Hoy
en día cuesta ya creer lo que sucede con determinadas realidades que superan
ampliamente a la ficción. Pero, como se decía en el largometraje de Tom Tykwer
“The International: Dinero en la sombra”, "la diferencia entre ficción y
realidad es que la ficción ha de tener sentido". Bien es cierto que los
límites de la credibilidad varían en función de los géneros cinematográficos.
El listón de lo verosímil y aceptable no se sitúa a la misma altura en un drama
que en una comedia, en un western que en una cinta de fantasía. Cada categoría
posee sus reglas y sus fórmulas narrativas. A mi juicio, el principal problema
de “Emilia Pérez” estriba en que no me creo nada de lo que me cuentan y, peor
aún, no entiendo demasiado bien qué desean contarme ni de qué manera. Al
parecer se trata a la vez de un musical, un drama, un thriller y una comedia,
por lo queasisto atónito a la
proyección, percibiendo ese punto de disparate que, en algunas ocasiones, le
beneficia pero, en otras, le perjudica.
Sin
duda, juega a su favor la baza de la originalidad, un auténtico logro en estos
tiempos que corren. Sin embargo, la fina línea entre dicha originalidad y la
extravagancia se difumina e, incluso, desaparece, provocando entonces más
perplejidad que entretenimiento. Conste que el director galo Jacques Audiard me
parece un buen realizador. Me agradó su trabajo en “Un profeta” (nominada al
Oscar y ganadora del BAFTA en la categoría de mejor film de habla no inglesa),
así como “De latir mi corazón se ha parado” (nuevo BAFTA, y César a la mejor película
francesa del año 2005). También destacaron “De óxido y huesos” y “Los hermanos
Sister”, títulos con un estilo más sensato y riguroso. Sospecho que con “Emilia
Pérez” ha pretendido innovar y probar nuevos caminos. De hecho, ofrece notables
interpretaciones y secuencias meritorias, pero el conjunto me resulta muy
desconcertante.
Una
abogada, tan talentosa como infravalorada en su trabajo, se pasa las horas
contemplando cómo su futuro profesional apenas encaja en sus sueños, a la par
que el bufete donde presta sus servicios se afana en servir al lucrativo
negocio del narcotráfico. Un día, de forma inesperada, se le presenta una
sorprendente oportunidad, cuando uno de esos poderosos narcos desea cambiar de
vida y convertirse en mujer. El delincuentedecide confiar en la letrada para que le ayude a llevar a cabo dicho
tránsito.
Me
da la impresión de que llevar todo al extremo suponía para los responsables de
esta obra caer en el ridículo, pero que ese era precisamente el punto a donde
querían llevar la historia. Desde luego, no dejará a nadie indiferente, si
bien, en mi opinión, mezcla estilos no siempre compatibles. A lo largo de más de dos horas de proyección abarca multitud de temas,
algunos desde perspectivas insólitas. Y, aun sin ser para nada mi estilo, le
reconozco a Audiard valentía y osadía ante unos planteamientos que van más allá
de lo que pocos cineastas estarían dispuestos a proponer.
La labor interpretativa de Zoe Saldana destaca
sobremanera dentro del elenco. Habitual en sagas de cómic y ciencia ficción
(“Avatar”, “Guardianes de la galaxia”, “Star Trek”), aborda un papel por el que
será recordada en el futuro. Selena Gómez realiza, asimismo, una actuación
relevante. La cantante y actriz triunfa sobre todo en la serie televisiva “Sólo
asesinatos en el edificio”, si bien en la gran pantalla cuenta con alguna
intervención estimable, como la de“Día de lluvia en Nueva York”, de Woody Allen. La española Karla Sofía
Gascón asume el doble personaje del peligroso narcotraficante transformado en Emilia
Pérez. El citado trío ganó el premio conjunto a la mejor actriz en el último
Festival de Cine de Cannes. Entre los secundarios, figura Edgar Ramírez (visto
en el prescindible remake de “Le llaman Bodhi, estrenado en 2015).
