En 2010 decidí leer “Juliet, desnuda” atraído por la vinculación de su autor, Nick Hornby, con el Séptimo Arte. Sus novelas “Alta fidelidad” y “Érase una vez un padre” ya habían sido adaptadas al cine de la mano de Stephen Frears y Chris Weitz (la primera) y de Paul Weitz (la segunda), y en ambos casos con notable éxito. El escritor británico había sido el responsable de los guiones de “An Education” y “Brooklyn”, meritorias obras con acertadas tramas e interesantes personajes. Todos sus textos se centran, pues, en las relaciones humanas y combinan con acierto los toques de humor, ternura y reflexión, convirtiéndole en una pluma atrayente con facilidad para crear situaciones cotidianas pero, al mismo tiempo, dotarlas de suficientes ganchos para no caer en el tedio. Por lo tanto, era previsible que “Juliet, desnuda” recalase igualmente en la gran pantalla.
Se trata de una comedia hilvanada con algunas pinceladas dramáticas y un cierto tipo de nostalgia que bien podría calificarse de enfermiza, aunque también terapéutica. Incluye ese recurrente vínculo con la música tan propio de Hornby y constituye un entretenimiento amable, de visión sencilla, a ratos dulzón y con una clara tendencia a la comicidad cómplice con el espectador. En definitiva, un producto agradable y con interpretaciones efectivas. Hasta ahí se puede decir que llegan los no pocos méritos de este largometraje. Sin embargo, cabe reconocer que se deja arrastrar por una narración excesivamente convencional en la que no arriesga en ningún momento, limitándose a respetar un esquema excesivamente previsible. No deja de ser un proyecto ideado más para complacer al público que para alzarse como una creación artística original, lo que resta autenticidad y valor al resultado final.
Cuenta la historia de Annie y Duncan, a punto de entrar en la década de los cuarenta y cuya relación sentimental dura ya quince años. Ambos llevan una existencia tranquila, si bien a Annie le inquieta ese paso del tiempo carente de pasión. Duncan, por su parte, está obsesionado con Tucker Crowe, un músico americano que desapareció tras publicar un exitoso álbum de canciones. El destino se alía para que los caminos de los tres se crucen, provocando en sus vidas unas influencias insospechadas.
Jesse Peretz, director estadounidense de cine y televisión, se sitúa detrás de la cámara. Aunque comenzó su carrera artística como músico, siendo bajista y miembro fundador del grupo “The Lemonheads”, finalmente se decantó por la realización de videoclips musicales y episodios de series televisivas como “The Mindy Project”, “The Office” o “Girls”. Su film se queda a medias en muchos aspectos, pero la mitad conseguida basta para proporcionar a los espectadores cien minutos de grato entretenimiento.
Sin hallarse entre lo mejor de Nick Hornby, pasa el corte del aprobado alto y su previsible modesto paso por la cartelera derivará a buen seguro en un amplio recorrido en la pequeña pantalla y las plataformas digitales.
La pareja está interpretada por Rose Byrne y Chris O'Dowd. Ella (“María Antonieta”, “Sunshine”, “La boda de mi mejor amiga”) realiza su mejor actuación hasta la fecha, mientras que él (“Molly's Game”, “El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares”) resulta algo más discreto. El actor Ethan Hawke, varias veces premiado este año por su papel en “El reverendo” y muy popular por su interesante filmografía -que incluye desde “El club de los poetas muertos” hasta la trilogía de Richard Linklater “Antes del amanecer”, “Antes del atardecer” y “Antes del anochecer”- da vida a la estrella de rock desaparecida.
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Datos del filme
Año: 2018
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jesse Peretz
Guion: Tamara Jenkins, Evgenia Peretz, Jim Taylor (Novela: Nick Hornby)
Música: Nathan Larson
Fotografía: Remi Adefarasin
Reparto: Rose Byrne, Ethan Hawke, Chris O'Dowd, Megan Dodds
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