No
descarto que el problema esté en mí, pero lo cierto es que la gran mayoría de
comedias que veo no me hacen ninguna gracia. Como el sentido del humor resulta
muy personal, parece que lo que hace reír a la mayoría de espectadores a mí me
produce indiferencia, cuando no rechazo. Se ha estrenado, tras una potente
campaña de marketing, “Cualquiera menos tú”, publicitada como una hilarante
cinta de enredos amorosos a cargo de dos guapos intérpretes que, supuestamente,
viven numerosas situaciones divertidas. Sin embargo, se trata de otra
previsible y reiterada propuesta que aporta poco y que, personalmente, me
generó más muecas que sonrisas.
Su
director, Will Gluck, se sitúa en las antípodas
cinematográficas de lo que considero buen humor. Debutó en 2009 con “Guerra de
cheerleaders” y, aunque el horroroso nombre en castellano no sea
responsabilidad suya (el original, “Fired Up!”, tampoco era demasiado bueno),
sí ayuda a entender lo que proponía con su película. Tras un par de proyectos
con estrellas en el reparto, donde insistía en los chistes bastos y en el
gancho sexual de los protagonistas (“Rumores y mentiras”, con Emma Stone y “Con
derecho a roce”, junto a Justin Timberlake y Mila Kunis), decidió rodar una
innecesaria revisión del musical “Annie” para, posteriormente, centrarse en el
mundo animal con “Peter Rabbit” y “Peter Rabbit 2: A la fuga”. Ante semejante
filmografía, “Cualquiera menos tú” no supone ninguna sorpresa desagradable,
puesto que tampoco cabía esperar nada mejor.
Tras un
prometedor comienzo sentimental, los miembros de una pareja llegan a la
conclusión de que no están hechos el uno para la otra. Sin embargo, al
reencontrarse inesperadamente en una boda en Australia, deciden fingir ante todos
que continúan formando un tándem ideal.
Sospecho
que, tanto quien ideó el guion como el realizador del film, tuvieron en mente
la comicidad propia de esas series de televisión más propensas al formato
“sitcom”, que enlazan escenas con chistes y aplausos enlatados. Y no dudo de
que tal vez dicha fórmula acarree un enorme éxito en la pequeña pantalla. Pero
trasladar este modelo a un largometraje no suele salir bien, dado que la
etiqueta de “comedia romántica” le viene muy grande y evidencia más errores que
aciertos.
Pese a un
reducido metraje de apenas hora y media, la narración se torna larga, habida
cuenta de que no hay nada que contar. Incluso como mero pasatiempo, sería muy discutible
defender que no existía otra alternativa preferible en la cartelera. En su
momento ya tuve más que suficiente con “Viaje al paraíso”, enésima muestra de
continuo amor/odio en un marco lejano y paradisiaco con casorio en el
horizonte, otro ejemplo de la degeneración de este género en la industria
estadounidense.
Encabeza
el reparto Sydney Sweeney, participante de las televisivas “Euphoria”, “The White
Lotus”, “Heridas abiertas” o “El cuento de la criada”, y cuya trayectoria en la
gran pantalla se reduce a papeles secundarios en títulos como “Érase una vez
en... Hollywood” o “Fauces de la noche”. Aquí luce delante de la cámara y hace
lo que puede, incapaz de sostener sobre sus hombros este producto dirigido al
consumo rápido.
Le da la
réplica Glen Powell, de currículum más interesante, que aparece de refilón en
“El caballero oscuro: La leyenda renace” y cuenta con mayor presencia en
“Figuras ocultas”, “La sociedad literaria y el pastel de patata” y “Top Gun:
Maverick”. Comparte la misma (mala) suerte que su supuesta novia en la ficción.
Y, como ocurre con ella, hace también lo que puede.
Entre los
secundarios figuran Dermot Mulroney (“La boda de mi
mejor amigo”, “Agosto”, “Arma joven”) y Rachel Griffiths (“La boda de Muriel”,
“Hasta el último hombre”).
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