Tras visionar la pasada semana “Blitz”, de Steve McQueen, siete días después acabo de ver “El Ministro de Propaganda”, de Joachim Lang, y me asalta la idea de que la II Guerra Mundial será, probablemente, el acontecimiento histórico llevado al cine en mayor número de ocasiones. Afirmaba Jean-Luc Godard que la alegría no produce buenas historias y, si se da por válida la reflexión del cineasta franco-suizo, no cabe duda de que aquella época de barbarie ha sido llamada a proporcionar un sinfín de excelentes tramas. Incluso se podría hablar de un subgénero dentro del bélico, dedicado en exclusiva a la figura de Adolf Hitler y a la eclosión del nazismo. Desde las más románticas (sirva como ejemplo la relación sentimental de “Casablanca”, de Michael Curtiz) a las más realistas (valga como muestra el desembarco de “Salvar al soldado Ryan”, de Steven Spielberg), cientos y cientos de títulos se cimientan sobre la citada confrontación internacional y sus efectos.
“El Ministro de Propaganda”, si bien pretende centrarse en la figura de Joseph Goebbels, no puede abstraerse ni de los acontecimientos históricos ni de la icónica figura del dictador y su macabra obra. Sin embargo, pone también el foco en una de las herramientas más comunes en cualquier conflicto, sea militarista o no: el uso de la (des)información. Bajo el pomposo título de “Ministerio Imperial para la Ilustración Pública y Propaganda” se puso en marcha una inmensa maquinaria para el adoctrinamiento (en el primer caso) y el amedrentamiento (en el segundo), dirigida a extender y asentar la ideología del dictador en todos los ámbitos sociales.
Por medio de una correcta ambientación y de la utilización de determinados recursos más propios de los documentales, la cinta refleja una parte del pasado que, sin duda, evidencia sus réplicas en algunos acontecimientos actuales. Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda de la Alemania nazi, acompañó a Hitler durante varios años, los de pleno apogeo de su poder, y se convirtió en el encargado de manipular y amaestrar a la ciudadanía valiéndose de imágenes de multitudes ondeando banderas y de filmaciones preparando a la población para llevar a cabo los propósitos de sus dirigentes. Tras la derrota de Stalingrado y una coyuntura general cada vez más desesperada, a finales de 1944 Goebbels planea el acto de propaganda más radical.
La narración cinematográfica resulta precisa y notable, y la forma de captar la atención del espectador, pese a narrar hechos ya conocidos, es igualmente loable. Pese a contar con un metraje bastante extenso (dos horas y cuarto) mantiene el nivel de forma casi constante. La dirección artística y la fotografía también ayudan, mientras que la interpretación de los actores se demuestra correcta. Se trata de una lección de Historia que no desmerece como lección de cine, aun existiendo otros largometrajes más sobresalientes ambientados en la misma contienda.
Su director y guionista, Joachim Lang, firma un estimable trabajo y logra una proyección internacional de la que carecía hasta la fecha. Me pregunto si estos contenidos audiovisuales interesan a las jóvenes generaciones actuales y, francamente, prefiero no saber la respuesta. Hoy en día abundan las formas de caer en la desinformación y de volverse un títere más pero, por desgracia, no todas son responsabilidad de los demás.
Al ser una producción alemana, el público mayoritario no conocerá a sus principales intérpretes. Robert Stadlober, quien da vida a Joseph Goebbels, participó en la también bélica “Enemigo a las puertas”, de Jean-Jacques Annaud. Franziska Weisz, en el rol de su esposa Magda, ha intervenido en algún episodio de la serie televisiva “Homeland”. Fritz Karl encarna a Adolf Hitler y, a cargo de un papel secundario, figura Michael Glantschnig (“Spectre”).
