En el año 1996 se creó una pequeña productora denominada Summit Entertainment que, dada su dimensión reducida, comenzó a financiar películas en régimen de coproducción, algunos de cuyos títulos son American Pie, Vanilla Sky o Sr. y Sra. Smith. Su aportación en todas ellas era siempre minoritaria y buscaba el respaldo de otras productoras con un volumen de negocio superior y un mayor potencial. Diez años después, en 2006, el antiguo ejecutivo de Paramount Pictures Rob Friedman se incorporó a la empresa y se lanzó definitivamente a la aventura cinematográfica en solitario. Sus comienzos fueron modestos hasta que se cruzaron en su camino las novelas de la escritora norteamericana Stephenie Meyer, autora de una saga literaria compuesta por cuatro libros: Crepúsculo, Luna nueva, Eclipse y Amanecer. La posterior adaptación para la gran pantalla de estas obras ha colocado a Summit en los primeros puestos de la recaudación, desde los que se codea con las grandes compañías históricamente más potentes del sector. Con Crepúsculo, tras una inversión de unos treinta y siete millones de dólares, obtuvo sólo en ingresos directos de taquilla casi cuatrocientos millones a nivel mundial, cerrando el año 2008 entre los diez filmes más taquilleros del año en Estados Unidos.
El éxito de estas películas se basa, además de en un fenómeno literario de proporciones descomunales, en una correctísima combinación entre el género romántico y el fantástico que ha conectado con un público muy numeroso repartido por todo el planeta. Y, aunque las cintas de acción (y más concretamente de vampiros –como es el caso-) suelen siempre incluir alguna trama sentimental o sexual secundaria respecto de la historia principal descansando en patrones que distan mucho del género romántico en sentido estricto, tanto Crepúsculo como Luna nueva son ante todo películas de amor. Cuando el maestro Francis Ford Coppola estrenó su Drácula hace casi dos décadas ocurrió algo similar en virtud de la enorme carga sentimental que marcaba todo el largometraje. Obviamente, ninguno de los dos títulos citados se acerca a la gran obra del director de El padrino, claramente instalada en un nivel superior. Pero, reconociendo una calidad inferior, no hay duda de que son las primeras producciones que tienen en el estilo de su adaptación literaria algunos puntos de conexión con la obra de Bram Stoker, al colocar al amor como su principal motor narrativo.
El envoltorio evidencia que nos hallamos ante una realización destinada a un perfil de espectador mayoritariamente adolescente y, por ese motivo, cuenta de entrada con el rechazo de buena parte de la crítica y el menosprecio de cierto sector del público pero, a pesar de esos obstáculos, el resultado que ofrece tiene papeletas más que suficientes para convertirse en una saga de culto, concepto bien diferente al de saga de éxito, ya que el matiz añade una influencia más profunda sobre toda una generación que se ha emocionado y ha disfrutado con las vivencias de sus protagonistas. Este relato de amor idílico ha encandilado tanto a adolescentes como a quienes no lo son tanto pero que tal vez rememoren una clase de sentimiento ya olvidado o, incluso, inexistente que, en su fuero interno, consideren propio exclusivamente de mentes juveniles. Sea como fuere, los doscientos sesenta millones de dólares recaudados en su primer fin de semana de exhibición reflejan un fenómeno que trasciende a una mera moda prefabricada.
Chris Weitz, realizador más experto en comedias (de hecho, recibió una nominación al Oscar en 2003 como guionista de la interesante Un niño grande con Hugh Grant y Rachel Weisz en el reparto) dirige este trabajo. Para el rodaje de Eclipse, tercera entrega cuyo estreno se prevé para finales de 2010, el encargado será David Slade, un habitual del thriller que saltó a la fama con la impactante Hard Candy. Repiten en los papeles protagonistas los mediáticos Robert Pattinson, Kristen Stewart y Taylor Lautner, marcados profesionalmente para siempre a causa del encasillamiento de sus personajes.
El éxito de estas películas se basa, además de en un fenómeno literario de proporciones descomunales, en una correctísima combinación entre el género romántico y el fantástico que ha conectado con un público muy numeroso repartido por todo el planeta. Y, aunque las cintas de acción (y más concretamente de vampiros –como es el caso-) suelen siempre incluir alguna trama sentimental o sexual secundaria respecto de la historia principal descansando en patrones que distan mucho del género romántico en sentido estricto, tanto Crepúsculo como Luna nueva son ante todo películas de amor. Cuando el maestro Francis Ford Coppola estrenó su Drácula hace casi dos décadas ocurrió algo similar en virtud de la enorme carga sentimental que marcaba todo el largometraje. Obviamente, ninguno de los dos títulos citados se acerca a la gran obra del director de El padrino, claramente instalada en un nivel superior. Pero, reconociendo una calidad inferior, no hay duda de que son las primeras producciones que tienen en el estilo de su adaptación literaria algunos puntos de conexión con la obra de Bram Stoker, al colocar al amor como su principal motor narrativo.
El envoltorio evidencia que nos hallamos ante una realización destinada a un perfil de espectador mayoritariamente adolescente y, por ese motivo, cuenta de entrada con el rechazo de buena parte de la crítica y el menosprecio de cierto sector del público pero, a pesar de esos obstáculos, el resultado que ofrece tiene papeletas más que suficientes para convertirse en una saga de culto, concepto bien diferente al de saga de éxito, ya que el matiz añade una influencia más profunda sobre toda una generación que se ha emocionado y ha disfrutado con las vivencias de sus protagonistas. Este relato de amor idílico ha encandilado tanto a adolescentes como a quienes no lo son tanto pero que tal vez rememoren una clase de sentimiento ya olvidado o, incluso, inexistente que, en su fuero interno, consideren propio exclusivamente de mentes juveniles. Sea como fuere, los doscientos sesenta millones de dólares recaudados en su primer fin de semana de exhibición reflejan un fenómeno que trasciende a una mera moda prefabricada.
Chris Weitz, realizador más experto en comedias (de hecho, recibió una nominación al Oscar en 2003 como guionista de la interesante Un niño grande con Hugh Grant y Rachel Weisz en el reparto) dirige este trabajo. Para el rodaje de Eclipse, tercera entrega cuyo estreno se prevé para finales de 2010, el encargado será David Slade, un habitual del thriller que saltó a la fama con la impactante Hard Candy. Repiten en los papeles protagonistas los mediáticos Robert Pattinson, Kristen Stewart y Taylor Lautner, marcados profesionalmente para siempre a causa del encasillamiento de sus personajes.