Kathy Bates nació en Memphis el 28 de junio de 1948. Actriz estadounidense de cine, televisión y teatro, ganadora de los premios Oscar, Globo de Oro, Emmy y SAG, debutó en la pantalla grande en 1978
con “Libertad condicional”, de Ulu Grosbard. Participó también en “A la mañana siguiente”
(1986), pero su gran año fue 1990, en el que estrenó cuatro películas: “Los
hombres no abandonan”, “Dick Tracy”, “Pasión sin barreras” y “Misery”, por cuyo papel obtuvo la estatuilla dorada de Hollywood.
En su filmografía destacan “Tomates
verdes fritos” (1991), “Eclipse total (Dolores Claiborne)” (1995), “Diabólicas”
(1996), “Titanic” (1997), “Primary Colors” y “A Civil Action (Acción civil)” (1998).
Ya en el nuevo milenio participó
en “A propósito de Schmidt” (2002), “Posdata: Te quiero” (2007), “Revolutionary
Road” (2008) o “Midnight in Paris” (2011).
Entre sus últimos trabajos
destacan “Una cuestión de género” (2018) y “Richard Jewell” (2019).
Con el título de “John
Williams: 90 años de un Genio”, se van a realizar por diferentes ciudades una
serie de conciertos para homenajear en su cumpleaños al Maestro de Maestros, ganador de cinco Oscars de entre 52 nominaciones, lo que le consagra como el artista vivo más galardonado del Séptimo Arte. Posee también cuatro Globos de Oro, siete BAFTA y veintitrés Grammy. En 2005, su banda sonora de "Star Wars" fue seleccionada por el American Film Institute
como la obra musical más grande del cine estadounidense. En 2020, le fue
otorgado asimismo el Premio Princesa de Asturias de las Artes, compartido con su colega compositor Ennio Morricone.
«Sin John Williams no podrían
volar las bicicletas, ni las escobas en juegos de Quidditch, ni los hombres en
capas rojas. No existiría La Fuerza y los dinosaurios no caminarían sobre la
Tierra. No nos maravillaríamos, no lloraríamos y no creeríamos», manifestó Steven
Spielberg durante el homenaje que en 2016 le rindió al autor el American Film Institute.
El trabajo de Williams trasciende a las pantallas, dejando igualmente su huella en el mundo de los deportes.
Durante su carrera ha compuesto los temas musicales para cuatro Juegos
Olímpicos: Olympic Fanfare and Theme (Los Ángeles 1984), The Olympic Spirit
(Seúl 1988), Summon the Heroes (Atlanta 1996) y Call of the Champions (Salt
Lake City 2002).
2022
parece ser el año del salto a la popularidad para el director Joseph Kosinski.
En menos de un mes se acaba de proyectar en la pantalla grande “Top Gun:
Maverick” y ahora presenta en la plataforma Netflix “Spiderhead”. Este cineasta
norteamericano posee una corta filmografía, muy marcada por el género de
acción. Debutó en 2010 con “TRON: Legacy”, a la que siguieron “Oblivion” en
2013 y “Héroes en el infierno” en 2017, añadiendo en la actualidad los dos citados
largometrajes recién estrenados. En todos ellos se evidencia una marcada
preocupación técnica y, al tiempo, una cierta dejadez por los personajes. En la
película de 1964 “La pícara solterona” (“Sex and the single girl”) se escucha
una célebre frase que se ha convertido en la representación del cinismo
periodístico: “You wouldn't let the truth stand in the way of a good story,
would you?”, que se podría traducir como “no dejes que la verdad te estropee un
buen reportaje”. Pues en el mundo del cine se está extendiendo otra similar, en
el sentido de que “no hay que dejar que un buen guion estropee una escena”. Los
perfiles, el rigor de la trama y la credibilidad de la narración se tornan secundarios
respecto a la imagen, el ritmo y la estética.
“Spiderhead”
se enmarca dentro de esos “thrillers” donde la sorpresa visual y la
extravagancia se consideran suficientes atractivos para encandilar a los
espectadores. Y es posible que, efectivamente, sirvan para un entretenimiento
insustancial, un pasatiempo puntual hasta no tener otra cosa mejor que hacer.