El británico Steve McQueen es un cineasta notable, con una habilidad innata para la narración cinematográfica. Su filmografía completa no contiene ningún trabajo menor ni mediocre: “Hunger” (2008), por el que ganó un BAFTA en su debut; “Shame” (2011), con el que se dio a conocer más internacionalmente; “12 años de esclavitud” (2013), Oscar a la mejor película; “Viudas” (2018); y, ahora, “Blitz”. Un grupo de cinco largometrajes, rodados en unos quince años, que demuestran versatilidad, rigor y buen hacer. En todos ellos destaca una brillante dirección de actores y una plasmación visual impecable. Se evidencia el tratamiento de los problemas recurrentes que plantea, desde el racismo a las múltiples desigualdades sociales y cómo, en cualquier caso, el pulso y el ritmo de cada filmación resultan potentes y adecuados.
“Blitz” se estrena a nivel mundial en “Apple Tv+” sin haber pasado previamente por las salas de proyección. Se me escapan las razones, aunque entiendo que esta circunstancia afectará a la difusión del film. No obstante, para los suscriptores de la citada plataforma constituye una opción muy recomendable. Sin olvidar sus señas de identidad, McQueen se decanta en esta ocasión por un estilo más clásico en el formato, elegante y dramático, con planos a veces muy bellos y a veces convencionales. Pero, en conjunto, se trata de una propuesta interesante que toca los corazones y las conciencias de los espectadores. Tal vez no pueda considerarse la mejor obra de su realizador, pero sin duda refuerza su línea de aciertos.
En alguna de sus entrevistas, el director reflexiona sobre las similitudes entre la época donde desarrolla la acción y los tiempos actuales, y cómo los temas que expone resultan plenamente vigentes. Resulta incuestionable el hecho de que la Historia se repite, pues el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Por lo tanto, sucesos de hace ocho décadas guardan semejanzas con situaciones de 2024. En una de las secuencias más recordadas de la excelente “El lector”, de Stephen Daldry (que también aborda el fenómeno del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial), un veterano profesor se queja amargamente ante un joven alumno con una frase que lo resume todo perfectamente: “Si la gente como tú no aprende de lo que le pasó a gente como yo, ¿qué sentido tiene nada?”.
El término “Blitz” hace referencia a los bombardeos que el ejército alemán realizó sobre territorio británico en ese mismo conflicto bélico. Ante tal escenario, las vidas de una mujer blanca y de su hijo mestizo se ven condicionadas ante la necesidad de evacuar a los menores hacia zonas más seguras. El menor, solo y desubicado, se escapa del tren que lo traslada de lugar y decide volver a casa por su cuenta. Enterada la madre de la pérdida del muchacho, se afana por encontrarlo en una ciudad devastada por la contienda.
Una efectiva y acertada Saoirse Ronan encabeza el equipo artístico. Recién iniciada la treintena, ya cuenta con un envidiable currículum y con nada menos que cuatro nominaciones a la estatuilla dorada de Hollywood. Yo la descubrí en esa maravilla que es “Expiación” (2007), de Joe Wright y, a partir de ahí, sus actuaciones en “The Lovely Bones” (2009), “Brooklyn” (2009), “Lady Bird” (2017) o “María, reina de Escocia” (2018) demuestran su enorme talento interpretativo. Con este último papel vuelve a dar en el clavo. El debutante Elliott Heffernan, por su parte, da vida al pequeño huido.
Acompañándoles de modo secundario se encuentra Benjamin Clémentine (“Dune: Parte Uno), a cargo de un breve pero muy interesante personaje. Junto a ellos figura también Paul Weller (músico que ha decidido probar como actor), Harris Dickinson (“La chica salvaje”) y Stephen Graham (“El irlandés”, “Rocketman”).
