de la casa, y tan sólo
respeta a su propio padre. Ante semejante tesitura, la única ilusión de ella se
centra en el casamiento de una de sus hijas, enlace que también la novia
justifica en el deseo de escapar de su familia. Cuando el panorama parece
condenado a perpetuarse, un repentino giro abrirá la puerta a que la
protagonista se replantee su existencia.
Paola
Cortellesi asume la doble faceta de directora e intérprete principal. Muy conocida
en su país de origen, con este trabajo ha dado el salto a la esfera
internacional. Realiza una buena labor en las dos actividades que desempeña y
consigue firmar un trabajo que, a mi juicio, trascenderá y se convertirá en un
clásico del cine italiano. No parece sencillo aunar delicadeza y brutalidad,
hermosura y barbarie, tristeza y esperanza. Y en esta capacidad estriba su
mayor logro, al margen de cuestionamientos de técnica o estilo. Quién sabe si,
con menos tacto, el proyecto hubiera sido un fracaso. Pero el hecho cierto es
que se alza como un éxito llamado a contribuir a la lucha contra la violencia
de género de un modo más eficaz que otras propuestas realistas y desgarradoras.
Completan
el reparto el actor Valerio Mastandrea, cuyo personaje peca de excesiva
caricaturización y que en 2009 participó en el musical “Nine”, a las órdenes de
Rob Marshall, Romana Maggiora Vergano, Emanuela Fanelli y Giorgio Colangeli.
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