jueves, 15 de octubre de 2009

ÁGORA

Alejandro Amenábar cuenta con méritos más que suficientes para ser considerado el mejor realizador de cine español. Su ópera prima, Tesis, supuso una revitalización del género de terror que continúa sin ser superada a día de hoy. Pocas veces se puede decir que vale la pena ver un largometraje de dicho género (y no se trata de “thriller” sino de terror) una y otra vez sin perder frescura e interés en sus sucesivos visionados ya que los tópicos en los que normalmente se basan pierden efecto al repetirse. Los Goya a la mejor película y a la mejor dirección novel obtenidos por esa cinta ponen de manifiesto la inmensa calidad de un ejercicio cinematográfico que sólo puede provenir de quien, habiendo bebido durante años de las fuentes de los grandes maestros del Séptimo Arte, es acreedor de un talento equivalente que plasma en la gran pantalla. Y Amenábar tiene un gran talento y ha visto y aprendido enormemente de los mejores. Tal vez por esa razón se decidió a filmar producciones en lengua inglesa protagonizadas por actores igualmente extranjeros. Porque, sencillamente, el mercado exclusivamente nacional le quedaba pequeño. ¿Acaso algún otro director de nuestro país puede presumir de haber recaudado doscientos millones de dólares con una producción de apenas diecisiete? Ninguno, excepto él que, con Los otros, demostró un dominio absoluto de las fórmulas del suspense y del terror.
Pero si hay una característica que distingue a un profesional de la realización es su capacidad para abordar cualquier género sin correr el riesgo de encasillarse en ninguno de ellos. Así, su siguiente título, Mar adentro, no sólo se convirtió en la cinta más taquillera del cine español, arrasando en la entrega de los Goya y obteniendo el Oscar al mejor film de habla no inglesa, sino que constituyó una lección dramática e interpretativa que se consolidó por encima de polémicas éticas y políticas. Ahora, sin perder en lo más mínimo su capacidad de asombrar, se atreve con la más costosa superproducción española -cincuenta millones de euros- sobre la Alejandría del siglo IV y sobre la historia de la astrónoma Hipatia y de los últimos días del Imperio Romano en un territorio donde las revueltas religiosas amenazaban con destruir la mítica biblioteca de la ciudad. Rodada principalmente en la isla de Malta, Ágora destaca en todos los aspectos en los que la industria norteamericana se muestra tradicionalmente intratable - dirección artística, vestuario o sonido- pero tampoco descuida otras claves fundamentales -guión, interpretación o narración-. Para conseguir sus objetivos se ha rodeado de un equipo técnico de primera fila. Por citar algunos nombres, se ha puesto en manos de Dario Marianelli (Oscar por la partitura de Expiación) para componer la banda sonora, pese a que él mismo suele hacerse cargo de la música de sus películas y ha confiado el diseño de vestuario a otra ganadora de la estatuilla de Hollywood, Gabriella Pescucci -La edad de la inocencia-. Amenábar integra acertadamente una historia de desamor con una trama político-religiosa y una recreación histórica. Su emotivo e intenso final culmina una película que, sin renunciar al entretenimiento, se alza como un alegato contra la intransigencia y expresa una denuncia de las múltiples ocasiones en las que la razón ha tenido que claudicar ante el fanatismo.
Resulta imprescindible destacar la interpretación de Rachel Weisz, Oscar a la mejor actriz secundaria gracias a su papel en El jardinero fiel, en cuya filmografía se encuentran las interesantes Enemigo a las puertas, Un niño grande o Belleza robada. Muy pocas actrices son capaces de transmitir tanto con la mirada. Este año tiene pendiente de estreno The Lovely Bones a las órdenes del director neozelandés Peter Jackson y en compañía de la veterana Susan Sarandon.

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