En relación a las sagas cinematográficas, resulta relativamente sencillo diferenciar las que continúan porque la historia que narran no está agotada y se puede sacar más jugo a los personajes de las que, pese a que la trama no da para más, se intentan alargar artificialmente con el único objetivo de repetir antiguos éxitos de taquilla como si se aplicase una fórmula matemática. Piratas del Caribe pertenece de forma evidente al segundo grupo. Su primera entrega se consideró una correcta película de aventuras, divertida, ágil y original. La secuela inmediatamente posterior ya evidenció un descenso notable de calidad, pero el recurso de exprimir los aciertos de su predecesora bastaba para que se viese con agrado. La tercera cinta supuso un proyecto en decadencia, ya que pretendía subsistir únicamente contando con el entusiasmo que provocó en el público el film origen del fenómeno. Pero manifestó a las claras que tan sólo se trataba de un modelo de reiteración y falta de imaginación apenas compensadas a base de efectos especiales. Ante semejante panorama, este cuarto título no defrauda en la medida en que nada se espera de él.
El actor Johnny Depp ha pasado de recrear con acierto un personaje tan gracioso como el del pirata Jack Sparrow –no en vano su interpretación le valió una nominación al Oscar al mejor actor- a ofrecer un espectáculo de muecas varias que termina por ser cansino, cuando no ridículo. Pero eso no es sino un ejemplo más de los errores achacables no tanto al protagonista del film como a la ausencia de guión y dirección. El excelente especialista en musicales Rob Marshall, realizador de la genial Chicago o, más recientemente, de Nine, naufraga en su idilio con el género de aventuras ya que se limita a ofrecer un espectáculo visual vacío de contenido, hueco y sin sustancia. En definitiva, trata de aprovechar la mera inercia de un público que, alentado por las pasadas entregas, busca evasión y entretenimiento en una superproducción de estas características. Dicho esto, el éxito de taquilla de toda la saga es innegable. Piratas del Caribe: En mareas misteriosas ha logrado una recaudación mundial de doscientos cincuenta millones de dólares en su primer fin de semana de exhibición, de modo que el objetivo de los productores está de sobra conseguido. La posibilidad tanto de una quinta entrega como del merchandising correspondiente -desde toallas de playa a videojuegos con personajes de la marca LEGO, desde muñecos hasta carteras para ir al colegio- no es descartable. La triste realidad nos coloca ante la expresión máxima de un negocio que, en esta ocasión, empequeñece el aspecto creativo y artístico a los que debería estar asociado.
La actriz española Penélope Cruz acompaña a Depp en sus últimas peripecias pero su papel, por desgracia, comparte el bajo nivel general del largometraje. Puestos a ponernos patrióticos, yo destacaría la participación de la joven francesa de origen barcelonés Astrid Berges-Frisbey. Todo un hallazgo.