Cuando, hace ya bastante tiempo, me enteré de que se pretendía rodar una segunda parte de “Gladiator”, mi intuición me llevó a pensar de inmediato que se trataba de una mala idea. Existen largometrajes que, debido a su elevado nivel, así como al desarrollo y desenlace de sus historias, deberían darse por completos y zanjados. Ese deseo de alargar sus tramas o de dar inicio a una saga, resulta más propio de ávidos productores sedientos de mayores éxitos que de la necesidad de extender unos argumentos claramente concluidos. “Gladiator” es una gran cinta que ganó cinco Oscars (entre ellos, los de mejor película y actor protagonista) y fue elegida la mejor del año, tanto en la ceremonia de entrega de los BAFTA como en la de los Globos de Oro. Yo la he visto en numerosas ocasiones y, lejos de saturarme con cada nuevo visionado, le encuentro un interés cada vez superior.
Mejorar o, siquiera, mantener el listón, entrañaba pues una notable complejidad. Pero, con independencia de lograr rebasar a su predecesora, “Gladiator 2” desprende un claro tufillo a prolongación artificial. Creo que, conscientes de ello, los responsables del proyecto han apostado por la grandilocuencia como forma de superación, lo cual no siempre funciona. Peleas más sangrientas, animales más inmensos y pseudomitológicos (en algunos casos, incluso increíbles, en el sentido literal del término) y decorados más pomposos, pero sin poder desprenderse de dos hándicaps que actúan como lastre continuo durante las casi dos horas y media de proyección: la fatalidad de la inevitable comparación con el título estrenado en el año 2000 y la falta del carisma y magnetismo del personaje de Maximus Decimus Meridius, cuyo recuerdo planea en todo momento.
Al margen de lo expuesto, y a consecuencia de ese intento del “más difícil todavía”, se traspasa la línea que separa la brillantez del esperpento. No sé a quién se le ocurrió la idea de un Coliseo romano acuático con tiburones, pero sospecho que se debió fumar algo en mal estado. Tan es así que no se sabe si el mensaje transmitido corresponde a una parodia o a una secuela. En definitiva, se confirma el hecho de que sólo se aspira a repetir el antiguo éxito, pretensión hueca ante la escasez de enjundia en los personajes y en el guión.
Vaya por delante mi plena admiración por Ridley Scott, a mi juicio uno de los realizadores imprescindibles de la Historia del cine, autor de no pocos trabajos que me encantan y que revisiono a menudo. Sin embargo, en esta ocasión, el Scott productor y el Scott realizador no se han entendido.
La acción se sitúa años después de la muerte del gladiador encarnado por Russell Crowe. Lucio, interpretado entonces por el niño Spencer Treat Clark y ahora por Paul Mescal (Aftersun), ha crecido y se ve forzado a entrar en el Coliseo tras ser testigo de la conquista de su hogar por parte de los tiránicos emperadores que dirigen Roma con puño de hierro. Repleto de furia y con el futuro del Imperio en juego, deberá rememorar su pasado en busca de la fuerza y el honor que devuelvan al pueblo la gloria perdida de Roma.
Ni que decir tiene que los logrados aspectos técnicos y visuales sobresalen y que algunas escenas reflejan una intensidad notable, pero el regusto final conduce a la sensación de haber presenciado un videojuego más que una película.
Repiten en el reparto Connie Nielsen (Hippolyta en las sagas “Wonder Woman” y “La Liga de la Justicia”, “Basic”, “Retratos de una obsesión”) y Derek Jacobi (veteranísimo actor de variada filmografía -“Enrique V”, “Gosford Park”…-, que destacó principalmente en la magnífica serie televisiva “Yo, Claudio”). Como novedad, figura Denzel Washington, cuya excelente trayectoria profesional no necesita presentación, y que se esfuerza enormemente por impulsar esta propuesta, hasta el punto de ser lo mejor de ella. Les acompañan Pedro Pascal (“The Mandalorian”, “Juego de tronos”) y Joseph Quinn (“Un lugar tranquilo: Día 1”).