Sin embargo, constituye un experimento cinematográfico bastante vacuo. Pese a
presentarse con el envoltorio de cierta erudición filosófica, lo cierto es que
su lista de anzuelos es bastante simple. Otra cosa es que resulten efectivos o
no.
En
un futuro próximo, se ofrece a los presidiarios la oportunidad de someterse a
determinados experimentos médicos a cambio de acortar su sentencia condenatoria.
Así, en una moderna instalación, algunos presos jóvenes pasan a manos de un
visionario científico para experimentar con el control de las emociones.
Más
allá del aliciente que entrañan unos actores conocidos, el planteamiento se
alza errático y carente de interés. Ejercen como guionistas Rhett Reese y Paul
Wernick, responsables de “Deadpool” y “Bienvenidos a Zombieland” y sus
respectivas secuelas. Aquí, sin embargo, no se pretende imprimir un marcado
tono cómico y tal vez sea ese su mayor error, ya que como drama es un
despropósito, como comedia no alcanza el nivel de humor necesario y como film
de suspense o acción navega bastante desorientado. Su corta duración, rozando
la hora y media, permite verla de un tirón a la espera de ese gran giro que la
impulse, pero tal giro nunca llega.
Encabeza
el reparto el popular Chris Hemsworth, muy conocido por dar vida a “Thor” tanto
en sus propios films como en los del universo de la factoría Marvel. Acumula
otras experiencias en cintas estrenadas en Neflix (“Tyler Rake”) y algún
intento adicional por desmarcarse de sus facetas de superhéroe o fornido
soldado (“En el corazón del mar”, “Blackhat: Amenaza en la red”). No obstante,
en este papel de “Spiderhead” no encaja demasiado. Le aguarda en breve un nuevo
proyecto de “Thor” y la segunda parte de “Tyler Rake”, trabajos en los que
demuestra sentirse más cómodo.
Le
acompaña Miles Teller, quien destacó sobremanera en la genial “Whiplash” y que
ha participado en otros interesantes títulos como “Juego de armas”. Apuesta
habitual de Kosinski (sale también en “Top Gun: Maverick” y “Héroes en el
infierno”) cuenta con un porvenir prometedor, si bien debe orientar su carrera
con tino.
Junto
a ellos participan Charles Parnell (visto asimismo en la secuela de “Top Gun”),
Jurnee Smollett (“El gran debate”), Tess Haubrich (“Lobezno: inmortal”), o Nathan
Jones (“Mad Max: Furia en la carretera”).
Jean-Louis
Trintignant falleció el pasado 17 de junio a los 91 años de edad. Actor, director de cine y piloto de automovilismo francés, resultó ganador del Premio César por su interpretación en la película ‘Amor’ y participó en algunos icónicos filmes europeos, como ‘Un hombre y una mujer’, ‘Tres colores: Rojo’, ‘Z’ o
‘El gran silencio’, convirtiéndose así en uno de los rostros más afamados de la cinematografía europea.
Debutó en la pantalla grande en 1955 con “Si tous les gars du monde...” y un año después intervino en “Y Dios creó la mujer”. Una década más tarde, en 1966, estrenó dos de sus títulos más conocidos: “Un hombre y una mujer” y “¿Arde París?”.
En 1969 actuó en la célebre cinta de Costa-Gavras “Z” y en 1994 puso fin
a la trilogía de Krzysztof Kieslowski con “Tres colores: Rojo”. Su último gran
éxito vino de la mano de Michael Haneke en 2012, gracias a su impactante “Amor”.
Por lo que respecta a su vida personal, sufrió varias tragedias, entre ellas
el asesinato de su hija, la también actriz Marie Trintignant, de 41 años, a
manos de su pareja, el músico Bertrand Cantat, en verano de 2003.
En
1993 Steven Spielberg dominó el mundo del cine con dos propuestas completamente
antagónicas que arrasaron, cada una de ellas, en ámbitos muy diferentes. “La
lista de Schindler” conquistó las principales categorías en las ceremonias de
premios, mientras que “Parque jurásico” lo hizo en las taquillas de todo el
mundo. Sólo por aportar un dato que refleje la entidad de tal liderazgo, aquel
año recaudó en Estados Unidos más del doble de lo ingresado por la segunda
película más taquillera (“El fugitivo”). La apuesta por la cinta sobre los
dinosaurios resultaba por aquel entonces muy novedosa, y mezclaba acción, humor
y tensión con cierta habilidad. Ganó tres Oscars de los denominados técnicos (mejor
sonido, mejores efectos especiales y mejor montaje de efectos sonoros). Hasta
ahí, nada que reprochar.
