Históricamente, la trayectoria de la cinematografía sueca se había limitado a la fama de su figura más emblemática, el realizador Ingmar Bergman, quien obtuvo el Oscar al mejor film de habla no inglesa por Fanny y Alexander, el premio honorífico Irving Thalberg y nueve nominaciones más a los preciados galardones de la Academia de Hollywood, y al éxito de sus dos actrices más consagradas, Greta Garbo e Ingrid Bergman. Resulta, pues, evidente que nos encontramos ante una industria minoritaria y poco conocida. Ha tenido que surgir un fenómeno literario de enorme repercusión mundial para revitalizar el séptimo arte del país nórdico.
El periodista y escritor Stieg Larsson ejercía como redactor en una revista de investigación de línea izquierdista (igual que el protagonista de Los hombre que no amaban a las mujeres) que en el año 2004 entregó a una editorial los manuscritos de tres novelas. Junto a la que ahora se estrena en su adaptación para el cine figuraban La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire (ésta última pendiente de publicación). Las dos primeras han conseguido una espectacular aceptación por parte del público de medio mundo pero, por desgracia, Larsson no ha podido disfrutar de su triunfo en vida ya que murió precisamente en 2004 sin llegar a conocer las millonarias cifras de ventas de sus obras.
La pantalla grande no podía dar la espalda a un producto que había conectado con millones de lectores de forma tan repentina como inesperada y, en un escaso período de tiempo, la adaptación cinematográfica de la primera novela era una realidad. En breve, llegará a las salas de proyección el segundo título de la saga Millennium. Este thriller de producción sueca cuenta la historia de una familia muy poderosa, uno de cuyos miembros decide contratar a un periodista caído en desgracia y a una muy peculiar “hacker” informática para investigar un supuesto crimen ocurrido cuatro décadas atrás, en concreto la desaparición de una joven integrante del clan que, al parecer, pudo terminar en asesinato. En el proceso de investigación van descubriendo que ese caso concreto está interrelacionado con otros crímenes rituales de mujeres.
La película está rodada con una estética sobria muy alejada del habitual estilo de las grandes producciones norteamericanas y su principal acierto reside en la creación de una trama muy interesante basada en un misterio que, efectivamente, engancha al espectador para, desde ese punto de partida, entretener a través de la vía del suspense. Sus protagonistas, originarios también de Suecia, pueden calificarse de atípicos, de modo que esa mezcla de originalidad y realismo engrandece el resultado final. Paradójicamente, las cualidades que garantizan a los amantes del suspense un film de visión intensa son las mismas que le impiden dar el salto cualitativo de los grandes títulos que han encumbrado al thriller como uno de los más grandes géneros cinematográficos. En conclusión, la sordidez tanto de la historia como de sus personajes, unida a unos avances en el relato un tanto inexplicables, limitan las posibilidades de la cinta, si bien el producto obtenido no es, ni mucho menos, desdeñable.
El periodista y escritor Stieg Larsson ejercía como redactor en una revista de investigación de línea izquierdista (igual que el protagonista de Los hombre que no amaban a las mujeres) que en el año 2004 entregó a una editorial los manuscritos de tres novelas. Junto a la que ahora se estrena en su adaptación para el cine figuraban La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire (ésta última pendiente de publicación). Las dos primeras han conseguido una espectacular aceptación por parte del público de medio mundo pero, por desgracia, Larsson no ha podido disfrutar de su triunfo en vida ya que murió precisamente en 2004 sin llegar a conocer las millonarias cifras de ventas de sus obras.
La pantalla grande no podía dar la espalda a un producto que había conectado con millones de lectores de forma tan repentina como inesperada y, en un escaso período de tiempo, la adaptación cinematográfica de la primera novela era una realidad. En breve, llegará a las salas de proyección el segundo título de la saga Millennium. Este thriller de producción sueca cuenta la historia de una familia muy poderosa, uno de cuyos miembros decide contratar a un periodista caído en desgracia y a una muy peculiar “hacker” informática para investigar un supuesto crimen ocurrido cuatro décadas atrás, en concreto la desaparición de una joven integrante del clan que, al parecer, pudo terminar en asesinato. En el proceso de investigación van descubriendo que ese caso concreto está interrelacionado con otros crímenes rituales de mujeres.
La película está rodada con una estética sobria muy alejada del habitual estilo de las grandes producciones norteamericanas y su principal acierto reside en la creación de una trama muy interesante basada en un misterio que, efectivamente, engancha al espectador para, desde ese punto de partida, entretener a través de la vía del suspense. Sus protagonistas, originarios también de Suecia, pueden calificarse de atípicos, de modo que esa mezcla de originalidad y realismo engrandece el resultado final. Paradójicamente, las cualidades que garantizan a los amantes del suspense un film de visión intensa son las mismas que le impiden dar el salto cualitativo de los grandes títulos que han encumbrado al thriller como uno de los más grandes géneros cinematográficos. En conclusión, la sordidez tanto de la historia como de sus personajes, unida a unos avances en el relato un tanto inexplicables, limitan las posibilidades de la cinta, si bien el producto obtenido no es, ni mucho menos, desdeñable.
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