El británico Stephen Daldry es un cineasta poco convencional. No se encasilla, le gusta regodearse en los sentimientos y traumas humanos, experimenta y no le asusta adentrarse en terrenos poco transitados. Y por todas esas razones es un director que me gusta. Responsable de algunos largometrajes memorables, ocupa uno de los primeros puestos de mi lista de realizadores con mayor capacidad para conmoverme y a él le debo no pocos nudos en la garganta.
Debutó con “Billy Elliot”, un melodrama encantador y simpático que le valió su primera nominación al Oscar como mejor director. Pero ese elevado listón inicial se vio ampliamente superado por la maestría de sus dos siguientes trabajos, “Las horas” y “El lector”, joyas de visión imprescindible que le reportaron sendas candidaturas a la preciada estatuilla de Hollywood. Tres de tres. Un pleno de aciertos. Y aunque no se hizo con ninguna de ellas, logró el reconocimiento unánime de crítica y público y, por lo que a mí respecta, su consideración de maestro a la hora de reflejar las entrañas más crudas del alma humana.
Su siguiente largometraje, “Tan lejos, tan cerca”, cosechó peores comentarios y, aunque también me gustó menos, no deja de tratarse de una experiencia original y novedosa que merece ser reconocida por su valentía y por su férrea voluntad de ser especial, aunque acabara por resultar tan sólo una rareza. Ahora presenta “Trash: Ladrones de esperanza”, la historia de tres niños que viven en las favelas de Brasil y trabajan rebuscando entre la basura. Un día, en ese mundo cotidiano de violencia y miseria, descubren entre los desechos una bolsa con un misterioso contenido. A partir de ese momento, al toparse con las mafias, el poder y la corrupción, sus vidas correrán un grave peligro.
Dicho argumento se presta a la comparación con el excelente largometraje de Fernando Meirelles “Ciudad de Dios” o con el exitoso “Slumdog Millonaire” de Danny Boyle. Ciertamente, existen varios puntos de conexión entre ellos. Sin embargo, Daldry se las ingenia para aportar una visión menos cruda y amarga de la tragedia pero sin cometer el error de dulcificar artificialmente la realidad de esas barriadas del extrarradio. De hecho, la acción desprende un halo de encanto y de divertimento que hace muy llevadera la pesadumbre que arrastra. Podría afirmarse que se trata de una cinta aleccionadora y educativa, capaz de mostrar las injusticias y las desigualdades con agilidad y sentido del humor, incluso con esperanza, todo un mérito en estos tiempos que corren. Tal vez no esté a la altura de los mejores títulos de su director pero no deja de ser un hermoso título, digno y hasta necesario.
En todo caso, otra demostración más de que Daldry no se encasilla ni se acomoda, sino que permanece fiel a su estilo. Se rumorea que su próximo proyecto es una nueva versión de “El mago de Oz”, sobre un libreto pensado para Broadway por Winnie Holzman. Si llega a buen puerto, será sin duda una recreación plena de interés.
A excepción de los conocidos Martin Sheen y Rooney Mara, que dan vida a un cura y a la trabajadora de una ONG, el resto del reparto lo forman intérpretes desconocidos para el gran público. De hecho, los niños protagonistas ni siquiera son actores o, al menos, no lo eran antes de participar en este rodaje.
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Datos del film
Dirección: Stephen Daldry.
País: Reino Unido. Año: 2014. Género: Drama, thriller.
Interpretación: Rooney Mara, Martin Sheen, Wagner Moura, Selton Mello.
Guion: Richard Curtis; basado en la novela de Andy Mulligan.
Producción: Tim Bevan, Eric Fellner y Kris Thykier.
Fotografía: Adriano Goldman.