Después
se rodaron sus secuelas y variaciones sobre el mismo tema: “El mundo perdido:
Jurassic Park” (1997), “Parque Jurásico III” (2001), “Jurassic World” (2015), “Jurassic
World: El reino caído” y, ahora, “Jurassic World: Dominion” (2022). Cabe tachar
la evolución de la saga de irregular. Personalmente, considero que hay que
destacar determinadas escenas concretas de una pulcritud tecnológica y una
intensidad narrativa destacadas. Sin embargo, procede también una valoración
global decepcionante, debido a la reiteración de tramas ya muy gastadas.
Analizadas por partes, aisladamente, es fácil hallar aciertos y habilidades. Pero
en su conjunto, contempladas como un “todo”, su reincidencia provoca un regusto
de indiferencia y hastío.
Nos
hallamos ante un modo de entender el cine como si fuera un espectáculo
circense. Primero das dos vueltas en el aire. Después, para superarte, debes
dar tres. Y más tarde anuncias lo nunca visto, la cuarta vuelta. Cada vez más
complicado pero, sobre todo, cada vez más de lo mismo. Por lo que a mí
respecta, me saturé bien pronto de los dinosaurios. Valoro la primera entrega,
pero cuestiono todas las demás. El paso de “Jurassic Park” a “Jurassic World”
reflejó cierta evolución, si bien al hablar de este mundo jurásico no es
posible obviar que su extensión se debe en mayor medida a su condición de
producto comercial que artístico.
Cuatro
años después de la destrucción de la Isla Nublar (vista en “Jurassic World: El
reino caído”), los dinosaurios se han extendido por todo el planeta y coexisten
con los seres humanos. Aun así, este singular modelo de convivencia no podrá perpetuarse
demasiado tiempo, habiendo que decidir qué especie dominará la Tierra como
predominante y más letal.
Los
productores han confirmado que con “Jurassic World: Dominion” cierran
definitivamente la franquicia y dan por concluida esta peculiar saga. Sabia
decisión, aunque tardía. Y es que la tendencia de estirar el chicle hasta el infinito
no termina bien casi nunca. Véase “Fast & Furious”, con la novena parte ya
estrenada y la décima anunciada para 2023. Guste o no la oferta, tan absurda
carrera por el “más difícil todavía” deriva irremediablemente en la insensatez
y el ridículo, por mucho que se reconozca la complejidad técnica y el esfuerzo
logístico de las secuencias.
Durante
unas excesivas dos horas y veinticinco minutos de proyección vemos a Chris
Pratt, colaborador de otros seriales como “Guardianes de la galaxia” (lo que
conlleva asimismo su participación en “Los vengadores”), acompañado por Bryce
Dallas Howard, hija del oscarizado director Ron Howard. Con el guiño nostálgico
como reclamo, se recupera al trío protagonista de la primera entrega: Laura
Dern, Sam Neill y Jeff Goldblum. Esta llamada a la melancolía de tiempos
pasados, muy de moda tras el reciente estreno de “Top Gun: Maverick”, servirá
para revivir algunos recuerdos, teniendo en cuenta que han transcurrido casi
tres décadas desde “Parque jurásico”. Sea como fuere, todo parece indicar que
ya es hora de mirar hacia delante.
Se cumplen dos décadas del estreno de la película “El caso
Bourne”, que dio inicio a una de las mejores sagas de cine de acción de los
últimos años. Tuvo lugar una première en Los Ángeles el 6 de junio de 2002 y, posteriormente, otra en Nueva York el 12 de junio, hasta que llegó a las
carteleras de todo el país el 14 de junio.
Basada muy libremente en la novela de Robert Ludlum "The
Bourne Identity", la cinta fue dirigida por Doug Liman y protagonizada por
Matt Damon, Franka Potente, Chris Cooper, Clive Owen y Brian Cox.
