El cineasta norteamericano Ron Howard comenzó su carrera profesional en el campo de la interpretación, pasión heredada de sus padres, actores ambos tanto de cine como de televisión. Participó en algunas series muy populares como Bonanza, M.A.S.H. y Saturday Night Live y en la gran pantalla también intervino en pequeños papeles - American Graffiti-. Sin embargo, la fama le llegó al dar el salto a la dirección. En esta faceta ha demostrado saber evitar los encasillamientos y probar la práctica mayoría de los géneros cinematográficos. Ha rodado comedias (Un, dos, tres… Splash, Dulce hogar… a veces), aventuras (Willow), thriller (Llamaradas) y hasta cine infantil (El Grinch). Coqueteó incluso con el western (Un horizonte muy lejano) pero ha sido el drama el género que le ha reportado mayores reconocimientos. Años después de rodar Apolo 13, obtuvo los Oscar a mejor director y productor por Una mente maravillosa y, en la última edición de los premios de la Academia de Hollywood, fue nominado en idénticas categorías por la cinta Frost/Nixon. Por lo tanto, aunque no toda su filmografía mantiene el mismo nivel de calidad, puede enorgullecerse de contar con muy buenos títulos entre sus largometrajes.
Howard, en su afán de huir de las etiquetas, siempre había presumido de no repetir con ningún personaje y de no filmar ninguna secuela, fiel a esa pretensión de no encasillarse y buscando siempre proyectos originales y diferentes. Sin embargo, ahora presenta la segunda parte de El código Da Vinci y, para justificar la incoherencia con su anterior discurso, ha afirmado que este film no comparte similitudes con su precuela debido al mayor ritmo de su metraje. No obstante, los más de setecientos cincuenta millones de dólares que recaudó la adaptación de la novela de Dan Brown parecen alzarse como la verdadera motivación de ese cambio en sus normas de actuación.
Ciertamente, Ángeles y Demonios posee una dosis superior de acción y un ritmo más frenético que su antecesora y, quienes prefieran un tipo de cine basado en un ritmo visual sin descanso, saldrán razonablemente satisfechos tras la proyección. La trama se centra en cómo evitar cuatro asesinatos y la explosión de una bomba que se producirán consecutivamente entre las ocho de la tarde y la medianoche e inyecta a la narración una rapidez agotadora, aunque no por ello meritoria. Los numerosos admiradores de la ciudad de Roma, un escenario de auténtico lujo, también disfrutarán con el recorrido por buena parte de sus monumentos más emblemáticos.
Desafortunadamente la historia, amén de poco creíble (característica no imprescindible en determinados géneros cinematográficos pero sí en otros, como es este caso) está salpicada de diálogos pobres y discursos absurdos. El dado por el personaje interpretado por Ewan McGregor al interrumpir el cónclave de elección del futuro Papa en el Colegio Cardenalicio es una buena prueba de ello. Quien no haya leído previamente la obra ignorará si todos esos defectos son una herencia del propio best-seller o son producto de una adaptación discutible pero, en todo caso, Ángeles y Demonios no deja de resultar un thriller menor.
El protagonista principal es nuevamente el solvente actor norteamericano Tom Hanks, ganador de dos estatuillas doradas por sus papeles en Philadelphia y Forrest Gump y que recientemente encabezó el reparto de la muy recomendable La guerra de Charlie Wilson. Su innegable tirón popular constituye una de las claves del éxito de este film. La desconocida actriz israelí Ayelet Zurer, que participó en Munich de Steven Spielberg, da vida al personaje femenino.
Howard, en su afán de huir de las etiquetas, siempre había presumido de no repetir con ningún personaje y de no filmar ninguna secuela, fiel a esa pretensión de no encasillarse y buscando siempre proyectos originales y diferentes. Sin embargo, ahora presenta la segunda parte de El código Da Vinci y, para justificar la incoherencia con su anterior discurso, ha afirmado que este film no comparte similitudes con su precuela debido al mayor ritmo de su metraje. No obstante, los más de setecientos cincuenta millones de dólares que recaudó la adaptación de la novela de Dan Brown parecen alzarse como la verdadera motivación de ese cambio en sus normas de actuación.
Ciertamente, Ángeles y Demonios posee una dosis superior de acción y un ritmo más frenético que su antecesora y, quienes prefieran un tipo de cine basado en un ritmo visual sin descanso, saldrán razonablemente satisfechos tras la proyección. La trama se centra en cómo evitar cuatro asesinatos y la explosión de una bomba que se producirán consecutivamente entre las ocho de la tarde y la medianoche e inyecta a la narración una rapidez agotadora, aunque no por ello meritoria. Los numerosos admiradores de la ciudad de Roma, un escenario de auténtico lujo, también disfrutarán con el recorrido por buena parte de sus monumentos más emblemáticos.
Desafortunadamente la historia, amén de poco creíble (característica no imprescindible en determinados géneros cinematográficos pero sí en otros, como es este caso) está salpicada de diálogos pobres y discursos absurdos. El dado por el personaje interpretado por Ewan McGregor al interrumpir el cónclave de elección del futuro Papa en el Colegio Cardenalicio es una buena prueba de ello. Quien no haya leído previamente la obra ignorará si todos esos defectos son una herencia del propio best-seller o son producto de una adaptación discutible pero, en todo caso, Ángeles y Demonios no deja de resultar un thriller menor.
El protagonista principal es nuevamente el solvente actor norteamericano Tom Hanks, ganador de dos estatuillas doradas por sus papeles en Philadelphia y Forrest Gump y que recientemente encabezó el reparto de la muy recomendable La guerra de Charlie Wilson. Su innegable tirón popular constituye una de las claves del éxito de este film. La desconocida actriz israelí Ayelet Zurer, que participó en Munich de Steven Spielberg, da vida al personaje femenino.
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