Determinados
proyectos cinematográficos evidencian un propósito educativo y reivindicativo.
Su puesta en marcha y su realización están presididos por un objetivo
pedagógico y por un afán de protesta que desean difundir. No se trata en modo
alguno de un demérito, si bien se les debería añadir algunos rasgos más creativos
y artísticos y, sobre todo, una visión narrativa más acorde con el lenguaje del
cine. Desde su primera secuencia, “Shirley” no esconde un tono rebelde y de
propaganda que impregnará el resto de la proyección. Ya sea como clase de
Historia, como elemento divulgativo o, incluso, como desahogo de un descontento
ante los despropósitos del pasado y del presente, puede servir. Sin embargo,
como muestra del Séptimo Arte y como apuesta para el entretenimiento del
público, flaquea más.
John
Ridley, ganador de un Oscar por el guion adaptado de “12 años de esclavitud”, se
sitúa detrás de la cámara. Tras una extensa carrera como escritor para series
televisivas (“El príncipe de Bel-Air”, “Turno de guardia”) y para la gran
pantalla (“Giro al infierno” de Oliver Stone, “Tres reyes” de David O. Russell,
“Ben-Hur” de Timur Bekmambetov), debuta ahora como cineasta y demuestra, al mismo
tiempo, una corrección técnica y una falta de intensidad que se contrarrestan
entre sí. Le falta carga de profundidad en el desarrollo de los personajes y mayor
credibilidad en la forma de contar una historia basada en hechos reales, pero
cuyo permanente barniz didáctico y aleccionador le resta verosimilitud.
Se
trata de la biografía de Shirley Chisholm, quien en 1968 se convirtió en la
primera mujer afroamericana elegida para el Congreso de los Estados Unidos,
representando a uno de los distritos del Estado de Nueva York en la Cámara de
Representantes. Durante siete mandatos (de 1969 a 1983) se mantuvo en el Poder
Legislativo norteamericano. Tras las
elecciones de 1972, Chisholm se alzó como la primera candidata negra de uno de
los principales partidos en aspirar a la presidencia de los EE.UU. Finalmente,
el Partido Demócrata eligió a George McGovern, que terminó perdiendo frente a
Richard Nixon. También fue la primera mujer de la Historia en postularse a la
presidencia de la nación por la citada formación partidista.
La
ambientación y la recreación de la época se plasman con corrección, al igual
que numerosos aspectos técnicos del
largometraje. Juega a su favor el hecho de que la trama resulta interesante y, para
los aficionados al género político, aborda no pocos temas relevantes. Aun así,
el visionado completo se torna algo pesado por ese intento reiterado de insertar
la moraleja. Su empeño en subrayar lo obvio se revela innecesario y, además,
carece de superiores dosis de audacia y valentía a la hora de llevar a imágenes
un buen relato como este. Porque realmente merece la pena conocer a Shirley
Chisholm. Elegida para formar parte del National Women's Hall of Fame en 1982, el
presidente Barack Obama le concedió en 2015 a título póstumo la Medalla
Presidencial de la Libertad, considerada el más alto honor civil de los Estados
Unidos. Uno de sus eslóganes era “Unbought and unbossed” (algo así como “ni se
me compra ni se me ordena”).
Regina
King protagoniza totalmente el film. Ganadora de una estatuilla como mejor
actriz secundaria en 2019 por “El blues de Beale Street” y, asimismo,
productora del presente proyecto, ha actuado en la pequeña pantalla (“24”,
“American Crime”, “Watchmen”) y en títulos como “Ray”, “Enemigo público” o
“Jerry Maguire”. Realiza una buena labor, destacando sobre sus compañeros de
reparto, integrado por el ya fallecido Lance Reddick (“John Wick”, “Asalto al
poder”), Terrence Howard (“Crash”, “Iron Man”, “Cuatro hermanos”) -nominado al
Oscar como mejor actor principal por “Hustle & Flow”-, Lucas Hedges
(“Manchester frente al mar”, “Lady Bird”, “Tres anuncios a las afueras”), Reina
King (“Los fantasmas atacan al jefe”) o Ken Strunk (“Carol”). Desde el pasado
22 de marzo se exhibe a través de la plataforma “Netflix”, igualmente encargada
de la producción.
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