Cuesta
hallar un adjetivo para calificar la película “Sangre en los labios”, como
tampoco resulta sencillo catalogarla entre los diferentes géneros del Séptimo
Arte, lo que hoy en día ya es de por sí un halago. En primer lugar, me gustaría
destacar que la propuesta me sorprendió y que, durante buena parte del metraje,
me enganchó, aunque al final deja un regusto bastante discreto. Se trata de uno
de esos largometrajes que se ven con curiosidad, por más que la posibilidad de
repetir visionado en el futuro se torne dudosa. Ante un panorama donde las
segundas partes, secuelas, precuelas y nuevas versiones inundan la cartelera,
cualquier propuesta original, arriesgada y desvergonzada tiene terreno ganado
frente a los ojos de un público ávido de ideas innovadoras.
“Sangre
en los labios” (desafortunada traducción del título original “Love Lies
Bleeding”) se alza como un film que parece pescar en diversas fuentes
cinematográficas, pero que también presume de trazar un camino propio. He leído
varias críticas que la presentan como una versión moderna y más descarada de
“Thelma & Louise”. Yo no me atrevo a suscribir tal comparación. La cinta de
Ridley Scott (1991) posee una mayor solidez en todos los aspectos, si bien determinadas
secuencias han heredado su espíritu rebelde, reivindicativo y transgresor.
En todo
caso, la característica principal de “Sangre en los labios” radica en su
marcada propensión hacia la violencia y los personajes descarnados y procaces, una
mezcla que al principio indigesta, pero que acaba funcionando mejor de lo
esperado. Y es que la intención de formalizar ofertas disparatadas, románticas,
sórdidas, esperpénticas y con una insolente tendencia hacia la crueldad y la
furia se antoja compleja y difícil de digerir pero, al menos a ratos, consigue
una extraña coherencia narrativa y su estética ochentera le aporta un beneficioso
toque agridulce.
Una mujer
decidida a destacar como culturista se empeña en acudir a Las Vegas para
participar en una competición. Durante el viaje realiza una parada en un
pequeño pueblo de Nuevo México, donde conoce a una joven solitaria que regenta
un gimnasio. El padre de esta, un delincuente profesional dedicado al tráfico
de armas, actúa como líder de una mafia local. Ambas inician una relación
amorosa que desata una reacción impredecible de violencia y sangre.
Dirige la
casi debutante Rose Glass, quien en 2019 filmó “Saint Maud” (por la que recibió
dos candidaturas a los BAFTA) y que ahora presenta este segundo trabajo, con el
que participó en el reciente Festival de Cine de Berlín. Demuestra coraje y
brío en el manejo de la cámara.
Kristen
Stewart, a quien vi por vez primera en la excelente “La habitación del pánico”,
de David Fincher -junto a Jodie Foster-, asume el papel protagonista. Más allá
de la popularidad obtenida con la saga “Crepúsculo”, cuenta con un currículum
integrado por títulos interesantes y muy notables, como “Café Society” de Woody
Allen; “Personal Shopper”, de Olivier Assayas; “Hacia rutas salvajes”, de Sean
Penn; o “Spencer”, de Pablo Larraín, que le reportó una nominación al Oscar a
la mejor actriz. Su ecléctica trayectoria la define como artista versátil y
efectiva, y su actuación en “Sangre en los labios” le ayudará a continuar por
esa senda.
Le
acompañan Katy O'Brian (de la serie “The Mandalorian”), Anna Baryshnikov
(“Manchester frente al mar”) y Dave Franco (“The Disaster Artist”). Mención
especial merece Ed Harris, prolífico y excelso actor, candidato en cuatro
ocasiones a la estatuilla dorada de Hollywood y a cargo de una envidiable filmografía.
Pese a que aquí el grado de histrionismo supera lo deseable, siempre es un
placer contemplar sus interpretaciones.
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