La popular cadena de televisión británica BBC emitió en 2003 una mini- serie titulada State of Play donde se mezclaban con éxito la intriga policial y la periodística. La sombra del poder se ha querido rodar como una especie de adaptación libre del mencionado serial. Su director es Kevin MacDonald, que saltó a la fama hace tres años con el interesante proyecto de El último rey de Escocia, vehículo que sirvió a Forest Whitaker para ganar el Oscar al mejor actor principal gracias a su recreación del dictador africano Idi Amin. A su vez, el joven actor James McAvoy (curiosamente el protagonista de la mencionada State of Play) comenzó a despuntar como una gran promesa de la interpretación, que se ha ido consolidando en posteriores títulos como Expiación. En la actualidad prepara el rodaje de The Eagle of the Ninth, drama bélico cuyo reparto encabeza Jamie Bell, que dio vida al bailarín Billy Elliot en la conmovedora cinta de Stephen Daldry.
La trama cuenta cómo dos periodistas de caracteres antagónicos se ven abocados a compartir la investigación de una noticia sobre unos asesinatos que, si bien en un principio salpican la reputación de un joven congresista norteamericano, a medida que avanza el metraje desvela una trama de corrupción política y empresarial al más alto nivel. El reflejo en la gran pantalla de cuestiones como las tramas gubernamentales, la corrupción del poder o las virtudes de la constancia periodística para intentar controlar a las administraciones públicas es muy habitual y son innumerables los títulos con esas premisas en su guión. Y tal vez ahí estribe el principal hándicap de este largometraje, que nos sitúa ante una oferta ya vista y para cuyo desarrollo se utilizan recursos muy similares a los de otros filmes. Escenas de persecución en garajes oscuros, policías despistados que vigilan al testigo clave mientras un asesino pretende acabar con él, discusiones entre dos periodistas con visiones diferentes sobre un mismo asunto, son propuestas manidas que restan originalidad al conjunto.
No puede negarse que el nivel de intriga es aceptable, la realización correcta y el resultado final entretenido, de modo que resulta recomendable a quienes buscan en un thriller dos horas de evasión. En cuanto a los resultados económicos, pueden tacharse de meramente aceptables tras su estreno simultáneo en Estados Unidos y España (quince millones de dólares en su primer fin de semana).
El principal atractivo de este título es su casting, compuesto por una serie de actores muy notables. El primero de ellos, el australiano Russell Crowe, maravilló hace algunos años a crítica y público con sus soberbias actuaciones en L.A Confidential, El dilema, Una mente maravillosa y Gladiador, en algunos casos obras maestras. Sin embargo, desde entonces su prestigio profesional ha decrecido y la mejor prueba de ello es su participación en esta cinta.
Le acompañan en el reparto la británica Helen Mirren (Oscar a la mejor actriz principal por La reina) y el norteamericano Ben Affleck, mucho más reconocido en su faceta de guionista (ganó la estatuilla de Hollywood “ex aequo” con Matt Damon por el guión de El indomable Will Hunting) y director (Adiós, pequeña, adiós) que en la de intérprete.
La trama cuenta cómo dos periodistas de caracteres antagónicos se ven abocados a compartir la investigación de una noticia sobre unos asesinatos que, si bien en un principio salpican la reputación de un joven congresista norteamericano, a medida que avanza el metraje desvela una trama de corrupción política y empresarial al más alto nivel. El reflejo en la gran pantalla de cuestiones como las tramas gubernamentales, la corrupción del poder o las virtudes de la constancia periodística para intentar controlar a las administraciones públicas es muy habitual y son innumerables los títulos con esas premisas en su guión. Y tal vez ahí estribe el principal hándicap de este largometraje, que nos sitúa ante una oferta ya vista y para cuyo desarrollo se utilizan recursos muy similares a los de otros filmes. Escenas de persecución en garajes oscuros, policías despistados que vigilan al testigo clave mientras un asesino pretende acabar con él, discusiones entre dos periodistas con visiones diferentes sobre un mismo asunto, son propuestas manidas que restan originalidad al conjunto.
No puede negarse que el nivel de intriga es aceptable, la realización correcta y el resultado final entretenido, de modo que resulta recomendable a quienes buscan en un thriller dos horas de evasión. En cuanto a los resultados económicos, pueden tacharse de meramente aceptables tras su estreno simultáneo en Estados Unidos y España (quince millones de dólares en su primer fin de semana).
El principal atractivo de este título es su casting, compuesto por una serie de actores muy notables. El primero de ellos, el australiano Russell Crowe, maravilló hace algunos años a crítica y público con sus soberbias actuaciones en L.A Confidential, El dilema, Una mente maravillosa y Gladiador, en algunos casos obras maestras. Sin embargo, desde entonces su prestigio profesional ha decrecido y la mejor prueba de ello es su participación en esta cinta.
Le acompañan en el reparto la británica Helen Mirren (Oscar a la mejor actriz principal por La reina) y el norteamericano Ben Affleck, mucho más reconocido en su faceta de guionista (ganó la estatuilla de Hollywood “ex aequo” con Matt Damon por el guión de El indomable Will Hunting) y director (Adiós, pequeña, adiós) que en la de intérprete.
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