Es
obvio que en la ciencia ficción el espectador debe ser más crédulo y
benevolente con relación a los límites de lo creíble y lo increíble. Se ha de
aceptar lo que no sería tolerable, por ejemplo, en un drama o un thriller. Sin embargo,
esos generosos márgenes no pueden convertirse en ilimitados cheques en blanco
para que todo valga, tanto en el guion como en la pantalla. “Todo a la vez en
todas partes” pretende ser un divertimento cómico, una película de género
fantástico y una apuesta por la citada ciencia ficción. Su problema, a mi
juicio, radica en que quiere abarcar mucho y, por ello, no consigue amarrar
bien una historia que termina por resultar excesivamente disparatada. Presenta
cierto tono humorístico que funciona durante parte del metraje, pero no consigo
descifrar si su propósito es la parodia o la comedia. En honor a la verdad, la
propuesta me dejó de interesar a mitad de su larga proyección, superior a las
dos hora y cuarto de duración.
La
cinta transita en su integridad por bordes peligrosos. Resulta difícil decidir
si sitúa al público ante una originalidad o una extravagancia, ante un reto
arriesgado o una locura libertina sin fundamento. El vertiginoso ritmo y la
concatenación de “gags” no permite asimilar lo que se está viendo. Quizás esa
sea la clave: no pensar y limitarse a ver. Aun así, llega un momento en el que
queda en evidencia su torrente de ocurrencias bastante inconexas. El entretenimiento
es esencial en el cine pero, cuando a él no se añade nada y, además, se basa
principalmente en chistes y malabares visuales, supone una oferta hueca y
olvidable, habida cuenta de que su relevante plus imaginativo mengua al
presentarse de un modo demasiado extenuante.
La
vida familiar de una mujer china residente en Estados Unidos no pasa por su
mejor etapa, ya que se reduce a las paredes de un pequeño apartamento y a la
lavandería que regenta, negocio que también le acarrea problemas económicos y coloca
a Hacienda tras sus pasos. Explicar ya el resto de la historia comienza a
tornarse más que complicado. Al escribirlo y después leerlo, me dan ganas de
borrarlo todo, por absurdo. En cualquier caso, lo intentaré. Mientras la
protagonista trata de solucionar sus problemas legales, se produce una
ruptura interdimensional que altera la realidad y el espacio-tiempo,
perdiéndose en los mundos infinitos del multiverso y viéndose arrastrada
involuntariamente a una increíble aventura para salvar el mundo, explorando universos
alternativos relacionados con otras vidas que podría haber llevado.
Releo
lo escrito como sinopsis del film y mi impulso inmediato es redactar la crítica
de nuevo, pero la dejaré así, sin buscar sentido alguno a la trama. De hecho,
en ocasiones la propia realidad tampoco lo tiene, de modo que no cabe rasgarse
las vestiduras por su ausencia en la ficción. A título personal, me queda la
sensación de que sus guionistas y directores (Dan Kwan y Daniel Scheinert) han
dispuesto de numerosas ideas geniales y estrambóticas que, al hilarlas, no han
funcionado como esperaban, y han recurrido a la velocidad como mecanismo para
encubrir a los espectadores este sinsentido.
Encabeza
el reparto la actriz Michelle Yeoh, conocida sobre todo por su actuación en “Tigre
y dragón”, de Ang Lee, y a la que también hemos visto en “Crazy Rich Asians”,
“El mañana nunca muere” o “Memorias de una geisha”. Ahora se halla inmersa en
ese otro laberinto fílmico que integran la segunda, tercera, cuarta y quinta
parte de “Avatar”, en pleno rodaje simultáneo a cargo de James Cameron (también
es preferible no tratar de explicarlo). Aborda las vertientes cómica y aventurera
con cierta eficacia. Le acompañan James Hong (“Blade Runner”, “Desaparecido en
combate”, “Golpe en la pequeña China”), Jamie Lee Curtis (“La noche de
Halloween” -en sus dos versiones de 1978 y 2018-, “Mentiras arriesgadas”) y Ke
Huy Quan (aquel recordado niño de “Indiana Jones y el templo maldito” y “Los
Goonies”).
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