Los
espectadores de “Top Gun: Maverick” pueden dividirse sin duda en dos grupos:
quienes hace ya treinta seis años asistieron en el cine a su primera entrega y
quienes no. Para los primeros resultará inevitable que, en mayor o menor
medida, sufran un ataque de nostalgia ochentera. Desde el minuto 1 de la
proyección, escuchando la melodía de Harold Faltermeyer que gozó en su momento
de tanta popularidad, es imposible no retrotraerse en el tiempo, ya que la
añoranza contiene una poderosa fuerza y sostiene en buena medida esta secuela.
Yo era apenas un quinceañero cuando vi en la gran pantalla las aventuras de
“Maverick” y “Iceman” y, aunque ahora mi visión de las cosas haya cambiado,
reconozco que el paso de las décadas y los recuerdos atesorados tocan algunas
fibras sensibles que toda persona lleva dentro.
“Top
Gun: Maverick” supone una recreación de “Top Gun”, dado que varios planos se
han rodado como auténticos calcos. Numerosas escenas se abordan como constantes
guiños a su antecesora, hasta el punto de que, más que guiños, se asimilan a
tics nerviosos demasiado recurrentes. Misma melodía, mismas canciones, mismos planos de cuando Meg
Ryan parecía Meg Ryan, mismas imágenes de unos entonces jóvenes Val Kilmer, Tom
Cruise y Anthony Edwards, mismo Porche donde se apoya Jennifer Connelly
emulando a Kelly McGillis, misma escena de deporte en la playa, mismo exceso de
machotes y mismo reparto de roles: el engreído, el habilidoso, el que pasa más
desapercibido… Un variopinto equipo que termina fundiéndose en un abrazo colectivo
tras la victoria imposible sobre el enemigo.
Por
ese motivo, “Top Gun: Maverick” gustará a los amantes de “Top Gun” y disgustará
a aquellos que la consideraron una patochada. En ese sentido, la propuesta no
engaña y ofrece exactamente lo que aparenta: una de esas películas
contradictorias que recrean situaciones al límite de lo imposible, con
innumerables sonrisas de anuncio, velocidad punta y chistes socarrones. Nada de
realidad y todo de entretenimiento. Una mezcla inaceptable en el fondo, pero
que posee un encanto inconfesable.
Tras
más de treinta temporadas de servicio como uno de los mejores aviadores de la
Armada, Pete "Maverick" Mitchel conserva la misma fama de indisciplinado,
aunque brillante, piloto. Recibe el encargo de volver a la academia de Top Gun
para enseñar a un grupo de alumnos a enfrentarse a una misión suicida. Se encuentra allí con el teniente Bradley
Bradshaw, hijo de su difunto amigo "Goose", con un antiguo amor, con
su rival y posterior compañero “Iceman”, y con un pasado que no consigue dejar
atrás.
“Top
Gun” encabezó la taquilla estadounidense en 1986. Obtuvo el Oscar a la mejor
canción y, debido a su enorme popularidad, se convirtió en un título de
referencia en aquella década. Y, pese a sufrir varios retrasos en su estreno
por causa de la pandemia, ha comenzado a batir records de recaudación. Se trata
de un tipo de cine poco profundo, lineal y muy físico. Pura acción y
estereotipos marcados al máximo. Características de sobra para convertirse en
un horror pero que, gracias a determinadas pinceladas atrayentes y anzuelos
efectivos, termina por enganchar al público.
Obviamente,
Tom Cruise se alza como la estrella absoluta. Si no me falla la memoria, es la
primera vez que antes de la proyección un actor traslada un mensaje de
agradecimiento a los espectadores por acudir a la sala. Sea como fuere, Cruise,
intérprete notable, se está limitando de un tiempo a esta parte a un concreto
género cinematográfico, en detrimento de su versatilidad y su apuesta de antaño
por la diversidad de trabajos, como lo demuestran “Rain Man”, “Nacido el 4 de
Julio”, “El color del dinero”, “Algunos hombres buenos” o “Magnolia”. Ahora se
centra exclusivamente en la acción y es una verdadera lástima. La decepción del
film viene en esta ocasión de la mano de Jennifer Connelly, si bien la culpa no
le corresponde a ella, habida cuenta de que le han reservado un papel
artificial que no casa en absoluto con su sobresaliente carrera artística.
Como pilotos noveles figuran el prometedor Miles
Teller, que atesora algún título destacado, como “Whiplash”, y cuenta con
opciones de desarrollar una trayectoria profesional relevante, y Glen Powell (“La
sociedad literaria y el pastel de patata”, “Figuras ocultas”). Como secundarios
de lujo les acompañan brevemente Ed Harris y Val Kilmer, a cargo de una significativa
intervención que huele a despedida. Más melancolía, si cabe.
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