El
director francés Emmanuel Mouret ha logrado concatenar en apenas un par de años
dos pequeñas joyas cinematográficas de esas que pasan desapercibidas, de las
que casi nadie habla pero que, en mi opinión, se convertirán con el paso del
tiempo en referentes clásicos de un selecto y minoritario grupo, madurarán bien
con el tiempo y ganarán adeptos gracias a ese fenómeno completamente ajeno a
las campañas de marketing oficiales denominado “boca-oído”. En 2020 estrenó la
deliciosa “Las cosas que decimos, las cosas que hacemos”, película que logró
trece nominaciones a los Premios César del cine galo, y que suponía una
bocanada de aire fresco dentro de una industria cada vez más encasillada y
entregada a la desproporción y la grandilocuencia. Ahora llega a nuestras
pantallas “Crónica de un amor efímero”, donde Mouret continúa narrando historias
de amor pero, sobre todo, relatos humanos de personas con las que el espectador
puede identificarse con facilidad.
Este
cineasta nacido en Marsella sitúa a los personajes en el centro de sus obras,
cimentando sobre ellos una serie de diálogos y secuencias que combinan
sencillez, naturalidad y emoción. Refleja aspectos que, bajo una apariencia de
simpleza, constituyen la génesis de las grandes cuestiones universales. El
amor, las relaciones personales, los sentimientos, los convencionalismos y esa
realidad, en ocasiones hostil, capaz de torpedear el futuro de dos individuos
llamados a formar pareja. Con la sutilidad propia del romanticismo y un cierto
descaro asociado a la comedia, logra transmitir autenticidad sin recurrir a presupuestos
elevados ni a impactantes efectos especiales, pero con la honestidad de un
trabajo sentido y genuino.
Sus
protagonistas, una madre soltera y un hombre casado, deambulan perdidos por la
vida. Llámese destino o mera casualidad, el hecho cierto es que se convertirán
en unos amantes enamorados, aunque condenados a la separación. Entenderán que
cada nuevo encuentro deberá ser el último, ya que sus existencias les llevan
por caminos distintos. Sin embargo, les domina el convencimiento de que no
tendrían que vivir el uno sin la otra, pues mantienen una conexión que les
torna inseparables. Por fortuna, “Crónica de un amor efímero” va a contracorriente
de la vorágine que infecta notablemente a la cinematografía actual. A través de
un ajustado metraje de apenas hora y media, narra sin moralismos ni
pretensiones profundas una infidelidad ligada a un enamoramiento verdadero y,
pese a trasladar la amargura del amor imposible, supone toda una delicia. El
realizador filma un largometraje coherente y ameno, si no sobresaliente, como
mínimo encantador, y sus giros, que en algunas ocasiones homenajean a Woody
Allen y en otras loan a Éric Rohmer, contribuyen a que la proyección deje en el
público un excelente sabor de boca.
La
cinta participó en la última edición del Festival de Cannes en una sección
paralela a la oficial, llamada “Queer Palm”. No obstante, habida cuenta de que la
triunfadora fue “El triángulo de la tristeza”, considero que existe una enorme
brecha entre los títulos recientes que se galardonan y glorifican y los que, a
mi juicio, merecen la pena, como el caso que nos ocupa y que, por obra y gracia
de los canales de distribución y exhibición, todavía no ha llegado a Tenerife. Por
suerte para mí, un reciente viaje a Madrid me permitió verla, pero los
espectadores del archipiélago canario tendrán que aguardar a su difusión en
plataformas. No ocurre lo mismo con “Las cosas que decimos, las cosas que
hacemos”, ya disponible en Filmin. Sea como fuere, pienso sinceramente que
ambos filmes de Mouret, aunque nunca figuren entre lo más destacado de la
Historia del Cine, sí deberían hacerlo entre las mejores muestras del cine de
hoy en día. Nada más y nada menos.
Sandrine
Kiberlain (“Enamorado de mi mujer”, con Gérard Depardieu, “Un nuevo mundo”,
junto a Vincent Lindon) le interpreta a ella, mientras que Vincent Macaigne (“Las
cosas que decimos, las cosas que hacemos”, “Médico de noche”, de Elie Wajeman)
le da vida a él. Ambos comparten el peso de esta propuesta simple, pero no
simplona, y que rescata en un elevado porcentaje la esencia del Séptimo Arte.