Iniciaré
este análisis cinematográfico enumerando los méritos de “Misión imposible:
Sentencia mortal - Parte 1”, pues habrá que esperar a 2024 para visionar su
segunda parte: preciosas localizaciones; fotografía y dirección artística muy
cuidadas; sobresalientes aspectos técnicos; entretenidas secuencias de acción;
píldoras cómicas con gracia; y entregado elenco de actores, en especial un Tom
Cruise que continúa engrandeciendo su leyenda en la Meca del Cine. Sin embargo,
la franquicia se ha ido alejando progresivamente de la propuesta inaugurada por
Brian de Palma en 1996, relegando a personajes y guion a un segundo lugar y
apostándolo todo al objetivo de apabullar visualmente a los espectadores a
través de escenas cada vez más coreografiadas y espectaculares, pero que
abandonan el género de acción y aventuras para adentrarse en el de ciencia
ficción. La saga de “Misión Imposible” se ha convertido en una representación
circense del “más difícil todavía”, que sirve para asombrar en determinados
momentos del metraje pero que, ante el contexto de una historia de tres horas
de duración, resulta insuficiente.
A menudo
he citado en mis críticas semanales una frase de la cinta “The International -
Dinero en la sombra”: “La diferencia entre ficción y realidad es que la ficción
debe tener sentido”. Y, por lo que compete al Séptimo Arte, ese sentido depende
del género en el que se enmarca cada película. Que en “E.T. El Extraterrestre” los
niños surquen el cielo pedaleando sobre sus bicicletas tiene sentido. Por el
contrario, si Paul Newman y Katharine Ross hicieran lo mismo en “Dos hombres y
un destino”, no lo tendría. Dicho de otro modo, el género marca los límites de
la lógica narrativa y en “Misión imposible: Sentencia mortal - Parte 1” estos se
sobrepasan ampliamente a causa de un argumento tramposo y escasamente trabajado
y, más aún, de una manifiesta inverosimilitud en un considerable número de
planos.
La
concreta escena de una interminable y desproporcionada persecución
automovilística por las calles de Roma, en la que los protagonistas viajan en
un minúsculo Fiat y sus perseguidores en un convoy de potentes vehículos, siembra
la duda sobre si el director del film se ha decantado por la acción o por la
comedia. Personalmente, me recordó a “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” cuando Bob
Hoskins conducía el dibujo animado de un coche. Y, si la propuesta de Robert
Zemeckis en 1988 me divirtió, esta de Christopher McQuarrie me ha hastiado. Porque
la séptima entrega de las peripecias de Ethan Hunt, en ese afán por superarse y
rodar el plano más grandioso, la caída más aparatosa, el salto más gigantesco y
la pelea más impactante, olvida la esencia de los valores cinematográficos.
Eso sí,
genera pura adrenalina, no da tregua al descanso y muestra hasta el último
dólar invertido en una impecable realización técnica, pero el alma, tanto de la
antigua serie televisiva como de su primera entrega, tristemente ha
desaparecido. A título particular, me quedo con el trabajo de De Palma
estrenado hace veintisiete años.
Cruise
encabeza de nuevo el reparto y asume la doble misión de devolver a las salas de
cine a los espectadores tras la pandemia y de propiciar la llegada de las obras
a las plataformas de exhibición. Literalmente, se juega la vida en el intento.
Se trata de un notable actor cuya contribución al sostenimiento de la industria
resulta incuestionable. Lástima que haya dejado por el camino el espíritu de
apuestas como “Rain Man”, “Nacido el 4 de julio”, “Algunos hombres buenos” o
“Magnolia” ya que, a mi juicio, sus cualidades interpretativas trascienden a
los largometrajes de acción y aventuras.
Junto a su
equipo habitual (Ving Rhames y Simon Pegg), figuran en esta ocasión Hayley
Atwell (“La duquesa”), Vanessa Kirby (“Fragmentos de una mujer”) y Pom
Klementieff (“Vengadores: Infinity War”).
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