De
entre los innumerables problemas que debe afrontar el sector cinematográfico,
sobresalen dos especialmente preocupantes: la escasez de ideas originales y la
ausencia de valentía a la hora de apostar por propuestas novedosas. Las grandes
productoras tienden a decantarse por rodar secuelas, precuelas o, lo que
todavía resulta más significativo, volver a rodar de nuevo títulos ya estrenados.
Dentro de estos denominados “remakes”, existen varias tendencias. Los hay que
pretenden adaptarse a una concreta cultura de otros lugares (como ocurrió con
“Vanilla Sky” y “Abre los ojos” o con la “La familia Bélier” y la sorprendentemente
oscarizada “CODA”). También figuran aquellos que, perteneciendo a la misma
industria nacional, se repiten con el paso de las décadas (véase “Psicosis” de
1960 y de 1998, “El planeta de los simios” de 1968 y de 2001, “Poltergeist” de 1982
y de 2015, o ”Desafío total” de 1990 y de 2012). Los ejemplos son muy numerosos
y, como regla general sin apenas excepciones, no lograron mejorar el original.
Se parte de premisas diabólicas, según las cuales el público actual no querrá
visionar obras del pasado, o los espectadores de un determinado país no apreciarán
trabajos rodados fuera de sus fronteras. Así, sobre tan discutibles eufemismos,
se potencia el uso de unas fórmulas de sobra conocidas y basadas en exitosas
historias del pasado. Se habla de “adaptación a los nuevos tiempos”, “revisión”,
“actualización” o, peor aún, de “acomodación a lo políticamente correcto” en
cada etapa.
En
1984 se estrenó “Ojos de fuego”, de Mark L. Lester, con una jovencísima Drew
Barrymore que seguía engullida por el éxito descomunal de “E.T. El
extraterrestre”. Basada en una novela de Stephen King, la cinta no obtuvo demasiada
repercusión por aquel entonces. Ahora, a cuarenta años vista, llega a las
pantallas repitiendo título, trama, tratamiento y propuesta. Por ello, lo más
neutro que cabe indicar es que se torna manifiestamente innecesaria. No aporta
nada ni tampoco mejora a su antecesora en ningún aspecto. Incluso el cartel
anunciador constituye un calco del utilizado a principios de los ochenta. Perteneciente
al género de terror, cuenta cómo una chica con poderes extraordinarios lucha
para protegerse a sí misma y a su familia de las siniestras fuerzas que quieren
capturarla y controlarla. Sus padres llevan huyendo un largo período, en su
desesperado intento de esconderla de un Gobierno empeñado en aprovechar su
inmenso don como arma. Y, aunque inicialmente
se ha logrado que la menor domine ese poder, cada vez se vuelve más
difícil de contener.
El
realizador Keith Thomas llamó levemente la atención en 2019 con “The Vigil”,
pero con este traspié regresa a la casilla de salida. Usando idéntico potencial
que su protagonista, dan ganas de quemarlo todo. Las productoras
cinematográficas deberían reflexionar sobre la deriva a la que están empujando
al Séptimo Arte. Quizás esta actitud explique la trayectoria cada vez más
pujante de las series, habida cuenta que cuesta un mundo hallar opciones
válidas en las salas de proyección. Encabeza el elenco Zac Efron, muy popular
gracias a su papel en “High School Musical” de Disney Channel, pero que no ha
terminado de dar el salto definitivo a la gran pantalla. Probablemente su mejor
aportación sea la de “El gran showman” (2017), ya que el resto de su
filmografía le supone un pesado lastre hasta el momento. El personaje de la
niña corre a cargo de Ryan Kiera Armstrong, a quien hemos visto en “El arte de
vivir bajo la lluvia”, “It: capítulo 2” o la reciente “La guerra del mañana”
(en la plataforma Amazon). Figuran asimismo Kurtwood Smith (“RoboCop” de 1987,
“El club de los poetas muertos”, “Inocencia interrumpida”) y Sydney Lemmon (integrante
de la serie televisiva “Succession”).
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