Entre los actores célebres que deciden ponerse asimismo detrás de la cámara se encuentra Michael Keaton. Comenzó a obtener popularidad en 1982 gracias a la película de Ron Howard “Turno de noche”, pero no fue hasta que Tim Burton se cruzó en su camino cuando despuntó entre el gran público. Se metió dos veces en la doble piel de Batman y Bruce Wayne, y dos más en la de Bitelchús, de la mano del siempre extravagante e imaginativo director californiano. Nominado al premio de la Academia de Hollywood en 2015 por “Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)”, del mejicano Alejandro G. Iñárritu, y partícipe un año después de la también oscarizada “Spotlight”, sin duda se ha ganado un puesto dentro de la industria del cine. Igualmente, ha recibido un Emmy y un Globo de Oro por la serie de televisión “Dopesick: Historia de una adicción”. Se trata de un actor que ha logrado destacar tanto en la comedia como en el drama, y que a lo largo de su carrera se ha puesto a las órdenes de importantes realizadores.
En 2008 dio el salto a la dirección con “Caballero y asesino”, film que pasó bastante desapercibido, y ahora nos presenta “El método Knox”, su nuevo trabajo como cineasta y actor. Thriller dramático, convencional en el fondo y pausado en la forma, razonablemente bien construido y narrado, cabe indicar que no resalta por ningún aspecto en concreto. Se mueve con soltura en una nivel medio de corrección, pero sin sobresalir. Aguanta el listón de un entretenimiento básico y su recreación visual resulta acertada. En ese sentido, puede calificarse como una propuesta digna, si bien de ritmo excesivamente lento en ocasiones, lo que desentona y no ayuda al impulso de la historia, y con algún giro de guion un tanto forzado.
John Knox es un implacable asesino a sueldo con una larga trayectoria delictiva. Un día se ve aquejado por un tipo de demencia de evolución rápida y en un estado ya avanzado. Al criminal sólo le queda probar un último intento para redimirse, reconectando con su hijo y tratando de ayudarle, pero no le resultará una tarea fácil. Sus huidas personales y la lucha contra el tiempo y contra su propio deterioro se convertirán en unos enemigos complicados.
A través de la fotografía y del perfil de los personajes, Keaton construye un gancho para captar la atención del espectador, si bien tal vez hubiera necesitado un guionista más versado en esta clase de relatos. Gregory Poirier, escritor de libretos como “Juerga de solteros” o la segunda parte de “La búsqueda”, no termina de combinar con acierto el drama y el thriller y, aunque la labor detrás de la cámara compensa ciertas deficiencias, otras se terminan percibiendo. En definitiva, nos hallamos ante una cinta que sirve como pasatiempo durante escasas dos horas, pero que no formará parte de las propuestas más destacadas de su género.
Como integrantes del equipo artístico, figuran otros compañeros muy populares de Keaton, como Al Pacino, uno de los actores más emblemáticos del Séptimo Arte. Oscar por “Esencia de mujer” y nominado en ocho ocasiones más, su participación en la saga de “El Padrino” y en títulos como “Serpico”, “Tarde de perros”, “El dilema” o “El irlandés” lo alzan como un referente indiscutible de la profesión. Menos famosos, pero también conocidos, intervienen James Marsden (“Encantada: La historia de Giselle”, “27 vestidos”, “X-Men”), Marcia Gay Harden (estatuilla dorada a la mejor actriz secundaria por “Pollock: la vida de un creador” y nominada por “Mystic River”) o Joanna Kulig (habitual intérprete de Pawel Pawlikowski (“Ida”, “Cold War”). Junto a ellos, cabe mencionar a Ray McKinnon (“Mud) y Paul Perri (“Hunter”, “Memorias de un hombre invisible”).
Desde
hace algún tiempo, existe una especie de leyenda sobre cuál será la última
película que dirija Clint Eastwood. Ahora, a sus noventa y cuatro años, acaba
de estrenar un nuevo largometraje. Pero, cuando en 2021 llegó a las pantallas
“Cry Macho”, muchos lo describieron como el epílogo de su larga carrera. Ahora
sucede lo mismo con “Jurado Nº2”, su trabajo más reciente, publicándose comentarios
y referencias que lo asocian a la despedida profesional de este emblemático actor
y director. Por prudencia, no me atrevo a manifestarme, pero todo parece
indicar que entrará en el Libro Guinness de los Récords como el cineasta más
longevo en activo.
