“En busca
del arca perdida” e “Indiana Jones y la última cruzada” son dos de mis cintas favoritas.
Las disfruté en su momento y lo sigo haciendo cada vez que vuelvo a verlas. Su
mezcla de aventura, humor y narración cinematográfica me parece fantástica,
aunque he de confesar que la cuarta entrega de la saga me decepcionó. Por eso, al
enterarme de que iba a rodarse una quinta parte, no pude evitar presagiar la
lenta agonía de un personaje tan querido por mí, víctima de la artificial prolongación
de un serial que probablemente debió concluir en la propia década de los
ochenta. Aun así, “Indiana Jones y el dial del destino” constituye, en mi
opinión, una digna despedida para el más célebre arqueólogo de todos los tiempos.
Y, pese a no superar el nivel de las primera y tercera entregas (misión casi
imposible), sobrepasa ampliamente a “Indiana Jones y el reino de la calavera de
cristal”.
En una de
las escenas de la genial “Toy Story”, Buzz Lightyear intenta demostrar que
puede volar, lanzándose para ello al vacío mientras simula un vuelo a través de
diversas piruetas y golpes de fortuna. Y, ante su arriesgado gesto, su
compañero Woody le aclara que “eso no es volar, es caer con estilo”. Pues bien,
el Indiana Jones de 2023 tampoco vuela como el de 1981 ni el de 1989, pero
también cae con estilo y nos ofrece un cúmulo de secuencias divertidas y
entretenidas, con ese regusto de antaño que tanto satisface a quienes años
atrás nos deleitamos con la misma fórmula. En cualquier caso, presenta algunos
inconvenientes. Los efectos digitales, tan inevitables como evidentes, afectan
al resultado final y se cae en la recurrente manía de, para captar la atención
del público, incrementar la aparatosidad y la magnitud de las persecuciones y
peleas anteriores, rebasando límites que, en ocasiones, desmerecen los planos
secuencia.
Asimismo,
el notable director James Mangold no puede considerarse Steven Spielberg, cuya
mano se muestra más efectiva en este género de películas.
Sea como
fuere, cabe resaltar los innegables aciertos del film. Además de contar con una
figura atrayente, buena parte del metraje se ve impulsado por una intensa
vitalidad. Igualmente, el espíritu aventurero clásico permanece, de modo que
los ciento cincuenta minutos de proyección se tornan bastante ligeros y, al
menos en mi caso, generan diversión, lo que ya de por sí entraña un logro
considerable.
Teniendo
en cuenta el sabor agridulce que comporta, me parece más discutible el hecho de
incluir la melancolía entre los méritos o los deméritos del largometraje. Y es
que la empatía hacia “Indiana Jones y el dial del destino” se cimienta en la
nostalgia que provoca en los espectadores rememorar la franquicia al completo.
Existen constantes guiños a los títulos precedentes, trasladándonos la
sensación de que fuimos felices en otra época y que el paso del tiempo pone un
total e irremediable punto final. Cuesta contemplar a su octogenario
protagonista portando el mismo sombrero y agitando idéntico látigo. Por mucho
que los avances de la técnica atenúen sus arrugas, nos indican que ya ha pasado
media vida desde que le descubrimos esquivando aquella gran bola que amenazaba
con aplastarle.
Harrison Ford
es, sin duda, una estrella del Séptimo Arte. Más allá de su participación en
las sagas de “Star Wars”, “Indiana Jones” y “Jack Ryan”, reúne en su
filmografía joyas como “Blade Runner”, “Único testigo”, “Armas de mujer” o “El
fugitivo” que le convierten en una leyenda digna de reverencia.
Junto a
él intervienen Phoebe Waller-Bridge (célebre gracias a la serie televisiva
“Fleabag”), Mads Mikkelsen (“La caza”, “Casino Royale”, “Otra ronda”), Toby
Jones (“El topo”, “El velo pintado”, “Capitan América”) y, a cargo de un corto
cameo, Antonio Banderas.
Incuestionable
reconocimiento merecen Steven Spielberg y George Lucas, creadores de Indiana Jones,
así como los miembros de sus equipos, por los extraordinarios ratos que nos han
hecho pasar. Ha sido un honor asistir en primera persona tanto al nacimiento
como a la defunción de uno de los personajes más míticos de la Historia del
cine.
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