Ridley
Scott es el responsable de numerosas películas que he visionado una y otra vez,
desde “Alien, el octavo pasajero” a “Blade Runner” y “Thelma & Louise”,
pasando por “Gladiator”, “Black Hawk derribado” o “Red de mentiras”. Se trata
de un británico todo terreno con sobrada capacidad para rodar buen cine.
Cuestión distinta es que no siempre dé en el clavo. En ocasiones, desconcierta
por completo con títulos como “La teniente O'Neil”, o provoca los peores presagios
anunciando una segunda entrega de “Gladiator”. Aun así, su valía queda fuera de
toda duda. Por ello, ya se ha ganado en virtud de sus sobrados méritos alcanzar
el olimpo de los cineastas. Dicho lo cual, “Napoleón” pertenecerá a ese grupo
de cintas que yo revise periódicamente.
Gran
parte del trabajo de Scott se halla marcado por la épica, de modo que no me
sorprendió su interés hacia el perfil del célebre emperador francés. Y, si bien
la grandilocuencia marca la proyección de este film, refleja una pomposidad sin
alma. No pocos castillos, vestuarios recargados, enormes batallas y gigantescos
egos se alían en una trama cuyo hilo argumental, sin embargo, resulta inconexo,
falto de garra e, incluso, aburrido. Más allá de los saltos temporales entre
escenas, existen diversas secuencias que no encajan dentro de la narración.
Por
momentos peca de una falta de originalidad impropia en un proyecto de esta
magnitud. No alcanzo a entender cómo en determinados planos se introducen temas
musicales compuestos por Dario Marianelli para “Orgullo y prejuicio” (2005), de
Joe Wright, cuando es Martin Phipps quien firma el resto de la banda sonora.
Para colmo, el tono romántico de la exquisita melodía de Marianelli no casa en
absoluto con las imágenes a las que aquí acompaña, dando lugar al rechinar de elementos
sobre los que se desarrolla el relato. Más allá de las críticas vertidas por
los historiadores, que acusan al largometraje de falta de rigor en ciertos
tramos del guion, queda patente la pretensión de que la magnitud del personaje
sirva para captar la atención del espectador. Y durante un tiempo lo consigue
pero, ante un metraje de dos horas y media, tendría que haber existido más mimo
en la recreación y en la construcción de las demás personas que aparecen en
pantalla, pues la concatenación de batallas y el subrayado de la vanidad de los
protagonistas no bastan. En “Gladiator”, los diferentes papeles, trabajados con
mayor profundidad, disponían de diálogos memorables dentro de un argumento
mucho más sugestivo. En “Napoleón”, por el contrario, se abusa de las
posiciones rígidas y de las miradas distantes.
Joaquin
Phoenix, ganador de un Oscar por su actuación en “Joker” y nominado gracias a
su participación en “Gladiator”, “En la cuerda floja” y “The Master”, da vida
al controvertido emperador galo. Ejecuta una correcta labor, generando de nuevo
la duda sobre el verdadero grado de dificultad que le supone cada
interpretación, teniendo en cuenta la perturbación y el desequilibrio que
muestra públicamente en la vida real. Continúa apuntalando su leyenda con otro
personaje excéntrico, aunque a mi juicio recurre en exceso a recursos y tics
muy manidos. Vanessa Kirby (candidata a la estatuilla por “Fragmentos de una
mujer”), encarna a Josephine Bonaparte y cumple también con solvencia.
Para
concluir, una última mención al Cine Víctor, donde fui a ver la película. Abrieron
la taquilla a la misma hora marcada para el comienzo del pase, con lo que se
retrasó el inicio de la proyección e impusieron un precio superior al de la
entrada normal “debido a la excesiva duración de la cinta”, como si cuando
fuese más corta lo rebajasen. Desde luego, son los propios exhibidores que se
quejan del auge de las plataformas a las que los espectadores recurren desde
sus domicilios los que a veces no demuestran la profesionalidad necesaria para
honrar al Séptimo Arte.
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