Durante
los años ochenta y noventa, Meg Ryan contó con un destacado protagonismo y
relevancia en el mundo del cine. Debutó en 1981 con la película “Ricas y
famosas”, dirigida por el gran George Cukor. Participó asimismo en importantes
éxitos de taquilla, como “Top Gun”. Incluso se encumbró como reina de la
comedia romántica gracias a títulos tan icónicos como “Cuando Harry encontró a
Sally” o “Algo para recordar”. Sin embargo, su buena racha cambió con la
llegada del nuevo siglo, entrando en un bucle de desafortunado declive. Por lo
que respecta a David Duchovny, alcanzó la fama mundial merced a la popular
serie televisiva “Expediente X”, que derivó en obra de culto con legiones de
seguidores. Interpretó el personaje de Fox Mulder en ambos formato de pantalla,
triunfando por todo lo alto a nivel mundial. No obstante, nunca llegó a
destacar fuera de la piel del mítico agente del FBI, a quien dio vida durante
más de una década. Se encasilló de tal manera en el papel que el resto de sus
trabajos pasaron prácticamente desapercibidos.
Ahora, ejerciendo
ella como productora, guionista, actriz y directora, y él como actor, regresan
con una propuesta que pretende ser otra comedia romántica, pero que desde el
inicio evidencia que no servirá para revivir tiempos pasados que, para ellos,
fueron sin duda mejores. Las comparaciones, inevitables y odiosas, impiden que
este nuevo proyecto ni siquiera se acerque
mínimamente a las cintas clásicas en las que se inspira o desea
homenajear, convirtiéndose a la postre en una apuesta desangelada.
“Lo que
sucede después” avanza a base de chispazos puntuales, algún diálogo más o menos
logrado y ciertos momentos con mayor sentido, pero desconectados dentro de
demasiado metraje, insulso y, en
ocasiones, hasta ridículo. Cuanto tiene que ver con el sentimentalismo requiere
siempre de una conexión (a menudo, inexplicable) entre obra y espectador. Pues
bien, aquí dicha conexión no existió conmigo y me aventuro a afirmar que
tampoco con la inmensa mayoría del público. Ciertamente, la frontera entre lo
romántico y lo cursi, entre lo entrañable y lo ñoño, resulta bastante fina y,
en este concreto ejemplo, se traspasa demasiadas veces.
Después
de una larga etapa, dos antiguos amantes se reencuentran por primera vez en un
aeropuerto desde que se separaron. Atrapados debido a las inclemencias meteorológicas,
de entrada sólo desean llegar a sus destinos y continuar con sus vidas. Sin embargo,
durante el transcurso de la noche, comienzan poco a poco a sentir de nuevo
cierta atracción mutua y se plantean revisar el pasado y lo que podría haber
sido su relación.
No faltan
nombres de actores y actrices que desempeñan notablemente su faceta artística
detrás de la cámara, pero no es el caso de Meg Ryan. Sus carencias como
realizadora resultan evidentes, manifestando una desidia en la forma de contar
la historia que conduce a mirar el reloj más de una vez a lo largo de la
proyección, ansiando su finalización. Tal vez sirva, como mucho, para querer
revisionar antiguos largometrajes de la misma temática. Esa sana nostalgia por volver
a ver lo que nos conmovió, gustó o entretuvo constituye, probablemente, el
mayor valor de “Lo que sucede después”.
Por ello,
ese mensaje final de decadencia afecta tanto a Meg Ryan como a David Duchovny, de
hecho los únicos intérpretes del film. Solos los dos ante el peligro, el propio
peligro les atrapa. Quién sabe si esta idea hubiera dado lugar a un buen
cortometraje. Desde luego, como largo moderado (apenas supera la hora y media
de duración), todavía diversos tramos resultan prescindibles. Cabe resaltar
que, al menos, el bajo coste de tres millones de dólares juega a su favor, una
cifra bastante exigua para una producción norteamericana y, por tanto,
fácilmente recuperable. Aun así, y pese a todo lo escrito anteriormente, la
pareja posee suficiente gancho entre la audiencia como para evitar un desastre
económico.
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