Fue en
1979, hace ya cuarenta y cinco años, cuando el cineasta australiano George
Miller estrenó “Mad Max: Salvajes de autopista”, con un jovencísimo y todavía
desconocido Mel Gibson en el reparto. La repercusión de aquella propuesta dio
inicio a una saga que se completó con “Mad Max 2, el guerrero de la carretera”
(1981) y “Mad Max, más allá de la cúpula del trueno” (1985). Confieso que nunca
ha sido una trilogía de mi agrado pero, sea como fuere, desde mediados de los ochenta
parecía cerrada y amortizada. Su director, después de estrenar “Las brujas de
Eastwick” y “El aceite de la vida”, se centró en producciones protagonizadas por
animales (“Babe, el cerdito en la ciudad”, “Happy Feet” -que le reportó un
Oscar de Hollywood- y “Happy Feet 2”). Sin embargo, en 2015 retomó aquel primer
éxito y rodó “Mad Max: Furia en la carretera”. Ahora, casi una década después, presenta
“Furiosa: De la saga Mad Max”, anunciando además una sexta entrega de este
serial de aventuras. Miller,
que se convertirá en octogenario dentro de unos meses, mantiene sin duda su espíritu
joven y juguetón.
Puedo
entender los motivos por los que gustan estas últimas producciones.
Estéticamente resultan llamativas, visualmente poseen fuerza y ritmo, y
narrativamente desprenden una extraña combinación de fatalidad y rebeldía.
Algunas secuencias se encuentran muy bien trabajadas técnicamente y logran
arrastrar al público por esa senda de furia y descontento que, a buen seguro,
llevan consigo y desean liberar en la sala de proyección. También presentan un
perfil de videojuego que engancha a las nuevas generaciones. Por lo tanto, se
augura otro notable éxito de taquilla.
No
obstante, a mí ese engatusamiento visual no me dura la totalidad del metraje
(en mi opinión, excesivo) y empiezo a detectar importantes vacíos de guion al
cabo del primer cuarto de la historia. Cada vez percibo más reiteraciones
respecto a las anteriores aventuras y termino distanciándome de la nueva oferta.
Conforme se acerca el final, recupero un nuevo brío que me anima a mirar con
mayor interés, pero sin entusiasmo. Y, como me sucede en otras tantas
ocasiones, acuso un estiramiento artificial en la duración de la cinta y en el
número de títulos que componen la saga, máxime cuando se ha anunciado su
continuación en poco tiempo.
En un
mundo postapocalíptico donde todo ha perdido su valor, los pocos supervivientes
se guían por la ley del más fuerte. Sin aprecio por la vida, lo único que
despierta un brutal interés es la gasolina, sinónimo de poder y objetivo de mafias
y bandas armadas especialmente violentas. Ante estas adversas condiciones surge,
despiadada y salvaje, la joven Furiosa, que se verá inmersa en una lucha entre
dos tiranos.
Ese
empeño de deslumbrar a base de imágenes recargadas, coloridas y extravagantes
termina por resultar redundante y excesivamente estridente. Un fenómeno similar
sucede con el ansia de rodar acrobacias y movimientos imposibles que, más que
entretener, agota. Aun así, reconozco ingenio y arrojo a la hora de trasladar a
la gran pantalla una idea que, contada con palabras, sonaría ridícula pero que,
traducida a imágenes, posee magnetismo si quiera a ratos.
Anya
Taylor-Joy y Chris Hemsworth asumen los papeles estelares. Ella saltó a la fama
gracias a las series televisivas “Gambito de dama” y “Peaky Blinders”, participando
después en largometrajes como “Última noche en el Soho”, “El menú” o
“Amsterdam”. Su rostro diferente y su habilidad interpretativa le convierten en
una presencia especial delante de la cámara. Él lleva construyendo su carrera
paralelamente a la del personaje de Marvel “Thor”, que alterna con filmes de
acción como “Tyler Rake” o ”12 valientes”. Ambos cumplen con su labor, aunque
cabe reconocer que Taylor-Joy sobresale.
Completan
el elenco Tom Burke (“Living”, “Mank”), Lachy Hulme (“Matrix Revolutions”), Charlee
Fraser (“Cualquiera menos tú), Elsa Pataky (“Fast & Furious”) y Nathan
Jones (“Troya”, “Conan el bárbaro” de 2011).
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