viernes, 31 de diciembre de 2010

AHORA LOS PADRES SON ELLOS (Little Fockers)


Las Navidades son la época más propicia para esos cinematográficos que tienden a exprimir al máximo unas dosis de benevolencia que no se dan en otros momentos del año. En estas fiestas somos capaces de ver algunas películas cuyas cuotas de sensiblería serían insoportables, por ejemplo, en verano, máxime cuando sus propias tramas se basan en los clásicos encuentros familiares asociados a la Navidad. Sólo en este contexto cabe entender el éxito de la saga que Ben Stiller inició hace ya una década y que se compone de Los padres de ella, Los padres de él y Ahora los padres son ellos, conjunto de títulos que recuerdan a otros no menos horrorosos en lo que a secuelas se refiere, comoMira quién habla también y Mira quién habla ahora de John Travoltao, en el género de terror, el muy parodiado Sé lo que hicisteis el último verano.
Es innegable que la cinta que dio origen a esta trilogía tenía escenas graciosas que hacían que, en general, se viera con cierto agrado, pero tampoco se puede negar que las dos películas que la siguieron han supuesto una nueva prueba de como el empeño por estirar un éxito más allá de lo razonable deriva, en un alto porcentaje de las veces, en unos resultados que terminan en la caricatura más chusca o en la mediocridad de la reiteración de gags manidos. En Ahora los padres son ellos nuevamente destaca la capacidad cómica de Ben Stiller y, como ocurriera con las anteriores, existen determinados momentos que sí logran buenos sketches humorísticos. El problema es que, pese a que cada vez el metraje es menor (hemos pasado de las casi dos horas de las dos primeras a apenas hora y media en esta última) es más evidente que lo digno de mencionar y visionar escasea.
Para evitar estos defectos los productores pensaron, ya desde la segunda parte, el introducir lo que se suele denominar como “secundarios de lujo”, para fomentar el reclamo de los espectadores con indudable efectividad. Como ocurriera en la década de los setenta con muchas películas de las que se llamaron “del género de catástrofes” en las que el reparto estaba repleto de nombres con una larga y meritoria carrera que,ya en el ocaso, se dedicaban a adornar los títulos de crédito de las producciones más ambiciosas. Solo así se puede explicar qué hace BarbraStreisand, con notabilísimas aportaciones como directora y actriz en el musical y en el drama, en esta comedia.
Pero lo cierto es que la fórmula, al final, parece agradar el público y, en el primer fin de semana, ya se ha aupado al primer puesto de la taquilla norteamericana y de buena parte del mundo. Por todo ello, dentro de algunas navidades es posible que estrenen Ahora los abuelos son ellos, y nos continúen llegando las aventuras de esta pintoresca familia, pese a que la historia quedó agotada ya con la primera entrega. Y es que, aunque se haya cambiado de director (Paul Weitz toma el testigo a JayRoach) y se continuen añadiendo nombres de estrellas al cartel (ahora se ha unido, por ejemplo, la joven Jessica Alba) siempre será mejor recuperar los pases televisivos de la primera película que acudir al cine a ver la tercera parte

lunes, 27 de diciembre de 2010

RECAUDACIONES MUNDIALES DEL AÑO 2010

TITULO ORIGINAL RECAUDACIÓN MUNDIAL
(En millones de dólares)

1 Toy Story 3 $1,063.1
2 Alice in Wonderland $1,024.3
3 Harry Potter and the Deathly... $ 831.2
4 Inception $ 825.4
5 Shrek Forever After $ 739.8
6 The Twilight Saga: Eclipse $ 693.5
7 Iron Man 2 $ 621.8
8 Despicable Me $ 540.2
9 How to Train Your Dragon $ 494.9
10 Clash of the Titans $ 493.2
11 The Karate Kid $ 358.7
12 Prince of Persia: The Sands of Time $ 335.2
13 The Last Airbender $ 318.9
14 Robin Hood $ 318.1
15 Shutter Island $ 294.8
16 Resident Evil: Afterlife $ 294.1
17 Salt $ 293.5
18 Sex and the City 2 $ 288.3
19 The Expendables $ 274.5
20 Grown Ups $ 271.0

