En una de
las escenas de la excelente cinta de Isabel Coixet “Mi vida sin mí”, la madre
de la protagonista le recrimina sus gustos y comportamientos, y le recomienda
que se conduzca como la gente normal. Entonces, la hija le contesta: “Nadie es
normal, mamá. No existe la gente normal” (en versión original, “No one's
normal, mom. No such thing as normal people”). Yo, que constantemente relaciono
sucesos de la vida diaria con diálogos y escenas de películas de ficción, a
menudo suelo pensar en esta secuencia que, viendo el último trabajo de Paul
Schrader, volvió a venir a mi mente.
El citado
guionista y director norteamericano comenzó su carrera escribiendo nada menos
que para Sydney Pollack (“Yakuza”, en 1974) y Martin Scorsese (“Taxi Driver”,
en 1976 y “Toro salvaje”, en 1980). Aquellos inicios ya evidenciaban la
enrevesada creación de sus personajes y su propensión hacia escenarios
sórdidos, mentes oscuras y personalidades complejas. Su paso a la realización
tampoco supuso un gran cambio. “Mishima” (1985), “El placer de los extraños”
(1990) o “Aflicción” (1997) consolidaron su fama de creador singular que
envolvía sus obras en un cierto halo de tormento. Lo cierto es que yo le había
perdido la pista durante largo tiempo, hasta que en 2017 estrenó “El reverendo
(First Reformed)” -por la que recibió una nominación al Oscar- y más tarde, en
2021, “El contador de cartas”. Retornó el sobrio y contundente Schrader con
historias que, leídas en una breve sinopsis, parecen normales y corrientes pero
que, ya en medio de la proyección, reflejan todos los recurrentes traumas de su
artífice.
El
cineasta logra un frágil equilibrio entre el suspense propio del thriller y el
tono asociado al drama, en ocasiones melancólico e intimista. Se nota que
detrás se halla un profesional que se siente libre y al que no le asusta remarcar
sus señas de identidad. A sus casi setenta y siete años, da la impresión de estar
en plena forma y, en los tiempos que corren, sus largometrajes no se confunden
con esos encargos creados artificialmente para saciar modas o alentar
corrientes políticamente correctas. Sin duda, destacan.
Un
jardinero se dedica a revitalizar los jardines de la finca de una mujer millonaria,
así como a complacerla. Sus rutinas cotidianas comenzarán a trastocarse con la
llegada de una joven sobrina nieta de la acaudalada propietaria. A partir de
ese momento, se establece una relación paralela entre el horticultor y su
sobrevenida aprendiz, sacando aquel a relucir nuevos sentimientos y
manifestando la violencia de un pasado que trataba de ocultar.
Los
problemas relacionados con la redención y la furia humana conforman el mensaje
del film. Determinadas partes del metraje presentan cierto estancamiento, pero
la trama resulta sólida y los perfiles acreditan una buena construcción. Al no
encajar en el modelo de director de masas, Schrader desarrolla siempre unas filmaciones
alejadas de virtuales éxitos de taquilla. Sin embargo, sus propuestas contienen
brío y honestidad.
El actor Joel
Edgerton, conocido por sus actuaciones en “Loving”, “Gorrión rojo” o “Identidad
robada”, consigue transmitir con su mirada esa sensación de calma tensa y, en
términos generales, aborda su papel correctamente. Le acompaña la célebre
actriz Sigourney Weaver, en cuya filmografía reúne interpretaciones tan
señaladas como las de “Alien, el octavo pasajero” y sus secuelas, “El año que
vivimos peligrosamente”, “Gorilas en la niebla” o “Armas de mujer”. Debutó en
el cine a las órdenes de Woody Allen en “Annie Hall” y cuenta en su haber con
dos Globos de Oro y un BAFTA. Junto a ellos aparecen Quintessa Swindell (“Black
Adam” y la serie de televisión “Euphoria”) y Esai Morales (“Mi familia”, “La
bamba”).
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