El realizador neoyorkino James Mangold ha demostrado su capacidad de probar prácticamente todos los géneros cinematográficos y, además, con notable acierto. Se inició profesionalmente en el año 1995 con el drama romántico Heavy protagonizado por Liv Tyler. Después se pasó al thriller policiaco con Copland, donde un inusualmente aceptable Sylvester Stallone estaba arropado por pesos pesados de la talla de Robert de Niro y Harvey Keitel. Más tarde, rodó un ejemplo de cine biográfico de difícil clasificación, Girl Interrupted, cinta con la que una jovencísima Angelina Jolie ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria. También coqueteó con la comedia romántica en Kate & Leopold, con el terror en Identity, con el drama musical en En la cuerda floja -con dos excelentes Joaquin Phoenix y Reese Witherspoon dando vida al cantante Johnny Cash y a su esposa y gran amor June Carter, papel que le valió la estatuilla a Witherspoon como mejor actriz protagonista-. Incluso se aventuró con el western en El tren de las 3:10, contando con la colaboración de Russell Crowe y Christian Bale.
Todos sus proyectos pueden calificarse de, al menos, interesantes en cuanto a registros interpretativos e intensidad de las escenas. Por ello, su pretensión de rodar un largometraje de acción en tono de comedia no resultaba excesivamente sorprendente, teniendo en cuenta que ya había demostrado que los cambios de registro no le perjudicaban. Sin embargo, Noche y día constituye claramente su peor trabajo hasta la fecha, probablemente porque en la mayor parte de su filmografía anterior el propio Mangold ejercía también como guionista y, en este caso, esa labor recae en el primerizo Patrick O´Neill. Tampoco es descartable la influencia negativa de Cameron Díaz, actriz de innegable atractivo físico pero muy limitada desde el punto de vista interpretativo. Intentar salvar cada plano con una amplia sonrisa resulta insuficiente a todas luces. Pero, en mi opinión, la principal razón por la que Noche y día no funciona como comedia de acción –cuestión por otra parte extremadamente difícil- es su ausencia de actores especialmente dotados para el humor (caso de Will Smith en alguno de sus títulos) o cuya especial conexión con el público sirve para plasmar acertadamente un guión ágil, divertido e impactante (caso de Bruce Willis en la primera parte de Jungla de Cristal). Exceptuando esos supuestos lo normal es rozar el ridículo. De hecho, su presupuesto de casi ciento veinte millones de dólares apenas ha logrado una recaudación de setenta en el mercado norteamericano, aspirando a recuperar la inversión con su carrera comercial a nivel internacional.
Particularmente triste resulta la aportación de Tom Cruise, un buen actor en cuyo currículum brillan títulos muy recomendables como Nacido el cuatro de julio, Algunos hombres buenos, La tapadera, Rain Man o Collateral pero que en los últimos tiempos no acierta con sus apuestas cinematográficas, si bien hay que reconocerle cierta valentía en su faceta de productor arriesgado -Los otros, Narc, la minusvalorada pero muy interesante Elisabethtown-. Actualmente trabaja en la preproducción de la cuarta parte de Misión imposible. Ha contratado como director a Brad Bird, un especialista del género de animación que realizó Los increíbles o Ratatouille. Tiene previsto el rodaje de una comedia dirigida por Shawn Levy –Noche en el Museo I y II- y protagonizada por Ben Stiller, cuyo título provisional es The Hardy Men. Ojalá Cruise retorne cuanto antes a la senda de las buenas películas, aunque con estos proyectos a corto plazo tampoco parece que sea posible.
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