No se
puede considerar a Yorgos Lanthimos un cineasta convencional. El realizador
griego es propenso a exageraciones visuales, escenografías rocambolescas y
actuaciones aparatosas. En anteriores trabajos, como “Langosta”, “El sacrificio
del ciervo sagrado” o “La favorita”, ya se apreciaba una acusada tendencia hacia
el vanguardismo conceptual y el desenfreno artístico, que causaba apasionadas
adhesiones y viscerales rechazos. No obstante, ello le ha valido hasta la fecha
para recibir cinco nominaciones a los Oscar y para ganar un BAFTA y varios
premios en dos ediciones del Festival de Cine de Cannes, entre otros
galardones. Desde luego, no se puede negar que llama la atención y que
despierta el interés del público y de la crítica. Ahora estrena “Pobres
criaturas”, donde agudiza aún más el culto hacia la extravagancia y la
provocación. Aun así, la estela de reconocimientos y alabanzas le sigue
persiguiendo, pues acaba de conseguir once candidaturas a los Premios de la
Academia de Hollywood y a los BAFTA, así como dos Globos de Oro, entre ellos el
de mejor película en la categoría de comedia o musical.
He de
reconocer que no suelo encajar bien las excentricidades, ni en el mundo del
arte en general, ni en el del cine en particular. Salvo raras excepciones, me
cuesta introducirme en una historia histriónica donde todo tiende a la
desmesura y a la desproporción en cualquiera de sus aspectos. El problema
radica en que “Pobres criaturas” supone una loa a la rareza, a menudo ridícula,
y a la sobre gesticulación interpretativa, lo que, ciertamente, no es mi
estilo.
En
cualquier caso, reconozco la valentía de la propuesta, así como su acierto en
determinadas escenas. Incluso valoro el presunto intento de moraleja. Sin
embargo, el envoltorio me parece artificial y aparatoso. En el inicio me
esfuerzo por entrar en el relato pero, con el paso del tiempo, me canso y
pierdo el interés. A mi juicio, no se trata de ser el más estrambótico y
exótico, parámetros en los que este director sin duda destaca, sino en contar
narrativa y visualmente una trama con sentido. No exijo una profunda seriedad
ni una rigurosa credibilidad en el contenido que aparece en la pantalla. De
hecho, me vienen a la mente numerosos títulos de género fantástico e imaginativo
que me gustan mucho. Me refiero a esa sensación de hallarme ante una concatenación
de ocurrencias, producto de una exacerbada inclinación hacia la exageración. Además,
las casi dos horas y media de proyección se me antojan innecesarias.
Una joven
embarazada se suicida para escapar de los malos tratos de su esposo. El cadáver
de la mujer va a parar a manos de un visionario y excéntrico científico, que la
resucita implantándole el cerebro del feto. Con cuerpo de adulta y cerebro de
bebé, se muestra ansiosa por aprender y termina escapándose con un libertino
abogado. Libre de los prejuicios de su época, la muchacha se embarca en un
viaje sin vergüenza ni pudor.
Pese a
todo lo expresado anteriormente, cabe reconocer un esfuerzo interpretativo muy
reseñable. Si bien los excesos vienen impuestos por el cineasta y el guionista,
los actores cumplen sobradamente con su función y destacan entre tantos colores
excesivos, decorados rebuscados y vestimentas recargadas. Emma Stone, ganadora
del Oscar a la mejor actriz por “La, La, Land”, ya trabajó con Lanthimos en “La
favorita”. Notable intérprete, lleva a cabo una labor efectiva y sostiene con
aparente facilidad sobre sus hombros una dosis considerable del peso del largometraje.
Cuenta con opciones para ganar su segunda estatuilla de Hollywood.
Le
acompañan dos nombres de reconocido prestigio. Por un lado, Mark Ruffalo, quien
ha destacado en “Spotlight”, “Foxcatcher”, “Zodiac” o “Mi vida sin mí”. Por
otro, Willem Dafoe, cuyo currículum resulta imposible de resumir, pero que se
ha convertido en una figura de culto. Ambos actúan acompasados y sin desentonar
en este delirante proyecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario