No
hay duda de que Pedro Almodóvar es el director español más conocido y
reconocido a nivel mundial. Poseedor de un
sello de identidad intransferible, dota a sus largometrajes de un colorido
especial, una narrativa personal y una forma de condimentar los diálogos y las
secuencias a base de mezclar su dramatismo y comicidad tan característicos.
Ganador de un Oscar al mejor guion por “Hable con ella” (en mi opinión, su
mejor película), pasea su cine por los principales festivales logrando levantar
expectación con cada nuevo título. En “Madres paralelas” pueden hallarse buena
parte de esas señas que le identifican, como los colores fuertes, los giros
humorísticos, el retorno al pueblo o la participación de sus actrices más
icónicas, por lo que es posible reconocer la mano del cineasta en los planos,
la estética y el prototipo de drama.
Sin
embargo, no consigue alcanzar los niveles de calidad de sus trabajos más
sobresalientes, entre ellos sus últimos “Dolor y gloria” y “Julieta”. El
principal problema de “Madres paralelas” estriba en que trata demasiados temas
muy diferentes y con sustantividad propia, pero sin hilvanarlos bien entre sí.
Más que madres paralelas, parecen tramas paralelas que, cuando pretenden confluir,
lo hacen de modo un tanto torpe y artificial. Reivindicaciones transmitidas en
un tono aleccionador que poco tiene que ver con el cinematográfico, unidas a
una tragedia particular, una reflexión maternal, un posicionamiento sexual y
una crítica política, resultan desacompasadas. En algunas secuencias, chirría
la introducción de alguno de estos elementos entre los demás, como si se
necesitase un calzador para meter a presión un zapato en un pie que quizá
necesita otro número, lo que resta credibilidad al relato y afecta a la
necesaria implicación emocional que requiere un argumento como este. Contar una
historia no es lo mismo que pronunciar un discurso y, en este caso, “Madres
paralelas” tiene más de discurso (del que, por otra parte, nada que objetar)
que de historia y, desde un punto de vista estrictamente artístico, la obra se
resiente.
En
este proyecto se aprecia además un gran desnivel entre los personajes masculinos
y femeninos. Dentro de la filmografía de Almodóvar el protagonismo femenino es
innegable, aunque en general con notables contrapesos que dotan de cierto
equilibrio a la parte interpretativa. Sin embargo, en “Madres paralelas”, Israel
Elejalde no sitúa a su personaje a la altura de los de sus compañeras, quizá
porque no está perfilado con la entidad suficiente y en cada plano aparece forzado
y desubicado. Sea como fuere, y pese a
los reparos expuestos, el director refleja en varias escenas sus rasgos
singulares a través de sus dosis habituales de drama y humor.
Dos
mujeres solteras coinciden en una habitación del hospital donde van a dar a
luz. Janis, la mayor, no se arrepiente de su maternidad y está exultante. La
otra, Ana, es una adolescente asustada y arrepentida. A partir de ese momento,
se inicia una relación entre ambas que perdurará a lo largo del tiempo. Los
avatares de la vida las golpearán y, sin querer, terminarán golpeándose
igualmente entre ellas, lo que afectará irremediablemente a sus respectivos
futuros. Simultáneamente, Janis emprende una decidida lucha para poder
desenterrar a un antepasado suyo de una fosa común de la época de la Guerra Civil.
Dentro
del elenco sobresale la actriz Penélope Cruz, cuyo esfuerzo interpretativo
queda plasmado en pantalla. Destaca asimismo la casi debutante Milena Smit. Las
dos llevan sobre sus hombros el peso actoral y, en un notable porcentaje,
constituyen el motor de la película. Cuando la acción se centra en ellas, el conjunto
final gana enteros. En esta ocasión, tampoco faltan Rossy de Palma y Julieta Serrano,
aunque sus apariciones evidencian más una manía o una superstición del
realizador manchego que una necesidad en sí misma.
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