Confieso
que Tim Burton me cae simpático. Incluso le profeso un venerado respeto como
artista, dado que en gran parte de su filmografía refleja un sello personal,
original e inconfundible, a prueba de modas, estrategias publicitarias o
imposiciones comerciales. No obstante, no se cuenta entre mis realizadores
preferidos, si bien me gusta la icónica “Eduardo Manostijeras”, me atrae la
rocambolesca “Big Fish”, reconozco su maestría en “Ed Wood” y, sobre todo, soy
un rendido admirador de “Pesadilla antes de Navidad” (aunque actúe aquí como creador
y productor, no como director). Sin embargo, demasiadas de sus propuestas me
resultan excesivamente recargadas, desproporcionadas y con un estilo tan desenfadado
que deriva en lo irracional y lo extravagante. Por ello, aunque me puede
arrancar alguna risa, conmoverme en determinadas escenas o impactarme con
alguna recreación visual, su forma de enfocar en conjunto la narración no acaba
de encajar plenamente conmigo. Aun así, mantiene una legión de seguidores y un
público fiel, por lo que su mérito como cineasta visionario queda fuera de duda.
Ya han
transcurrido nada menos que treinta y seis años desde el estreno de “Bitelchús”
(“Beetlejuice”), una locura inconexa que, pese a todo, logró un considerable
éxito y un grupo de incondicionales adeptos a este peculiar universo que no
atiende a ninguna regla convencional. Se trataba, en buena medida, de un
disparate que llamó la atención y hasta
agradó a suficiente número de espectadores como para elevarlo a la categoría de
película de culto. Yo asistí atónito y con incrédula expectación a su
visionado en 1988, pero nunca entendí el
motivo de semejante generación de entusiastas. Pese a contar con un reparto llamativo
(Michael Keaton, Alec Baldwin, Geena Davis o Winona Ryder, entre otros), a mi
juicio no pasaba de suponer una propuesta disparatada, para lo bueno y para lo
malo.
La
pregunta es si ahora, en 2024, se tornaba necesaria una segunda parte y, en mi
opinión, la respuesta es no. Lo que los incondicionales del cineasta pretenden
encontrar en ella ya lo tienen a su disposición en la estrenada en la década de
los ochenta. Más parece una huida hacia delante en busca de una antigua
nostalgia. Con la intervención de varios intérpretes que participaron en la
obra original, se percibe el deseo de querer vivir de las rentas obtenidas hace
más de siete lustros. Sea como fuere, los muy devotos del realizador
californiano comprobarán que continúa por la misma senda atolondrada y absurda
que tantos aplausos le brinda.
A título
personal, sigo percibiendo a Tim Burton como un creador irrepetible de
personajes y situaciones incomprensibles, encandilándome con algunas,
provocándome estupefacción con otras y preguntándome siempre si su mente de
artista contiene algo de lógica. Quién sabe si tal vez sea yo quien manifieste
cierta incapacidad para asumir esta clase de largometrajes.
Repiten
en el elenco Michael Keaton, Winona Ryder y Catherine O'Hara. El primero, ya
con setenta y tres años, recrea de nuevo con desparpajo a tan pintoresco ser. Habitual
del cine de este director, ha destacado en “Spotlight”, “Birdman o (La
inesperada virtud de la ignorancia)”, “Mis dobles, mi mujer y yo” o “Jackie
Brown”. Winona Ryder inició una prometedora carrera profesional, llegando a
filmar títulos como “La edad de la inocencia” o la versión de “Mujercitas”, de Gillian
Armstrong, pero finalmente no evolucionó como prometía. O'Hara figuró en “The
Paper (Detrás de la noticia)” y puso la voz a una de las animaciones de
“Pesadilla antes de Navidad”.
Les acompañan
Willem Dafoe, eterno y emblemático secundario norteamericano a cargo de una
trayectoria realmente destacada (“Arde Mississippi”, “The Florida Project”, “El
faro”), Monica Bellucci (“Malena”, “Matrix Reloaded”) y Jenna Ortega (“The
Fallout”, “Scream VI”).
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