Considero
a Alejandro Amenábar uno de los directores españoles de cine más brillantes y
versátiles. Su debut en la gran pantalla en 1996 con el largometraje “Tesis” me
pareció magnífico. Obtuvo siete premios Goya, incluyendo el de mejor película,
y constituyó una auténtica revelación por su originalidad, intensidad, frescura
y extraordinaria combinación entre el humor y el terror. En la década
posterior, su evolución profesional resultó igualmente relevante. “Abre los
ojos” (1997), “Los otros” (2001), “Mar adentro” (2004) y “Ágora” (2009”)
acreditaron su buen hacer y, sobre todo, su fiabilidad a la hora de abordar
otros géneros cinematográficos más allá del suspense y el thriller. Ante semejante
filmografía y cúmulo de reconocimientos (el propio cineasta ha ganado ocho
Goyas, además del Oscar al mejor film de habla no inglesa logrado por su obra
“Mar adentro” en 2005), yo me sentía maravillado y rendido a su talento.
Sin
embargo, en mi opinión, a partir de ahí se produjo un cambio en su trayectoria.
Quizá se acomodó, perdiendo mordiente e intensidad y volviéndose más predecible
y convencional en la forma narrativa y en la presentación de los personajes. El
hecho es que sus siguientes proyectos decayeron, si bien tampoco pueden
calificarse de malos o mediocres. Tal vez “Regresión” (2015) suponga su
propuesta más fallida y “Mientras dure la guerra” (2019) peque de plana y algo
monótona. Ahora estrena “El cautivo”, en la que continúa demostrando su
habilidad técnica, pero también esa merma en el grado de energía que desprendía
en sus comienzos.
Pretende
reflejar una faceta histórica de Miguel de Cervantes, escritor emblemático de
nuestro país. Más allá de los debates
sobre la falta de rigor del relato o acerca de la magnitud de las licencias que
Amenábar se permite como artista, el tono general corresponde al de una
aventura al uso, ofreciendo un entretenimiento bastante insustancial que no acaba
de llenar al espectador. No obstante, la pulcritud técnica de la producción se
manifiesta de modo incuestionable, si bien el guion y los personajes adolecen
de gancho y fuerza, por lo que, al final, queda un regusto a ficción un tanto
forzada, que se tolera gracias a la fastuosidad visual y al despunte de algunas
escenas ciertamente logradas.
Año 1575.
El joven soldado Miguel de Cervantes es capturado en alta mar por corsarios
árabes y llevado a Argel como rehén. Consciente de que allí le espera una muerte
cruel si su familia no paga pronto su rescate, Miguel encontrará refugio en su
pasión por escribir historias. Sus fascinantes textos devuelven la esperanza a
sus compañeros de prisión y acaban por llamar la atención de Hasán, el
misterioso y temido Bajá argelino, con quien comienza a desarrollar una extraña
afinidad. Mientras los conflictos aumentan entre sus compañeros, el joven,
animado de un inquebrantable optimismo, empezará a idear un arriesgado plan de
fuga.
Algunos
planos resultan muy hermosos y, posiblemente, satisfagan a los nostálgicos del
género clásico de aventuras con su fotografía, ambientación y diseño. En
cualquier caso, las dos horas y cuarto de proyección se tornan excesivas y a
los devotos de la etapa originaria del realizador nos invade la sensación de
que algo nos falta, aunque no sepamos explicar con precisión el qué.
Integran
el reparto Julio Peña (“A través de mi ventana”), Alessandro Borghi (“Las ocho
montañas”), José Manuel Poga (“El niño”), Roberto Álamo (“Que Dios nos
perdone”), Miguel Rellán (popular por series como “La que se avecina” o
“Compañeros”), Luis Callejo (“Tarde para la ira”) y Fernando Tejero (“Días de
fútbol”).
El
director compone de nuevo la banda sonora, reforzando así sus cualidades de
versatilidad y capacidad artística, por mucho que la música no sea la vertiente
en la que más destaca. Por lo que a mí respecta, lo mantengo como un referente,
pero ya sólo reviso sus filmes iniciales. Los demás los he visto, pero dudo que
repita su visionado.
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