Jonathan
Glazer es un cineasta de narrativa espesa. Ya su primera película,
“Reencarnación”, resultaba sórdida, rara y, sobre todo, marcada por un ritmo
confuso. Su llamativo elenco de actrices, encabezado por Nicole Kidman y Lauren
Bacall, unido a lo rebuscado de su trama, conseguía captar la atención, pero su
desenlace y el tono aletargado impedían que el filme despuntase. Después llegó
“Under the Skin”, más extraña si cabe, y de nuevo con otra estrella iluminando
el cartel anunciador (Scarlett Johansson). El estilo y la forma de relatar, más
que interesarme, me desconcertó. Ahora presenta “La zona de interés” y, como
ocurriese con el título anterior, ha recibido alabanzas por parte de un
numeroso sector de la crítica. Sin embargo, tampoco puedo evitar caer en la
apatía, incluso en el aburrimiento, ante un formato que, en vez de avanzar, da
la impresión de arrastrarse ante su carencia de ímpetu.
Le
reconozco cierto interés desde el punto de vista histórico y educativo, aunque
no considero necesario rodar una película para constatar las ilimitadas
posibilidades de la maldad humana, en general, y las indecencias morales y
éticas del nazismo, en particular. Al cine, más allá de su vertiente
reivindicativa, formativa o divulgadora, se le presuponen una serie de valores
artísticos, una propuesta mínimamente entretenida y un esfuerzo por ofrecer
personajes capaces de captar el interés del espectador. En ese sentido, creo
que Glazer se centra en el mensaje pero olvida la tensión narrativa,
perjudicando su visionado como vehículo cinematográfico, por mucho que se le
puedan atribuir otros méritos ajenos al Séptimo Arte.
Un
oficial del ejército alemán, destinado a dirigir el campo de exterminio de Auschwitz,
y su esposa habitan en una vivienda aparentemente idílica, contigua al lugar
donde hacinan y gasean a los judíos. Separados de los barracones tan sólo por
un muro, se disponen a disfrutar cada día de su entorno agradable, completamente
ajenos al horror que sucede a escasos metros de su hogar.
El
realizador utiliza diversos recursos desconcertantes, entre ellos, fondos de
colores entre plano y plano, varios minutos en negro desde el inicio de la
proyección hasta el comienzo de las imágenes o escenas proyectadas como si de
un negativo fotográfico se tratase. Ignoro si desea transmitir un contenido
concreto o si quiere comunicar algún significado que, al menos a mí, se me
escapa. En cualquier caso, a mi juicio resulta una apuesta más entorpecedora
que clarificadora para el público. Abusa del ritmo pausado, de las secuencias
laxas y de los encuadres austeros. La obra destila un efecto aletargante que
termina por provocar cierto tedio y que lastra el resultado final.
No
obstante, mi opinión es claramente minoritaria. Ha sido nominada a cinco premios
de la Academia de Hollywood (incluyendo los de mejor película y dirección) y
nueve BAFTAS, y ya fue galardonada en la última edición del Festival de Cine de
Cannes. En los Premios del Cine Europeo obtuvo únicamente el reconocimiento al
mejor sonido, habida cuenta de que en el resto de categorías fue superada por “Anatomía
de una caída”, la otra cinta que también compite por el Oscar a la mejor película.
Una de
las protagonistas, la actriz alemana Sandra Hüller, lleva un año espectacular
al encabezar los dos largometrajes más relevantes rodados en el Viejo
Continente en 2023: los citados “Anatomía de una caída” y “La zona de interés”.
Incluso se ha visto obligada a competir consigo misma, dado que ha obtenido por
ambas actuaciones infinidad de candidaturas. Opino que su labor en la primera
es superior, si bien aquí también lleva a cabo una interpretación meritoria.
Anteriormente la habíamos visto en “Toni Erdmann” (2016) y en “El hombre
perfecto” (2021). Su compañero de reparto, el más desconocido Christian Friedel,
intervino en “La cinta blanca”, de
Michael Haneke (2009).
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