El realizador norteamericano Joseph Sargent dedicó la práctica totalidad de su carrera profesional al medio televisivo. Dirigió numerosos episodios de series tan populares como Bonanza y Lassie y fue el responsable de decenas de telefilmes rodados a lo largo de cuatro décadas. De hecho, y pese a sus ochenta y cuatro años de edad, todavía sigue en activo. En el año 1974 realizó una incursión en la pantalla grande con una cinta titulada originalmente «The Taking of Pelham One Two Three». Este largometraje, protagonizado por los excelentes Walter Matthau y Robert Shaw, se basaba en una novela del escritor Morton Freedgood que narraba la historia de un malvado delincuente que se apodera de un vagón de metro y solicita un rescate a cambio de la liberación del pasaje. Si no acceden a sus peticiones irá asesinando pasajero a pasajero al grupo de rehenes a medida que el tiempo avance. Frente a él, un astuto trabajador de la línea subterránea de transportes que conoce a la perfección todo el sistema de túneles tratará de impedir el éxito de tan descabellado plan. En 1998 Félix Enriquez Alcalá, otro realizador norteamericano de origen hispano, trasladó idéntica trama con el mismo título a otro telefilm protagonizado por el actor Edward James Olmos, famoso por su interpretación del teniente Castillo en Corrupción en Miami.
Ahora se estrena una tercera versión de la misma historia en lo que podría considerarse una prueba más de la falta de ideas originales del Hollywood actual. En esta ocasión es el realizador británico Tony Scott, un auténtico especialista en el género de acción, el que asume la dirección. En su filmografía figuran títulos tan conocidos como Top Gun, Superdetective en Hollywood II, Enemigo público o Domino y, aunque ha logrado éxitos de taquilla muy notables, nunca ha podido firmar una película recomendable al cien por cien, estando siempre a la sombra de los reconocimientos de su hermano Ridley.
En este caso, a pesar de repetir argumento, existen razones que invitan a acudir a las salas de proyección y el primero de ellos es, sin duda, la pareja protagonista que forman John Travolta y Denzel Washington, dos pesos pesados de la industria del séptimo arte. Ambos poseen un gancho especial y aportan una singular presencia de modo que, cuando están en estado de gracia, justifican por sí solos el precio de una entrada. Los dos cumplen su misión dignamente y harán disfrutar a sus incondicionales con toda seguridad. Otro motivo es que, efectivamente, las dosis de tensión e intriga de Asalto al tren Pelham 1 2 3 son más que suficientes para que destaque en una cartelera veraniega que tan pocos alicientes ofrece a los aficionados al cine.
Pero también se detectan carencias, como su evidente falta de originalidad y el particular estilo narrativo del director. Como dijo el propio Travolta en una de las entrevistas de promoción del largometraje “esta versión es como la de 1974 pero con esteroides: intensa y exagerada”. La citada frase expresa con acierto la tendencia del menor de los Scott, a quien le puede más el espectáculo visual que el rigor narrativo, la voracidad de la acción que el perfil de los personajes, la exageración que la mesura. Y esa preferencia por la desproporción y por las grandes magnitudes la lleva a todos los ámbitos, incluido el de la producción. Con un presupuesto de cien millones de dólares ha recaudado en Estados Unidos menos de setenta, por lo que aguarda al mercado mundial para, al menos, recuperar la inversión.
Ahora se estrena una tercera versión de la misma historia en lo que podría considerarse una prueba más de la falta de ideas originales del Hollywood actual. En esta ocasión es el realizador británico Tony Scott, un auténtico especialista en el género de acción, el que asume la dirección. En su filmografía figuran títulos tan conocidos como Top Gun, Superdetective en Hollywood II, Enemigo público o Domino y, aunque ha logrado éxitos de taquilla muy notables, nunca ha podido firmar una película recomendable al cien por cien, estando siempre a la sombra de los reconocimientos de su hermano Ridley.
En este caso, a pesar de repetir argumento, existen razones que invitan a acudir a las salas de proyección y el primero de ellos es, sin duda, la pareja protagonista que forman John Travolta y Denzel Washington, dos pesos pesados de la industria del séptimo arte. Ambos poseen un gancho especial y aportan una singular presencia de modo que, cuando están en estado de gracia, justifican por sí solos el precio de una entrada. Los dos cumplen su misión dignamente y harán disfrutar a sus incondicionales con toda seguridad. Otro motivo es que, efectivamente, las dosis de tensión e intriga de Asalto al tren Pelham 1 2 3 son más que suficientes para que destaque en una cartelera veraniega que tan pocos alicientes ofrece a los aficionados al cine.
Pero también se detectan carencias, como su evidente falta de originalidad y el particular estilo narrativo del director. Como dijo el propio Travolta en una de las entrevistas de promoción del largometraje “esta versión es como la de 1974 pero con esteroides: intensa y exagerada”. La citada frase expresa con acierto la tendencia del menor de los Scott, a quien le puede más el espectáculo visual que el rigor narrativo, la voracidad de la acción que el perfil de los personajes, la exageración que la mesura. Y esa preferencia por la desproporción y por las grandes magnitudes la lleva a todos los ámbitos, incluido el de la producción. Con un presupuesto de cien millones de dólares ha recaudado en Estados Unidos menos de setenta, por lo que aguarda al mercado mundial para, al menos, recuperar la inversión.
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