Reconozco
una cierta devoción por no pocas películas británicas de época donde se recrean
estéticas y actuaciones en un estilo clásico. De cuando en cuando suelo revisar
las obras de James Ivory, sobre todo la magnífica “Lo que queda del día”,
quintaesencia de esta sutil modalidad cinematográfica. “Downton Abbey” nació en
formato televisivo, pero su éxito la llevó hasta la gran pantalla. En 2019 se
estrenó en las salas de proyección y su resultado respondió a la tradicional
corrección inglesa. Ahora llega su segunda parte, “Downton Abbey: Una nueva era”,
que responde a idénticos parámetros y ofrece exactamente lo que se espera de
ella. No creo, pues, que ningún espectador encuentre frustradas sus expectativas.
No obstante, la precisión de los decorados, el vestuario y la fotografía se ven
aquí un tanto descompensados por un guion más insulso. En todo caso, sin
alcanzar el nivel de los grandes títulos del subgénero, tampoco desentona,
manteniendo una discreta posición entre el acierto técnico y la falta de
contundencia de la trama.
Especialmente
recomendada para los fieles seguidores de la serie que ganó quince premios Emmy
a lo largo de cinco temporadas, presenta varios relatos entrecruzados cuyo principal
mérito estriba en los elegantes adornos que envuelven toda la historia. Su
director, Simon Curtis, debutó profesionalmente con la interesante “Mi semana
con Marilyn”, y posteriormente ha firmado trabajos sugestivos, como “La dama de
oro”, y originales, como “El arte de vivir bajo la lluvia”. Sabe relatar, lo
que para un realizador supone un prometedor comienzo. En “Downton Abbey: Una
nueva era” no defrauda. Tal vez no arriesgue demasiado, certificando un
largometraje ligeramente anodino, pero los fastos mitigan cualquier sabor amargo.
Una
condesa viuda hereda de un viejo amigo una villa en el sur de Francia.
Entretanto, un cineasta obtiene permiso para rodar una película en Downton
Abbey, una noticia que no agrada a toda la familia. Para evitarse los trajines
del rodaje, algunos de los miembros viajan al país galo con el ánimo de
averiguar por qué Violet se ha visto beneficiada con ese edificio. Julian
Fellowes, guionista británico nacido en El Cairo y ganador de un Oscar por “Gosford Park”, ha
sido el responsable, tanto de la serie de televisión como de la anterior adaptación
cinematográfica. Su extenso currículum incluye filmes como “La feria de las
vanidades”, “La reina Victoria” o “La casa torcida”. Se trata de un todoterreno
que tan pronto aparece como actor en “Herida”, de Louis Malle o en “Tierras de
penumbra”, de Richard Attenborough, o produce la versión de “Romeo y Julieta” de
Carlo Carlei (2013). Sin duda se mueve a la perfección en estos tradicionales y
recargados escenarios ingleses. Aun así, yo creo que ya no sería conveniente
abordar una tercera parte. En ocasiones, como decía Napoleón, una retirada a
tiempo es una victoria.
La
distinguida actriz Maggie Smith figura nuevamente en el reparto y contar con
ella constituye casi una obligación. Atesora innumerables interpretaciones
sobre estos modelos netamente británicos. A sus apariciones en la saga de
“Harry Potter” se añaden “Un cadáver a los postres”, “Muerte en el Nilo” (John
Guillermin, 1978), “Una habitación con vistas” o “Ricardo III”. Con dos
estatuillas de Hollywood en su haber (de entre seis candidaturas), refleja a la
perfección la distinción y la personalidad anglosajonas por antonomasia. Le
acompañan Michelle Dockery (“The Gentlemen: Los señores de la mafia”, “Anna
Karenina”, de Joe Wright), Elizabeth McGovern (muy popular en los años ochenta
gracias a cintas como “Gente corriente”, “Érase una vez en América”, “La loca
aventura del matrimonio” o “Falso testigo”) y Dominic West (“The Wire”, “The
Crown”).
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