Con el
cineasta Yorgos Lanthimos me sucede como con muchos pintores y escultores
vinculados al arte moderno. Observo sus obras y empiezo a dudar si es que yo no
entiendo nada o si es que me están intentando tomar el pelo. En ocasiones con
perplejidad, en ocasiones con curiosidad, me aproximo a esas creaciones
artísticas, pero no termina de existir conexión alguna entre el autor y mi
persona. La frontera entre la originalidad y la extravagancia resulta a veces
difusa y este director griego transita siempre sobre esa delgada línea, bien
cayendo dentro de la innovación creativa notable, bien en la excentricidad sin
sentido. De la misma forma que se afirma que la belleza se halla en el ojo de
quien mira, el entendimiento se ubica en el cerebro de quien procesa la
información recibida. Por ello, en las manifestaciones artísticas el máximo éxito
se produce cuando se establece un enlace entre el creador y su público.
A
Lanthimos le reconozco habilidad con la cámara y, en ciertos aspectos, hasta
genialidad. En determinadas escenas, la recreación visual se torna atrayente y suscita
mi interés, pero en otras considero que cae en rarezas inconsistentes,
generando en conjunto una sensación de incredulidad que se transforma en
desinterés. Alabo y aplaudo a todo director con estilo propio y sello narrativo
especial, que demuestre honestidad en el modo de contar las historias y que no
se deje llevar ni por modas ni por presiones de los grandes estudios. En ese
sentido, expreso mi pleno reconocimiento a tan peculiar cineasta. Sin embargo,
no puedo evitar la perplejidad ante ocurrencias que, pese a pretender
justificarse como un plus de creatividad, no dejan de ser pinceladas
disparatadas para llamar la atención.
Ahora
estrena “Kinds of Kindness” (sin traducción en España), un largometraje de casi
tres horas que se me hizo muy cuesta arriba, en parte por su excesivo metraje,
en parte por esa combinación de ingenio y absurdez que me desconcierta más que
me atrapa. Ya me pasó lo mismo con “Pobres criaturas”. Ahora bien, ante la
multitud de aplausos ajenos y de comentarios elogiosos, no descarto que el
problema esté en mí y en mi incapacidad para apreciar el talento vanguardista e
ilógico. Pero la realidad es que acudo a los visionados de Lanthimos con reparos
ante ese modo de entender el cine y de narrar relatos, que me resulta tan
ajena.
La cinta
se compone de tres tramas diferentes. La primera gira en torno a un hombre perdido
y desnortado, desesperado por tomar las riendas de su propia existencia. La
segunda la protagoniza un policía aterrado, cuya esposa (que había desaparecido
en el mar) regresa cambiada drásticamente. La tercera y última refleja la
determinación de una mujer en busca de alguien con un don especial, destinado a
convertirse en un líder espiritual fuera de serie.
Indiscutiblemente,
el film dispone de un elenco actoral de primer nivel, que invita a pasar por
taquilla: Emma Stone, ganadora de dos Oscars (uno, precisamente, por su
actuación en “Pobres criaturas”); Jesse Plemons, nominado también a la
estatuilla dorada por su intervención en “El poder del perro” y al que hemos
visto recientemente en “Civil War” o “Los asesinos de la Luna”; Willem Dafoe, intérprete
sumamente versátil que se adapta a la perfección a los papeles extraños,
candidato asimismo en cuatro ocasiones a los premios de la Academia de
Hollywood (“Platoon”, “La sombra del vampiro”, “The Florida Project” y “Van
Gogh, a las puertas de la eternidad”) y que ha participado en infinidad de
títulos destacados, con recreaciones memorables como “Arde Mississippi”,
“Corazón salvaje”, “El paciente inglés” o “El faro”. Finalmente, les acompaña la
joven actriz Margaret Qualley (“Érase una vez en... Hollywood”, “La asistenta”).
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