A
mí Steven Spielberg me ha hecho muy feliz. No sé qué habría pasado si, como se
relata en la película “Los Fabelman”, hubiese seguido los consejos de su padre de abandonar su ilusión por rodar
películas para dedicarse a, como decía en el diálogo, “fabricar cosas útiles”,
pero tal vez yo no escribiría una crítica cinematográfica semanal. Esa concreta
secuencia en la que el progenitor habla despectivamente de la vocación filial,
rebajándola a una mera afición que le despista y desvía de un buen futuro, me
recordó a otra de “Interstellar”, donde el protagonista habla con los
profesores de sus hijos sobre si deberían ir a la Universidad o dedicarse a ser
agricultores. “No necesitamos más ingenieros ni más matemáticos. No nos hemos
quedado sin televisores o sin máquinas. Nos estamos quedando sin comida. Necesitamos
agricultores, razonaba el profesor”. A título particular, siempre me ha
parecido especialmente cruel esa pugna dialéctica entre la utilidad y los
sueños que florecen en el interior de una persona.
Para
fortuna de la Humanidad, Spielberg apostó por su pasión y se convirtió en uno
de los grandes cineastas de la Historia, responsable de una maravillosa filmografía,
muchos de cuyos títulos reviso constantemente. Sin embargo, “Los Fabelman” no
encaja en el tipo de largometrajes que han aupado a su realizador a la fama.
Carece de aventuras, acción trepidante, destacadas ambientaciones o
coreografías. Se limita a reflejar la vida cotidiana de una familia media, con
sus problemas comunes y sus vivencias habituales. En ese sentido, quizá pueda
desorientar a quienes acudan a la sala de proyección reclamados por el
atrayente apellido del director, dado que se van a topar con un ejercicio de
enlace de vivencias, unas más interesantes que otras, plenas de autenticidad y
sentimiento.
De
hecho, no rehúye esos temas incómodos que la mayoría de individuos tendería a
ocultar al hablar de su propio núcleo familiar. Contiene varias escenas realmente
memorables, junto a otras más intrascendentes y que podrían haber acortado un
metraje de dos horas y media. Pero expresan los recuerdos de infancia y
adolescencia de un artista inmenso y bastan para que a los amantes del Séptimo
Arte nos interesen. Los espectadores de sus documentales reconocerán una
considerable parte de las anécdotas que cuenta, desde la influencia que le
supuso el regalo de un tren eléctrico (un hecho que, además de haberlo manifestado
en innumerables entrevistas, incluyó en la icónica “Encuentros en la tercera
fase”) a su primera entrevista con John Ford, interpretado aquí por su colega
David Lynch.
“Los
Fabelman” opta a siete Oscars, tres para el mismo Spielberg como productor,
director y guionista y, de todas las nominadas a mejor película que he tenido
la oportunidad de ver hasta el momento (a falta sólo de dos) es, junto a “Tár”,
mi candidata para la victoria, habiendo obtenido hasta el momento el Globo de
Oro a la mejor película dramática y al mejor director.
John
Williams, el hombre vivo con más nominaciones a la estatuilla dorada (nada
menos que 53), merece una mención singular. Convertido en otra de mis figuras
de referencia, sin su influencia no contaría con mi amplia colección de bandas
sonoras ni las escucharía con tanta asiduidad. También él me ha hecho muy
feliz. La partitura de “Los Fabelman” puede otorgarle por sexta vez el máximo
galardón de la Academia de Hollywood, de tal manera que resulta imposible
calibrar la relevancia y magnitud de su obra como maestro por excelencia de la composición.
Michelle
Williams (“Manchester frente al mar”, “Blue Valentine”, “Mi semana con
Marilyn”) lleva a cabo un meritorio trabajo dando vida a la madre, mientras que
el perturbador Paul Dano (“Pozos de ambición”, “Prisioneros”, “12 años de
esclavitud”) interpreta con acierto al padre. El alter ego de Spielberg es el
desconocido actor Gabriel LaBelle, que apenas ha participado en una de las
versiones de “Predator” (2018). Este proyecto relanzará previsiblemente su
carrera profesional. Entre los secundarios encontramos a Seth Rogen (“Juerga
hasta el fin”, “Supersalidos”) y Judd Hirsch (“Una mente maravillosa”,
“Independence Day”).
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