jueves, 23 de diciembre de 2010

TRON: LEGACY


En el año 1982 se estrenó Tron, una película de ciencia ficción que alcanzó una notable repercusión mediática y cierto reconocimiento artístico. Con un presupuesto de diecisiete millones de dólares de los de hace treinta años, logró recaudar más de treinta tan sólo en el mercado norteamericano. Además, en una época en la que los efectos especiales comenzaban a despuntar, obtuvo varias nominaciones a los Oscar y a los BAFTA en apartados técnicos como los de mejor sonido o mejores efectos visuales. Ahora, tres décadas más tarde, llega a las pantallas la continuación de la historia. Un entonces joven Jeff Bridges, que interpretó el papel protagonista en la primera entrega, es ahora un maduro padre de familia que cede ese protagonismo a su hijo.
Al igual que su predecesor, el film se adentra en un mundo virtual de peligrosos videojuegos, manteniendo esa constante durante toda la proyección. Por lo tanto, parece evidente que sólo los aficionados a este tipo de entretenimiento se interesarán por una trama que, vista sin la pasión del jugador habitual, se torna infantiloide y descabellada, a pesar de la pretensión de alejar la película del público más infantil a base de acción y de situaciones de tensión límite. Los responsables de la producción aspiran a que el tiempo transcurrido que separa a ambas entregas quede reflejado de forma patente a la hora de comparar la calidad de los efectos especiales y de las técnicas digitales utilizadas. Desde ese punto de vista, es obvio que la versión actual desborda en capacidad y contundencia a su antecesora. El espectáculo visual apabulla a un público que encuentra en la oscuridad de la sala un potente entretenimiento de luz y sonido. Sin embargo, quien desee buenos diálogos, personajes interesantes y bien construidos, narración rigurosa o recreación de escenas memorables, probablemente abandonará su asiento con la sensación de que ni el colorido, ni la luminosidad, ni el sonido contundente, ni siquiera la concatenación de escenas de acción, consiguen ocultar que nos hallamos ante un producto claramente menor que trata de esconder sus evidentes carencias proyectándose en tres dimensiones o justificándose en la muy superior corrección formal que separa a ambos títulos. Es cierto que puede servir para que, quienes rebasen los cuarenta años, sientan nostalgia de la edad que tenían cuando fueron a ver Tron aquel 1982 ya tan lejano. Ahora bien, habiendo disfrutado en este 2010 que finaliza de auténticas joyas de la ciencia ficción y la acción como Origen (cinta que acaba de recibir tres nominaciones a los Globos de Oro, entre ellas las de mejor película y mejor director), Tron:Legacy queda relegada al lugar donde habitualmente reposan la mayoría de las segundas partes: el destinado a las obras prescindibles.
Ni siquiera sus buenos números en la taquilla norteamericana el fin de semana pasado (obtuvo cuarenta y tres millones de euros y se aupó al primer puesto de la recaudación) le aseguran un relevante éxito comercial. Los aproximadamente doscientos millones de dólares de presupuesto invertidos en la realización del largometraje implican, no sólo que se deba esperar para valorar su posible rentabilidad, sino que incluso sea preciso cuestionarse si esas claras mejoras en los apartados técnicos con respecto a la primera entrega deben servir como suficiente argumento comparativo teniendo en cuenta su elevada inversión económica.

