El actor afroamericano Will Smith es mundialmente conocido gracias a sus interpretaciones cómicas y a sus intervenciones en grandes superproducciones enmarcadas en el género de acción. Sus inicios artísticos se remontan a los ámbitos televisivo y musical. En el primer medio alcanzó una gran repercusión al protagonizar entre 1990 y 1996 la serie El príncipe de Bel Air, con la que logró sus dos primeras candidaturas a los Globos de Oro. En cuanto a su faceta musical, cuenta en su haber con un Grammy y varios discos de platino. Examinando su filmografía, se aprecia su enorme facilidad para alcanzar grandes éxitos de taquilla a través de largometrajes que combinan su vis cómica con la acción más intensa. Títulos como Dos policías rebeldes, Independence Day, Men in Black y Soy leyenda son claros ejemplos de cómo el público acude en masa a las salas de proyección cada vez que estrena película.
Sin embargo, ya desde muy temprano fue un intérprete capaz de demostrar su talento para los dramas, cualidad que pasó desapercibida para la mayoría de los espectadores pero que despertó el interés de los críticos. Su primera incursión en el género tuvo lugar en 1993 con el rodaje de Seis grados de separación, cinta del director australiano Fred Schepisi, que reportó a su actriz principal Stockard Channing –Grease, Smoke- la nominación al Oscar a la mejor actriz principal. Constituyó un escaparate ideal para las dotes dramáticas del entonces joven actor pero no sería hasta el año 2001 cuando despuntaría definitivamente con el que, hasta la fecha, es su mejor papel. Para ello, tuvo que cruzarse en su camino uno de los realizadores más sobresalientes de la última década, Michael Mann, el artífice de la excepcional biografía del boxeador Muhammad Alí, otrora Cassius Clay, por cuya interpretación obtuvo su primera nominación a la estatuilla de Hollywood en la categoría de mejor actor principal. Su siguiente aventura melodramática -En busca de la felicidad- le unió por primera vez al director italiano Gabriele Muccino y le supuso su segunda candidatura al Oscar. Por lo tanto, limitarse a identificar a este artista de Philadelphia con la comedia y el cine de acción es, sencillamente, quedarse corto.
Ahora estrena Siete almas, de nuevo a las órdenes de Muccino, insistiendo en sus perfiles más intimistas y dramáticos pero sin superar sus anteriores registros. El principal problema de esta historia estriba en el desorden y los numerosos saltos narrativos que descentran al espectador y la incapacidad de dotar de coherencia a la narración se evidencia sobre todo en sus primeros sesenta minutos que, una vez superados, convierten el resto del metraje y su desgarrador desenlace en una delicia para los amantes del melodrama. En resumen, aunque no sea una película brillante, no se le puede negar una gran emotividad, particularmente en su recta final, y supone para su protagonista un paso más en su objetivo de no ser identificado exclusivamente con sus tradicionales personajes de comedia.
El reparto del film se completa con la actriz Rosario Dawson, compañera de Will Smith en Men in Black II y que ha participado en Alejandro Magno de Oliver Stone, Sin City de Frank Miller y Death Proof, lo último de Quentin Tarantino. El irregular Woody Harrelson, famoso camarero de la serie Cheers, asume un rol secundario que añade a sus interpretaciones en las relevantes No es país para viejos y El escándalo de Larry Flynt.
Sin embargo, ya desde muy temprano fue un intérprete capaz de demostrar su talento para los dramas, cualidad que pasó desapercibida para la mayoría de los espectadores pero que despertó el interés de los críticos. Su primera incursión en el género tuvo lugar en 1993 con el rodaje de Seis grados de separación, cinta del director australiano Fred Schepisi, que reportó a su actriz principal Stockard Channing –Grease, Smoke- la nominación al Oscar a la mejor actriz principal. Constituyó un escaparate ideal para las dotes dramáticas del entonces joven actor pero no sería hasta el año 2001 cuando despuntaría definitivamente con el que, hasta la fecha, es su mejor papel. Para ello, tuvo que cruzarse en su camino uno de los realizadores más sobresalientes de la última década, Michael Mann, el artífice de la excepcional biografía del boxeador Muhammad Alí, otrora Cassius Clay, por cuya interpretación obtuvo su primera nominación a la estatuilla de Hollywood en la categoría de mejor actor principal. Su siguiente aventura melodramática -En busca de la felicidad- le unió por primera vez al director italiano Gabriele Muccino y le supuso su segunda candidatura al Oscar. Por lo tanto, limitarse a identificar a este artista de Philadelphia con la comedia y el cine de acción es, sencillamente, quedarse corto.
Ahora estrena Siete almas, de nuevo a las órdenes de Muccino, insistiendo en sus perfiles más intimistas y dramáticos pero sin superar sus anteriores registros. El principal problema de esta historia estriba en el desorden y los numerosos saltos narrativos que descentran al espectador y la incapacidad de dotar de coherencia a la narración se evidencia sobre todo en sus primeros sesenta minutos que, una vez superados, convierten el resto del metraje y su desgarrador desenlace en una delicia para los amantes del melodrama. En resumen, aunque no sea una película brillante, no se le puede negar una gran emotividad, particularmente en su recta final, y supone para su protagonista un paso más en su objetivo de no ser identificado exclusivamente con sus tradicionales personajes de comedia.
El reparto del film se completa con la actriz Rosario Dawson, compañera de Will Smith en Men in Black II y que ha participado en Alejandro Magno de Oliver Stone, Sin City de Frank Miller y Death Proof, lo último de Quentin Tarantino. El irregular Woody Harrelson, famoso camarero de la serie Cheers, asume un rol secundario que añade a sus interpretaciones en las relevantes No es país para viejos y El escándalo de Larry Flynt.
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