Eastwood
representa a la perfección la cinematografía norteamericana. En el ejercicio de
sus facetas como intérprete, realizador o productor, su extensa y ecléctica
trayectoria refleja un estilo artístico que, a la vez de un sello personal, se
alza como emblema de la cultura estadounidense. Figura venerada y respetada,
puede presumir de contar en su haber con varias obras maestras y numerosas
aportaciones sobresalientes al Séptimo Arte. Ganador de cuatro Oscars, pasará a
la Historia del Cine con mayúsculas gracias a títulos como “Sin perdón”,
“Million Dollar Baby” o “Los puentes de Madison”.
Esta
nueva propuesta se podría encuadrar dentro del subgénero que en Estados Unidos
denominan “Courtroom Movies” o cintas sobre juicios, que tantos filmes de
calidad ha generado, entre ellos “12 hombres sin piedad”, “Matar a un ruiseñor”,
“Testigo de cargo”, “Veredicto final” y un larguísimo etcétera. “Jurado Nº2”
constituye una digna continuación de ese magnífico listado, ya que entretiene y
elabora una propuesta argumental y cinematográfica seria. Más allá de la
reflexión sobre la justicia, la culpa o la ética, la oferta de Eastwood destila
intensidad y excelencia. Me atrevería a calificarla como la mejor desde “Gran
Torino”, que ya ha superado los tres lustros.
Un
ciudadano aparentemente normal y familiar es seleccionado como jurado en un
juicio por asesinato. Durante la vista, se enfrentará a un dilema moral que le
afecta a él y al acusado. En función de la decisión que adopte será el
resultado de la sentencia, dependiendo de ello la declaración de inocencia o de
culpabilidad del imputado.
A
través de un ajustado metraje, el realizador logra aglutinar el thriller y el
drama con sorprendente soltura. A título personal, sé que en el futuro volveré
a revisar con agrado “Jurado nº2” (circunstancia poco frecuente en mi caso),
pues me confieso un gran apasionado del género de tribunales, cuyas tramas se
centran en los enjuiciamientos y la aplicación del Derecho. No descarto que sea
deformación profesional, pero aquí he encontrado una muestra artística
estupenda, incisiva y hasta profunda, que además no olvida la esencia del
entretenimiento.
Su
protagonista, Nicholas Hoult, se dio a conocer con apenas doce años en “Un niño
grande”, junto a Hugh Grant. Además de en las sagas de “X-Men” y “Mad Max”, ha
intervenido en “Un hombre soltero”, “La favorita” o “Tolkien”. Desempeña una
buena labor bajo una batuta muy profesional. Le acompañan Toni Collette (“Las
horas”, “El sexto sentido”, “Hereditary”), J.K. Simmons (Oscar por “Whiplash” y
secundario de lujo en las exitosas “Spiderman”, “La La Land” o “Juno”) y Kiefer
Sutherland (“Algunos hombres buenos”, “Última llamada”, “Tiempo de matar”). El
futuro dirá si nos hallamos o no ante la despedida de Clint Eastwood. Sería, en
todo caso, una despedida lucida y un gran punto final para una carrera
memorable.
