Woody Allen es el cómico norteamericano más conocido y respetado en Europa. Este judío nacido en el barrio neoyorkino de Brooklyn en 1935 se inició profesionalmente como guionista de parodias para otros humoristas en programas de televisión. Cuenta hasta la fecha con veintiuna nominaciones a los Oscar que se han traducido en tres estatuillas (mejores director y guionista por Annie Hall y mejor guión original por Hannah y sus hermanas). Pero su palmarés abarca todos los certámenes cinematográficos de prestigio que se celebran a ambos lados del océano Atlántico. Títulos tan recomendables como Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas, Maridos y mujeres, Misterioso asesinato en Manhattan, Balas sobre Broadway, Poderosa Afrodita o Match Point constituyen una carta de presentación que convierte a Allen en sinónimo de humor inteligente y sarcástico.
Toda su filmografía está marcada por una serie de tópicos personales como la ciudad de Nueva York, el psicoanálisis, las relaciones de pareja o la religión, dotando a sus personajes y a sus guiones de unas señas de identidad perfectamente reconocibles. Y, aunque existe una parte del público al que no agrada el universo particular que plasma en sus filmes, es innegable que cuenta con un elevado número de fieles seguidores que esperan ansiosamente su película de cada año.
Por desgracia, esta exigencia de rodar una cinta anual ha influido negativamente en la calidad de sus obras y, a las joyas antes citadas, se añaden títulos cada vez más mediocres y prescindibles que, si bien siguen atrayendo a sus incondicionales, pierden frescura ante semejante ritmo de producción. En un intento por cambiar esa tendencia, el director ha modificado alguna de sus constantes cinematográficas: ya no siempre rueda en Nueva York, ya no siempre hace comedias, ya no siempre aparece en todos sus largometrajes… Pero lo cierto es que su cine, lejos de recuperarse, ha seguido resintiéndose y decayendo - a excepción de la muy destacable Match Point-. Naturalmente, si la comparación se realiza, no con sus obras maestras sino con buena parte del actual género pseudo-cómico, sigue estando en plena forma.
En Vicky Cristina Barcelona, el director abandona la comedia y la ciudad de los rascacielos. Tampoco hay personajes divertidos ni situaciones hilarantes. Se pierde en una sucesión de hechos más o menos dramáticos que no sabe explicar y que no terminan de enganchar al público. Tal vez por ello abusa de la voz en off para guiar al espectador a través de un relato que no despierta demasiado interés y en el que no se reconoce la “marca de la casa”.
Su última musa, la ascendente actriz Scarlett Johansson, encabeza un reparto en el que le acompañan la joven Rebecca Hall y la pareja formada por los españoles Javier Bardem y Penélope Cruz. Sin dudar de su talento, es obvio que ninguno de ellos incluirá este trabajo entre los mejores de sus respectivas carreras. La oportunidad de colaborar en el proyecto de un mito como Woody Allen ha pesado más a la hora de aceptar sus papeles que el perfil de los personajes que se han encargado de interpretar.
Toda su filmografía está marcada por una serie de tópicos personales como la ciudad de Nueva York, el psicoanálisis, las relaciones de pareja o la religión, dotando a sus personajes y a sus guiones de unas señas de identidad perfectamente reconocibles. Y, aunque existe una parte del público al que no agrada el universo particular que plasma en sus filmes, es innegable que cuenta con un elevado número de fieles seguidores que esperan ansiosamente su película de cada año.
Por desgracia, esta exigencia de rodar una cinta anual ha influido negativamente en la calidad de sus obras y, a las joyas antes citadas, se añaden títulos cada vez más mediocres y prescindibles que, si bien siguen atrayendo a sus incondicionales, pierden frescura ante semejante ritmo de producción. En un intento por cambiar esa tendencia, el director ha modificado alguna de sus constantes cinematográficas: ya no siempre rueda en Nueva York, ya no siempre hace comedias, ya no siempre aparece en todos sus largometrajes… Pero lo cierto es que su cine, lejos de recuperarse, ha seguido resintiéndose y decayendo - a excepción de la muy destacable Match Point-. Naturalmente, si la comparación se realiza, no con sus obras maestras sino con buena parte del actual género pseudo-cómico, sigue estando en plena forma.
En Vicky Cristina Barcelona, el director abandona la comedia y la ciudad de los rascacielos. Tampoco hay personajes divertidos ni situaciones hilarantes. Se pierde en una sucesión de hechos más o menos dramáticos que no sabe explicar y que no terminan de enganchar al público. Tal vez por ello abusa de la voz en off para guiar al espectador a través de un relato que no despierta demasiado interés y en el que no se reconoce la “marca de la casa”.
Su última musa, la ascendente actriz Scarlett Johansson, encabeza un reparto en el que le acompañan la joven Rebecca Hall y la pareja formada por los españoles Javier Bardem y Penélope Cruz. Sin dudar de su talento, es obvio que ninguno de ellos incluirá este trabajo entre los mejores de sus respectivas carreras. La oportunidad de colaborar en el proyecto de un mito como Woody Allen ha pesado más a la hora de aceptar sus papeles que el perfil de los personajes que se han encargado de interpretar.