Ronald Emmerich, realizador alemán especializado en un subgénero cinematográfico denominado cine de catástrofes, se dio a conocer en el año 1992 con la cinta Soldado universal, protagonizada por el inefable Jean-Claude Van Damme, a la que siguieron una selección de títulos de temática militar, futurista y pseudocientífica como Stargate, Independence Day o Godzilla. En 2004 recreó en El día de mañana un planeta sometido a una nueva era glaciar para, cuatro años más tarde, mostrar su visión de la vida primitiva en la Tierra en el numérico film 10.000. Por lo tanto, su filmografía es eminentemente técnica y, en ese sentido, los productos que genera son de calidad. Es habitual que sus largometrajes sumen reconocimientos por los efectos especiales, la calidad del sonido y el montaje de efectos sonoros pero, aunque obtiene resultados muy loables en el aspecto visual contemplado como espectáculo, fracasa en el aspecto de la narración cinematográfica. En realidad, Emmerich está más cerca de un magnífico director de videoclips musicales que de un correcto cineasta. Basta con ver el tráiler de 2012 para entender este planteamiento, puesto que dicha superproducción se basa en una larga concatenación de imágenes muy impactantes que recrean la destrucción y juegan con la magnitud del desastre que muestran.
La idea central del largometraje nace de una supuesta predicción de la civilización maya, si bien son muchas las personas que afirman que se trata solamente de otra fiebre de implantación colectiva (una más) similar a la sucedida en el último cambio de milenio. Sea como fuere, lo cierto es que, según los antiguos pobladores de Centroamérica, el 21 de diciembre del año 2012 llegará el día del fin del mundo, posibilidad que ha servido a los avezados productores de la industria de Hollywood para poner en pie otra de sus superproducciones. De nuevo, los aspectos técnicos son impecables y la sensación de montaña rusa que provoca la proyección sin duda entretiene e, incluso, divierte, de modo que es justo reconocerle un elevado nivel de aceptación popular. Ahora bien, más les vale mantener el fervor de los espectadores porque, con un presupuesto estimado de doscientos sesenta millones de dólares, necesitará a muchos de ellos para rentabilizar un proyecto tan costoso. Los sesenta y cinco millones recaudados en su primer fin de semana en Estados Unidos no parecen suficientes para tranquilizar a unos inversores que todavía tendrán que esperar algún tiempo para comprobar si su apuesta se recupera según lo previsto. Está claro que en esta película todo resulta de dimensiones desproporcionadas, incluido un metraje que sobrepasa las dos horas y media.
Es frecuente en este género de cine de catástrofes confeccionar un reparto que mezcle tanto a actores con experiencia y veteranía como a jóvenes promesas de la interpretación. Títulos como Terremoto, El coloso en llamas, Aeropuerto o, más recientemente, Armageddon e Independence Day, avalan esa tesis. En esta ocasión, el actor norteamericano John Cusack (Los timadores, Balas sobre Broadway, Alta fidelidad, La pareja del año) es el protagonista principal de la historia. Completan el elenco artístico Danny Glover (Grand Canyon, Arma letal), Woody Harrelson (Una proposición indecente, Asesinos natos), Oliver Platt (Los tres mosqueteros, Frost/Nixon) y las actrices Amanda Peet (Syriana, Falsas apariencias) y Thandie Newton (Crash, Rocknrolla).
La idea central del largometraje nace de una supuesta predicción de la civilización maya, si bien son muchas las personas que afirman que se trata solamente de otra fiebre de implantación colectiva (una más) similar a la sucedida en el último cambio de milenio. Sea como fuere, lo cierto es que, según los antiguos pobladores de Centroamérica, el 21 de diciembre del año 2012 llegará el día del fin del mundo, posibilidad que ha servido a los avezados productores de la industria de Hollywood para poner en pie otra de sus superproducciones. De nuevo, los aspectos técnicos son impecables y la sensación de montaña rusa que provoca la proyección sin duda entretiene e, incluso, divierte, de modo que es justo reconocerle un elevado nivel de aceptación popular. Ahora bien, más les vale mantener el fervor de los espectadores porque, con un presupuesto estimado de doscientos sesenta millones de dólares, necesitará a muchos de ellos para rentabilizar un proyecto tan costoso. Los sesenta y cinco millones recaudados en su primer fin de semana en Estados Unidos no parecen suficientes para tranquilizar a unos inversores que todavía tendrán que esperar algún tiempo para comprobar si su apuesta se recupera según lo previsto. Está claro que en esta película todo resulta de dimensiones desproporcionadas, incluido un metraje que sobrepasa las dos horas y media.
Es frecuente en este género de cine de catástrofes confeccionar un reparto que mezcle tanto a actores con experiencia y veteranía como a jóvenes promesas de la interpretación. Títulos como Terremoto, El coloso en llamas, Aeropuerto o, más recientemente, Armageddon e Independence Day, avalan esa tesis. En esta ocasión, el actor norteamericano John Cusack (Los timadores, Balas sobre Broadway, Alta fidelidad, La pareja del año) es el protagonista principal de la historia. Completan el elenco artístico Danny Glover (Grand Canyon, Arma letal), Woody Harrelson (Una proposición indecente, Asesinos natos), Oliver Platt (Los tres mosqueteros, Frost/Nixon) y las actrices Amanda Peet (Syriana, Falsas apariencias) y Thandie Newton (Crash, Rocknrolla).
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