A “El caso Bourne” le siguieron “El mito de Bourne”
(2004), “El ultimátum de Bourne” (2007) y “Jason Bourne” (2016). Se estrenó asimismo “El legado de Bourne” (2012), aunque ya no aparecía el personaje protagonista, sino que se desarrollaba una trama paralela.
“El caso Bourne” recaudó más de ciento veinte millones de
dólares en Estados Unidos y más de doscientos a nivel mundial.
Un hombre amnésico es rescatado por la tripulación de un
barco pesquero italiano cuando flota a la deriva en el mar. No lleva nada
consigo. Sólo unas balas clavadas en la espalda y un número de cuenta
de un banco suizo adherido a la cadera. Carece de identidad y de
pasado, pero posee una serie de talentos extraordinarios en artes lingüísticas,
marciales y de autodefensa que sugieren una profesión de riesgo. Confuso y
desorientado, emprende una frenética búsqueda para descubrir quién es y por qué
su vida ha tomado un giro tan peligroso.
Considerada uno de los mejores títulos de acción del
nuevo siglo, sus secuelas -ya con Paul Greengrass detrás de la cámara- han
mantenido el nivel. “El ultimátum de Bourne” (2007) ganó incluso tres Oscars y
dos BAFTA.
Es
obvio que en la ciencia ficción el espectador debe ser más crédulo y
benevolente con relación a los límites de lo creíble y lo increíble. Se ha de
aceptar lo que no sería tolerable, por ejemplo, en un drama o un thriller. Sin embargo,
esos generosos márgenes no pueden convertirse en ilimitados cheques en blanco
para que todo valga, tanto en el guion como en la pantalla. “Todo a la vez en
todas partes” pretende ser un divertimento cómico, una película de género
fantástico y una apuesta por la citada ciencia ficción. Su problema, a mi
juicio, radica en que quiere abarcar mucho y, por ello, no consigue amarrar
bien una historia que termina por resultar excesivamente disparatada. Presenta
cierto tono humorístico que funciona durante parte del metraje, pero no consigo
descifrar si su propósito es la parodia o la comedia. En honor a la verdad, la
propuesta me dejó de interesar a mitad de su larga proyección, superior a las
dos hora y cuarto de duración.
La
cinta transita en su integridad por bordes peligrosos. Resulta difícil decidir
si sitúa al público ante una originalidad o una extravagancia, ante un reto
arriesgado o una locura libertina sin fundamento. El vertiginoso ritmo y la
concatenación de “gags” no permite asimilar lo que se está viendo. Quizás esa
sea la clave: no pensar y limitarse a ver. Aun así, llega un momento en el que
queda en evidencia su torrente de ocurrencias bastante inconexas. El entretenimiento
es esencial en el cine pero, cuando a él no se añade nada y, además, se basa
principalmente en chistes y malabares visuales, supone una oferta hueca y
olvidable, habida cuenta de que su relevante plus imaginativo mengua al
presentarse de un modo demasiado extenuante.
La
vida familiar de una mujer china residente en Estados Unidos no pasa por su
mejor etapa, ya que se reduce a las paredes de un pequeño apartamento y a la
lavandería que regenta, negocio que también le acarrea problemas económicos y coloca
a Hacienda tras sus pasos. Explicar ya el resto de la historia comienza a
tornarse más que complicado. Al escribirlo y después leerlo, me dan ganas de
borrarlo todo, por absurdo. En cualquier caso, lo intentaré. Mientras la
protagonista trata de solucionar sus problemas legales,se produce una
ruptura interdimensional que altera la realidad y el espacio-tiempo,
perdiéndose en los mundos infinitos del multiverso y viéndose arrastrada
involuntariamente a una increíble aventura para salvar el mundo, explorando universos
alternativos relacionados con otras vidas que podría haber llevado.
Releo
lo escrito como sinopsis del film y mi impulso inmediato es redactar la crítica
de nuevo, pero la dejaré así, sin buscar sentido alguno a la trama. De hecho,
en ocasiones la propia realidad tampoco lo tiene, de modo que no cabe rasgarse
las vestiduras por su ausencia en la ficción. A título personal, me queda la
sensación de que sus guionistas y directores (Dan Kwan y Daniel Scheinert) han
dispuesto de numerosas ideas geniales y estrambóticas que, al hilarlas, no han
funcionado como esperaban, y han recurrido a la velocidad como mecanismo para
encubrir a los espectadores este sinsentido.
