“Malcolm
& Marie” es una interesante película que se asienta sobre unas interpretaciones
destacadas. Su apariencia de acusada simplicidad (la acción, a cargo de dos
únicos actores, transcurre dentro de una vivienda en tiempo real) esconde la
enorme complejidad de la condición humana. Refleja la puesta en escena de una
pugna personal a través de una batalla dialéctica que obra como terapia en la
que cada miembro de la pareja vomita todo lo que lleva dentro. Sin embargo,
aunque logra entretener durante buena parte del metraje, la simpleza del
planteamiento también le pasa factura. La reiteración de los punzantes
monólogos y la insistencia en las discusiones acaloradas terminan por agotar al
espectador. De hecho, mi principal experiencia tras la conclusión del
largometraje fue la del agotamiento, pese a reconocerle no pocos valores.
Aunque
suene contradictorio, constituye un film antagónico a sí mismo, capaz de
presumir al mismo tiempo de sus méritos y de lo opuesto a dichos méritos. De
una parte, rebosa autenticidad y credibilidad gracias a unas valientes y
sólidas actuaciones pero, simultáneamente, su visionado en forma de permanente montaña
rusa conduce finalmente a experimentar cierto regusto de falsedad. Durante una
hora y cuarenta y cinco minutos el vaivén de pasiones y broncas, declaraciones
de amor y odio, sensualidad y frialdad calculada es continuo, asombrando y saturando a la par.
Un
director de cine y su pareja regresan a casa tras el estreno de su último
trabajo. Lo que prometía ser una noche de celebración se va transformando en un
cruce de acusaciones mutuas donde ambos expresarán sus reproches, miedos y sentimientos,
evidenciando que la atracción que les une arrastra, asimismo, numerosas quejas
y frustraciones.
Rodada
en blanco y negro en plena pandemia, su realizador es Sam Levinson, hijo del
oscarizado cineasta Barry Levinson (responsable de títulos tan conocidos como
“Rain Man”, “Bugsy”, “La cortina de humo”, “El secreto de la pirámide” o “Good
Morning, Vietnam”). Se trata de su
tercera incursión en la gran pantalla y, a mi juicio, su mejor película. Aunque
los jóvenes le conozcan por su labor detrás de la cámara en la serie de
televisión “Euphoria” (donde ya coincidió con la actriz protagonista, Zendaya),
cuenta con un innegable futuro dentro de la profesión, si bien debe revisar su
tendencia a esa reiteración y optar por un uso proporcional de los recursos
cinematográficos. Algunos de los discursos resultan demasiado prolongados y
excesivamente redundantes, y el desenlace global, extenuante, por más que
englobe muchos aspectos positivos.
Destaca
de forma patente el duelo actoral entre los dos únicos intérpretes. John David
Washington, hijo del admirado Denzel Washington (una de las grandes figuras de
la industria del Séptimo Arte en las últimas décadas) reúne ya varias
actuaciones dignas de mención. Debutó con apenas ocho años en “Malcolm X” de Spike
Lee, pero empezó a despuntar en “Infiltrado en el KKKlan” (2018), concatenando
desde entonces diversos estrenos de relevancia, como “The Old Man & the Gun”
(2018) o la reciente “Tenet” (2020). En “Malcolm & Marie” sostiene en gran
medida sobre sus hombros la estructura del proyecto, armando un personaje
contradictorio cargado de vanidades e inseguridades con el que dota de notable
solvencia a la cinta.
La
otra mitad del esfuerzo recae sobre Zendaya, icono juvenil que ya posee un
premio Emmy por su participación en esa citada rareza (no la califico así en
sentido negativo, aunque no me llame la atención la propuesta) emitida en la
plataforma HBO titulada “Euphoria”. Hasta ahora sus apariciones eran
consecuencia de su particular popularidad, pero en “Malcolm & Marie”
realiza su mejor actuación para la pantalla grande y demuestra su valía.
Próximamente intervendrá en el remake de “Dune” y sólo queda desear que sepa
orientar su carrera artística de manera adecuada.
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