viernes, 17 de diciembre de 2010

TODAS LAS CANCIONES HABLAN DE MI


Todas las canciones hablan de mí supone el debut en la dirección de Jonás Trueba, cuyo apellido, al menos durante un tiempo, hará que se le reconozca más por ser hijo de Fernando Trueba, ganador del Oscar por Belle Époque, que por su propio trabajo. De todas formas, el joven ya había intervenido como guionista en varias películas, destacando el corto Cero en conducta y los largometrajes Más pena que gloria, Vete de mí y El baile de la victoria. Parece evidente que este realizador novel ha crecido en el ambiente cinematográfico como una constante en su vida y, para iniciarse en la dirección, se ha decantado por un proyecto publicitado como comedia romántica, calificación discutible por ambos conceptos si se tiene en cuenta que se adentra claramente en los terrenos del drama y del desamor. Los diálogos realmente graciosos son escasos y las escenas de pareja que desbordan melancolía y dolor hacen que, como ocurrió con el estreno de Bon appétit, debamos ser muy flexibles con la terminología para aceptar su encaje en el citado género de comedia romántica.
Es obvio que, en los tiempos que corren, embarcarse en la aventura del séptimo arte y más en sus inicios, es una tarea muy difícil y plena de dificultades. Y, puesto que el resultado final es digno, merece el debido reconocimiento aunque sólo sea por la parte de valentía que le corresponde. El film es correcto aunque no llega a ser brillante. Probablemente, el objetivo de rodar una película sobre la base de un personaje y construir toda la trama sobre los cimientos de los diálogos era muy elevado. Para ello se requiere un guión muy sólido y un protagonista muy interesante, premisas que se dan únicamente a ratos y, además, de forma intermitente. A lo largo de la proyección se detectan grieta por las que se cuela cierto aburrimiento y se atisba una falta de habilidad narrativa. Es más. Ni siquiera las canciones elegidas, tan relevantes para la historia, son muy adecuadas. En conclusión, hemos de conformarnos con los pequeños destellos de genialidad de algunas escenas que sí resultan originales y con determinadas interpretaciones que sí reflejan intensidad y emoción, aunque en dosis muy limitadas y difuminadas durante una hora y cuarenta y cinco minutos. Ahora bien, teniendo en cuenta tanto la escasez y como la mediocridad del resto de estrenos del pasado fin de semana, Todas las canciones hablan de mí es, sin duda, la mejor opción que ha llegado a nuestras salas.
El papel principal recae en Oriol Vila, al que hemos visto en El séptimo día, Salvador (Puig Antich) y Pájaros de papel. La actriz Bárbara Lennie, que participó en Las 13 rosas y Obaba, aunque deba su actual popularidad a la serie de televisión Amar en tiempos revueltos le da una réplica correcta. El productor de la cinta es el exitoso y afamado productor Gerardo Herrero, responsable de las magistrales El hijo de la novia y El secreto de sus ojos. Posee igualmente una larga trayectoria como realizador, con títulos como Territorio comanche o Malena es un nombre de tango.

viernes, 10 de diciembre de 2010

BIUTIFUL


Alejandro González Iñárritu ha logrado hacerse un hueco entre el escaso y selecto grupo de cineastas imprescindibles del actual panorama artístico. Sin llegar a ser un director adorado por las masas, ha obtenido importantes éxitos de taquilla (Babel recaudó en todo el mundo más de ciento treinta millones de dólares) y, desde luego, ha encandilado a las asociaciones de críticos y triunfado en aquellos certámenes donde se entregan los galardones más prestigiosos. Asimismo ha recibido dos nominaciones a los Oscar como director y como productor, ha ganado un BAFTA británico y cuatro premios en el festival de Cannes, entre otros muchos. Es un realizador que borda el drama de forma magistral y lo lleva hasta el extremo, colocando a sus personajes en situaciones límite y recreando sentimientos como la angustia, la soledad, la desesperación y el fracaso con una crudeza que convierte sus muy recomendables proyectos en aptos exclusivamente para quienes no se arruguen ante la tragedia y el dolor. Su forma de narrar es pausada en el ritmo, compensado con creces gracias a la profunda intensidad de los diálogos y las escenas que recrea. Obviamente el cine de González Iñárritu no está indicado para aquellos que pretendan diversión o evasión. Bien al contrario, el estilo del mejicano engancha al espectador en su butaca y lo introduce de sopetón en un mundo lleno de sinsabores y desgracias difícil de olvidar al abandonar la sala de proyección. Ahí radica su originalidad, en que sus filmes no te dejan indiferente, como si nada hubiera pasado.
Quien haya visto Amores perros o, sobre todo, 21 gramos y Babel, sabrá perfectamente de qué estoy hablando. Acompañado por el extraordinario guionista Guillermo Arriaga, su amigo personal hasta que las profundas desavenencias surgidas durante el rodaje de Babel truncaron una relación profesional sólida hasta ese momento, ha conseguido que brillantes estrellas de Hollywood como Sean Penn, Naomi Watts, Benicio del Toro, Brad Pitt o Cate Blanchett lograran interpretaciones magistrales a través de unos personajes que tienen en la derrota su común denominador. Ahora presenta Biutiful, su peor película hasta la fecha, y cuyo título, lejos de ser un error de transcripción, encuentra su explicación a lo largo de la narración. En esta ocasión, Iñárritu no ha calculado bien las dosis de dramatismo que inyecta a este trabajo altamente indigesto. Cada espectador tendrá presumiblemente un nivel de resistencia a la amargura. El mío quedó saturado tras la primera hora de proyección, cuando todavía quedaba más de la mitad del metraje para su conclusión. Enfermedad terminal, inmigrantes africanos deportados, familias separadas, chinos esclavizados en condiciones infrahumanas, prostitución, alcoholismo, niños maltratados, suciedad, muerte, desesperación, pobreza… No hay ni una pequeña tregua. Sus anteriores largometrajes también alcanzaban altísimas cotas de tristeza pero, al menos, las alternaba con pequeñas concesiones a la emoción, a la esperanza, incluso en ocasiones al romanticismo, de modo que las sobredosis de depresión se soportaban mejor. Pero Biutiful, salvo para quienes necesiten abrir sus ojos a un mundo que tienen frente a sí clamando atención y justicia (algo que también se puede conseguir viendo un telediario o un documental), provoca tal nudo en el estómago que el público ya no puede asumir más dolor. A partir de ese instante, la historia ya no transmite y es como esa agua que rebosa, incapaz de permanecer dentro del vaso.
La mejor de la película es, por supuesto, Javier Bardem, Palma de Oro en el último festival de Cannes por su recreación de Uxbal. Integran un reparto muy bien escogido las actrices Maricel Álvarez y Ana Wagener y los sobresalientes Eduard Fernández y Rubén Ochandiano, que protagoniza el mejor diálogo de la cinta dando vida a un policía corrupto.