Encabeza
el reparto la actriz Michelle Yeoh, conocida sobre todo por su actuación en “Tigre
y dragón”, de Ang Lee, y a la que también hemos visto en “Crazy Rich Asians”,
“El mañana nunca muere” o “Memorias de una geisha”. Ahora se halla inmersa en
ese otro laberinto fílmico que integran la segunda, tercera, cuarta y quinta
parte de “Avatar”, en pleno rodaje simultáneo a cargo de James Cameron (también
es preferible no tratar de explicarlo). Aborda las vertientes cómica y aventurera
con cierta eficacia. Le acompañan James Hong (“Blade Runner”, “Desaparecido en
combate”, “Golpe en la pequeña China”), Jamie Lee Curtis (“La noche de
Halloween” -en sus dos versiones de 1978 y 2018-, “Mentiras arriesgadas”) y Ke
Huy Quan (aquel recordado niño de “Indiana Jones y el templo maldito” y “Los
Goonies”).
Jessica Tandy nació en Londres el 7 de junio de 1909 y
falleció en Connecticut el 11 de septiembre de 1994. Intérprete de teatro,
cine y televisión, ganadora del Oscar a la mejor actriz en
1989 por “Paseando a Miss Daisy”, fue quien encarnó por primera
vez en 1948 el personaje de Blanche DuBois en el drama teatral “Un tranvía
llamado Deseo”, que le reportó el premio Tony.
Debutó en la pantalla grande en 1932 con “The Indiscretions of Eve” y, tras intervenir en numerosas series televisivas, participó en “Los pájaros” (1963), de Alfred Hitchcock.
Ya en la década de los ochenta actuó en “Desmadre en la autopista”
(1981), “El mundo según Garp” (1982), “Bajo sospecha” (1982), “Las bostonianas”
(1984) y el éxito “Cocoon” (1985) y su secuela, “Cocoon: El retorno” (1988).
En 1990 obtuvo el máximo galardón de la Academia de Hollywood por su papel en “Paseando
a Miss Daisy” (1989), de Bruce Beresford. Logró otro éxito con “Tomates verdes
fritos” (1991) y su última película fue “Ni un pelo de
tonto” (1994), en compañía de Paul Newman.
Los
espectadores de “Top Gun: Maverick” pueden dividirse sin duda en dos grupos:
quienes hace ya treinta seis años asistieron en el cine a su primera entrega y
quienes no. Para los primeros resultará inevitable que, en mayor o menor
medida, sufran un ataque de nostalgia ochentera. Desde el minuto 1 de la
proyección, escuchando la melodía de Harold Faltermeyer que gozó en su momento
de tanta popularidad, es imposible no retrotraerse en el tiempo, ya que la
añoranza contiene una poderosa fuerza y sostiene en buena medida esta secuela.
Yo era apenas un quinceañero cuando vi en la gran pantalla las aventuras de
“Maverick” y “Iceman” y, aunque ahora mi visión de las cosas haya cambiado,
reconozco que el paso de las décadas y los recuerdos atesorados tocan algunas
fibras sensibles que toda persona lleva dentro.
“Top
Gun: Maverick” supone una recreación de “Top Gun”, dado que varios planos se
han rodado como auténticos calcos. Numerosas escenas se abordan como constantes
guiños a su antecesora, hasta el punto de que, más que guiños, se asimilan a
tics nerviosos demasiado recurrentes. Misma melodía, mismas canciones, mismos planos de cuando Meg
Ryan parecía Meg Ryan, mismas imágenes de unos entonces jóvenes Val Kilmer, Tom
Cruise y Anthony Edwards, mismo Porche donde se apoya Jennifer Connelly
emulando a Kelly McGillis, misma escena de deporte en la playa, mismo exceso de
machotes y mismo reparto de roles: el engreído, el habilidoso, el que pasa más
desapercibido… Un variopinto equipo que termina fundiéndose en un abrazo colectivo
tras la victoria imposible sobre el enemigo.
