“Los
ojos de Tammy Faye” cuenta como valor principal con la actuación de Jessica
Chastain, ganadora del Oscar y nominada al Globo de Oro por este papel con el
que vuelve a demostrar un talento innegable, interpretando de forma creíble y
efectiva su personaje y dándole en cada escena el impulso y el carisma
necesarios para cimentar toda la película sobre él. Sin embargo, yo abordé la
proyección con indiferente distancia. Ni la historia ni sus protagonistas me
generaron interés. Quizá fuera por su temática, que me resulta muy ajena y, hasta
cierto punto, incomprensible. Pero el hecho cierto es que, transcurrida media
hora de metraje, ya estaba consultando el reloj.
No
obstante, el largometraje evidencia la capacidad de los miembros del equipo. El
director, Michael Showalter, responsable, entre otras, de la aguda “La gran
enfermedad del amor”, no desentona en cuanto al estilo de la narración, y la
ambientación también luce adecuada, al punto de haberse alzado asimismo con la
estatuilla de Hollywood al mejor maquillaje y peluquería. Es, pues, de justicia
reconocer su profesionalidad y buen hacer. Mi problema radica en que no me interesa
lo que cuenta, ocasionándome un evidente desapego.
Como
cualquier “biopic” que relata la biografía de una persona real, han de existir
razones de peso para adentrarse en su perfil o para exponer algún acontecimiento
histórico relevante, un motivo que encienda una chispa y produzca una atracción.
Y, en mi caso particular, el fenómeno de los “telepredicadores”, figuras muy
comunes y aceptadas en Estados Unidos, me suscita gran indiferencia e, incluso,
me provoca cierta desconfianza. Tal vez se deba a cuestiones culturales o
religiosas, pero es un contenido que termina por aburrirme.
Basada
en la curiosa vida de la telepredicadora evangelista Tammy Faye Bakker, narra
su extraordinario ascenso y sus vaivenes posteriores. Durante los años setenta
y ochenta, ella y su marido, Jim Bakker, propiciaron la creación de una serie
de cadenas y programas televisivos especializados en la difusión de su mensaje.
Incluso hasta un parque temático. Tammy Faye era famosa por sus pestañas y su
modo de cantar, pero las irregularidades financieras, las rivalidades y varios escándalos
terminaron echando por tierra todos los logros conseguidos.
Por
momentos cuesta creer que nos hallemos ante hechos verídicos aunque, teniendo
en cuenta que en este mundo la realidad supera a la ficción, procede aceptar finalmente que así se
desarrollaron las circunstancias, por muy exageradas que parezcan. No se pone,
pues, en cuestión la fidelidad del relato, si bien cinematográficamente no
aporta nada relevante, más allá de la buena actuación de la actriz
protagonista. En mi opinión, supone más una pesadez que una distracción desde
el punto de vista del entretenimiento.
Siempre
ha defendido que Jessica Chastain debió ganar el Oscar en 2013 por su labor en
“La noche más oscura”. No fue así y el preciado galardón terminó en manos de Jennifer
Lawrence gracias a “El lado bueno de las cosas”. Chastain ha desplegados poderosas
y brillantes interpretaciones en títulos como “Criadas y señoras”, “La
desaparición de Eleanor Rigby”, “Interstellar”, “El año más violento” o “El
caso Sloane” e, indudablemente, se trata de una magnífica actriz, pese a algún
sonoro resbalón como la reciente y decepcionante “Agentes 355”.
Figura
también en el reparto Andrew Garfield, visto en cintas como “Nunca me
abandones”, “La red social” o “Silencio”, y también nominado en esta edición a la
estatuilla dorada a mejor actor principal por “tick, tick...BOOM!”, el
desenfadado musical de Lin-Manuel Miranda. Aun a la sombra de su compañera,
desarrolla una trabajo correcto. Les acompañan como secundarios Vincent
D'Onofrio (“Men in Black”, “La chaqueta metálica”, “Ed Wood”), Cherry Jones
(“Señales”, “El bosque”, “La tormenta perfecta”) y Fredric Lehne (“Gente
corriente”, “El gran Showman”).
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