En
el año 2013 se estrenó la película “La purga: La noche de las bestias”
que, sin ser ninguna maravilla, suponía
una novedosa propuesta en el cine de terror y ofrecía a los amantes del género
unas dosis aptas de entretenimiento e intensidad. Hasta ahí, todo bien. Su
problema radicó precisamente en el éxito que obtuvo. Con un reducido
presupuesto de apenas tres millones de dólares, recaudó más de sesenta y cuatro
tan sólo en el mercado norteamericano. A partir de ese momento, al estilo de
los ojos del personaje del “Tío Gilito” reflejando el signo del dólar, los
productores decidieron convertir el proyecto en una saga. Ahora se estrena “La
purga infinita” y, entre la primera y la última entrega, figuran tres
largometrajes más contando la misma historia. Como quien se limita a decir una
frase idéntica por activa y por pasiva, sea con un mayor o menor número de
adjetivos calificativos, han rodado en menos de una década cinco títulos de los
que, a mi juicio, sobran cuatro.
Por
mucho que se intente maquillar la oferta con supuestas reflexiones sociológicas
sobre la podredumbre humana, nos sitúa ante una narración bastante lineal,
básica y violenta. Además, quienes defienden su condición de aguda crítica
social o análisis experimental de las sociedades modernas, se quedan en mi
opinión con un fino y endeble envoltorio, una excusa débil y fácilmente
rebatible. Sospechaba antes de visionar el film que la pérdida de tiempo estaba
asegurada pero, como crítico de cine, a veces debo comentar obras por estricta
obligación semanal, aunque no sean de mi agrado. Y así ha sido en este
previsible caso, que reafirmó todas mis teorías sobre la peligrosa deriva de
una industria americana perdida en su empeño de rodar lo mismo una y otra vez, abocándose
en la mayoría de los casos a una espiral sin sentido.
La
base argumental vuelve a ser calcada. Se implanta un ensayo social denominado
“La purga”, consistente en que la criminalidad se considera legal durante 12
horas al año con el fin de que las personas se desfoguen, a condición de que el
resto del tiempo sí cumplan las leyes. En esta quinta ocasión no basta una noche
de anarquía y crimen, sino que se prolonga ese período de violencia gratuita y
aparentemente legal. Fin de la novedad.
No
hay duda de que la presencia de la violencia en el Séptimo Arte se alza como
una constante a través de hilos argumentales más o menos trabajados, o con
superior o inferior calidad artística o brillantez narrativa. Pero, allende las críticas sobre el vacío de
contenido de los relatos, lo que personalmente más me molesta es la ausencia
total de originalidad. Las productoras, presas del pánico ante el reto de
obtener cada vez mayores beneficios anuales, se limitan a rodar sobre la base
de resultados exitosos previos, entendiendo el cine como un serial televisivo
con episodios periódicos. Pero lo terrible es que los personajes y las tramas
ni siquiera evolucionan o se desarrollan. Viene a ser como comer arroz todos
los días, aunque variando solamente las especias que lo condimentan. Y, la
verdad, yo ya me he hartado del mismo plato. La purga que debe llegar es la que
aniquile esta manera de entender el arte y el entretenimiento.
Se
sitúa tras la cámara el director mejicano Everardo Gout, que firma su segunda
incursión en la gran pantalla. Dentro del equipo artístico figuran sus
compatriotas Ana de la Reguera (de la serie “Narcos”) y Tenoch Huerta, dando
vida a la pareja protagonista. Integran también el reparto Josh Lucas (“Una
mente maravillosa”, “Sweet Home Alabama”, “Le Mans '66”) y Will Patton (“No hay
salida”, “El cliente”).
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