Por
ese motivo, “Top Gun: Maverick” gustará a los amantes de “Top Gun” y disgustará
a aquellos que la consideraron una patochada. En ese sentido, la propuesta no
engaña y ofrece exactamente lo que aparenta: una de esas películas
contradictorias que recrean situaciones al límite de lo imposible, con
innumerables sonrisas de anuncio, velocidad punta y chistes socarrones. Nada de
realidad y todo de entretenimiento. Una mezcla inaceptable en el fondo, pero
que posee un encanto inconfesable.
Tras
más de treinta temporadas de servicio como uno de los mejores aviadores de la
Armada, Pete "Maverick" Mitchel conserva la misma fama de indisciplinado,
aunque brillante, piloto. Recibe el encargo de volver a la academia de Top Gun
para enseñar a un grupo de alumnos a enfrentarse a una misión suicida. Se encuentra allí con el teniente Bradley
Bradshaw, hijo de su difunto amigo "Goose", con un antiguo amor, con
su rival y posterior compañero “Iceman”, y con un pasado que no consigue dejar
atrás.
“Top
Gun” encabezó la taquilla estadounidense en 1986. Obtuvo el Oscar a la mejor
canción y, debido a su enorme popularidad, se convirtió en un título de
referencia en aquella década. Y, pese a sufrir varios retrasos en su estreno
por causa de la pandemia, ha comenzado a batir records de recaudación. Se trata
de un tipo de cine poco profundo, lineal y muy físico. Pura acción y
estereotipos marcados al máximo. Características de sobra para convertirse en
un horror pero que, gracias a determinadas pinceladas atrayentes y anzuelos
efectivos, termina por enganchar al público.
Obviamente,
Tom Cruise se alza como la estrella absoluta. Si no me falla la memoria, es la
primera vez que antes de la proyección un actor traslada un mensaje de
agradecimiento a los espectadores por acudir a la sala. Sea como fuere, Cruise,
intérprete notable, se está limitando de un tiempo a esta parte a un concreto
género cinematográfico, en detrimento de su versatilidad y su apuesta de antaño
por la diversidad de trabajos, como lo demuestran “Rain Man”, “Nacido el 4 de
Julio”, “El color del dinero”, “Algunos hombres buenos” o “Magnolia”. Ahora se
centra exclusivamente en la acción y es una verdadera lástima. La decepción del
film viene en esta ocasión de la mano de Jennifer Connelly, si bien la culpa no
le corresponde a ella, habida cuenta de que le han reservado un papel
artificial que no casa en absoluto con su sobresaliente carrera artística.
Como pilotos noveles figuran el prometedor Miles
Teller, que atesora algún título destacado, como “Whiplash”, y cuenta con
opciones de desarrollar una trayectoria profesional relevante, y Glen Powell (“La
sociedad literaria y el pastel de patata”, “Figuras ocultas”). Como secundarios
de lujo les acompañan brevemente Ed Harris y Val Kilmer, a cargo de una significativa
intervención que huele a despedida. Más melancolía, si cabe.
El actor Brian Denis Cox nació en la localidad escocesa de Dundee el 1 de junio de 1946. Debutó en el cine en 1971 con la cinta “Nicolás y Alejandra”, de Franklin
J. Schaffner pero, como su carrera se centraba en las series de televisión, su
segunda película para la gran pantalla, “Hunter”, de Michael
Mann, la rodó en 1986 y en ella representó por primera vez el personaje de Hannibal Lecter,
antes de que lo hiciera años después su colega Anthony Hopkins.
En 1990 protagonizó “Agenda oculta”, de Ken Loach, film que logró dos premios en aquella edición del Festival de Cine de Cannes. En 1994
participó en “Rob Roy (La pasión de un rebelde)” y, un año después, en “Braveheart”, de Mel Gibson. Otros trabajos en dicha década fueron “Reacción en cadena”, “El
coleccionista de amantes”, “The Boxer”, “Medidas desesperadas”, “Academia
Rushmore” o “Entre el amor y el juego”.
En el nuevo milenio destacan sus intervenciones en “The Bourne Identity: El caso
Bourne” y su secuela, “El mito de Bourne”, “Adaptation (El ladrón de orquídeas)”,
“El misterio de Wells”, “X Men 2”, “Match Point”, “Zodiac” y “El origen del
planeta de los simios”, entre otras. Ya en 2017 encarnó a Winston Churchill en el título del mismo
nombre, de Jonathan Teplitzky.