viernes, 20 de mayo de 2011

MIDNIGHT IN PARIS



Tan puntual a su cita como el solsticio de verano o las fiestas de Navidad, Woody Allen estrena cada año una película. No hay otro realizador con una rutina semejante a la del neoyorkino. Su producción se mantiene constante y permanente desde hace treinta años, lo que le convierte en uno de los nombres más prolíficos de la historia reciente del séptimo arte. Obviamente, semejante cantidad de títulos no puede mantener un mismo nivel de calidad. Entre tantos largometrajes los hay más o menos brillantes, más o menos divertidos y más o menos originales pero, en cualquier caso, los trabajos del peor Allen suelen resultar siempre más interesantes que la media habitual de las comedias norteamericanas. Es el cineasta que atesora más nominaciones a los Oscar –veintiuna-, la mayoría de ellas como guionista pero también como actor y director, contradiciendo esa idea tan generalizada como errónea de que en Europa se aplaude su talento pero no logra ser profeta en su tierra. No obstante, no se puede negar que en los últimos tiempos su vinculación con el Viejo Continente es cada vez más estrecha. Es aquí donde rueda y donde estrena en primer lugar, relegando al mercado estadounidense a un segundo plano.
Con Midnight in Paris vuelve a retomar sus temas más clásicos con el mismo estilo que le hizo famoso, basándose en diálogos, personajes y situaciones cómicas para terminar profundizando sobre cuestiones más serias. Sus señas de identidad se reconocen plenamente a lo largo de todo el metraje, desde los propios títulos de crédito en blanco y negro y con el tipo de letra que utiliza desde hace décadas, hasta la música, la fotografía, el modelo narrativo y, sobre todo, un sentido del humor irónico, cuando no cínico, que acompaña a su nostalgia y a sus miedos. Un crítico, durante la presentación del film en el Festival de Cannes, ha calificado la cinta como “una entusiasta loa al pesimismo”, en mi opinión una correcta descripción del universo de este genial y polifacético artista. Sin embargo, su última escena rebosa optimismo y es una de las más celebradas que he visto en los últimos años. Supone sin duda su mejor trabajo desde Match Point y, teniendo en cuenta que ésta no era una comedia, me aventuro a afirmar que, en ese género, no ha firmado nada superior desde Poderosa Afrodita. Contemplada en su conjunto, Midnight in Paris es muy recomendable para los aficionados al cine de Allen y, en general, para quienes ansían disfrutar de comedias inteligentes, pese a que el estilo que emplea cuando el protagonista vive en la época actual difiera del que utiliza cuando viaja al pasado.
Como tiene por costumbre, cuenta con un envidiable elenco de actores encabezado por los excelentes Marion Cotillard, Adrien Brody y Katy Bates, ganadores todos ellos de estatuillas a mejores intérpretes principales. Completan el reparto de forma muy acertada Michael Sheen (La reina, El desafío: Frost contra Nixon), Rachel McAdams (El diario de Noa, La sombra del poder) e, incluso, Carla Bruni, en una aparición más mediática. Pero el verdadero protagonista de esta historia es Owen Wilson, un actor hasta la fecha anclado en un humor más simplón pero que interpreta a la perfección al propio Allen, que lleva varios años alejado de las tablas. Porque no se puede ignorar que el personaje principal es, en realidad, Woody Allen.

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