viernes, 3 de diciembre de 2010

SKYLINE


Los hermanos Colin y Greg Strause cuentan con una larga trayectoria en la industria del cine como técnicos de efectos visuales. Han participado en películas de éxito tan conocidas como Avatar, Titanic, El día de mañana o la segunda parte de Iron Man. Por lo tanto, sus habilidades en esta labor tan específica son indiscutibles. Sin embargo, en el año 2007 se decidieron a dar el salto a la dirección, faceta mucho más compleja y creativa que requiere, no sólo de cualificación técnica, sino de capacidad artística para la narración y la plasmación visual. Su debut como realizadores fue Aliens vs Predator 2 y, si ya fue evidente lo prescindible del rodaje de la primera entrega, esta segunda ahondó más si cabe en los misteriosos enigmas sin resolver de los porqués de determinadas secuelas cinematográficas. Ahora presentan Skyline, que servirá a lo sumo para poder debatir sobre cuál de sus dos largometrajes es hasta ahora el peor. Si para rodar una cinta son imprescindibles una historia interesante y cierta capacidad de traducirla con calidad al lenguaje visual, aquí no encontramos ni una cosa ni la otra.
Skyline cuenta por enésima vez una invasión extraterrestre y el posterior intento alienígena de acabar con la Humanidad mientras un reducido número de supervivientes trata de resistirse a tal exterminio. No es sólo que la trama haya sido llevada a la gran pantalla hasta la saciedad y que, por lo tanto, resulte repetitiva y nada original. Ni tan siquiera es que los efectos especiales carezcan de espectacularidad. Lo peor de todo es que se introduce de lleno en el terreno de lo ridículo. Actualmente, en este género sólo caben dos vías para evitar un fracaso estrepitoso. Una es que la acción sea desbordante y descanse sobre unos personajes creíbles y sobre un guión ágil. La otra, que apueste abiertamente por la comedia y aspire a que al público acepte con humor los desmadres visuales que suelen proponerle. En el largometraje que nos ocupa, los Strause se han decantado por la peor opción. Han renunciado al guión brillante y original, a los personajes interesantes y al humor inteligente. Han renunciado, en suma, a dirigir un buen trabajo y únicamente han recurrido a algunas guapas con bikinis o tops ajustados, a algunos musculosos empapados en sudor y a una concatenación de huidas y enfrentamientos más bien chuscos para atraer a los espectadores. Si no fuera porque el nivel de los filmes que se emiten en las sobremesas televisivas es actualmente tan bajo, no sería apta ni para su exhibición en ese horario en que el sopor de la digestión invita a dormitar en el sillón. La parte positiva es su duración (inferior a una hora y media) y su presupuesto (apenas diez millones de dólares), por lo que sus exiguos resultados en taquilla no han supuesto debacle económica alguna.
El protagonista principal es Eric Balfour, a quien hemos visto en nuestro país en las series 24 y A dos metros bajo tierra. En cine ha participado en En qué piensan las mujeres y En sus zapatos, aunque en papeles secundarios. Entre las féminas destacan Scottie Thompson -que figura en el reparto de Navy, investigación criminal-, Brittany Daniel –ya olvidada por sus intervenciones en Dos rubias de pelo en pecho o Pequeño pero matón- y, por último, Crystal Reed –que asume su primer personaje para la pantalla grande-.