No creo
que haya sido una casualidad que, en plena campaña norteamericana y a pocos
días de la jornada electoral, hayan programado el estreno de la película
“Reagan”, primero Gobernador de California y, después, cuadragésimo Presidente
de los Estados Unidos de América (desde 1981 a 1989). Existen numerosos
largometrajes estadounidenses, y algunos muy buenos, sobre la Casa Blanca y sus
Presidentes. En los últimos años se han estrenado sobresalientes aportaciones a
esta singular temática, como “El vicio del poder” (2018), “Los archivos del
Pentágono” (2017), “Lincoln” (2012) o “Los idus de marzo” (2011). Entre las más
clásicas destacan “Todos los hombres del presidente” (1976), “El candidato”
(1972) e, incluso, “Caballero sin espada” (1939). Se trata, pues, de un
subgénero muy apto para el entretenimiento y la divulgación, del que el Séptimo
Arte ha sabido extraer lo mejor de sí.
Sin
embargo, en el caso de “Reagan” no se alcanza dicho nivel. Su toque de parodia
no intencionada lastra buena parte de ese halo de seriedad que sepresupone a una biografía de estas
características. Hasta determinadas cuestiones técnicas, como la fotografía o
el uso de la cámara, resultan bastante discutibles. Da la sensación de que las
reglas básicas de la narración cinematográfica hubiesen quedado reducidas a una
mera concatenación de momentos de la vida del protagonista rodados con un
estilo publicitario, dando lugar a un trabajo más bien decepcionante.
Comprende
la trayectoria vital de Ronald Reagan desde su infancia hasta su salto a la política,
incluyendo su etapa como actor de Hollywood. Refleja su lucha con los
sindicatos y la influencia que sobre él ejercieron sus mujeres hasta su llegada
al Despacho Oval a principios de la década de los ochenta,donde se mantuvo durante ocho años (el máximo
plazo legal para ocupar el cargo presidencial). Inicialmente, Reagan derrotó a
Jimmy Carter, entonces candidato a la reelección y, posteriormente al también
demócrata Walter Mondale.
Dirige la
cinta Sean McNamara, quien sobre todo ha desarrollado su carrera en televisión, habiendo estrenado en la gran
pantalla “Soul Surfer: Alma surfera” y “Bratz: la película”, probablemente sus
dos títulos más conocidos. A mi juicio, no era la persona adecuada para afrontar
un proyecto de esta envergadura. Ese aspecto televisivo del que le dota, más
propio de una serie, no encaja para una propuesta de dos horas y cuarto de
duración.
A su
favor cabe resaltar el elenco de actores, encabezado por un Dennis Quaid
caracterizado para obtener el mayor parecido con el personaje real. Visto
recientemente en “La sustancia”, posee una larga y productiva carrera
profesional, en la que sobresalen éxitos como “El día de mañana” y “El chip
prodigioso”, e intervenciones en las notables “Lejos del cielo” o “Sospechoso”. Como casi
todo en “Reagan”, su interpretación se nota algo forzada. El papel de su esposa
Nancy corre a cargo de Penelope Ann Miller, recordada gracias a su participación
junto a Al Pacino en “Atrapado por su pasado”, de Brian de Palma, además de en
“The Artist”, “Chaplin” o “Despertares”. Comparte con Quaid los mismos aciertos
y desaciertos en su intento por sacar adelante la filmación.
Figura
asimismo en el reparto el consolidado Jon Voight, Oscar por “El regreso” y
nominado en otras tres ocasiones por “Cowboy de medianoche”, “El tren del
infierno” y “Ali”, quien pocas veces desentona en su labor. Mena Suvari
(“American Beauty”, “American Pie”), Kevin Dillon (“Platoon”, “Poseidón”, The
Doors”), Robert Davi (“007: Licencia para matar”, “Jungla de cristal”, “Los
Goonies”) y Lesley-Anne Down (“La calle del adiós”), como Margaret Teacher,
completan el equipo artístico.
Pedro Almodóvar
es un cineasta singular. Más allá de su éxito y de su reconocimiento, considero
que su principal mérito estriba en haber creado un sello propio, una marca
personal con la que impregna sus producciones y que demuestra su implicación y
creatividad en todas y cada una de ellas. A partir de ahí podrá gustar más o
menos, pero su estilo de narración cinematográfica, de escenificación e,
incluso, de expresión de sus intérpretes, resulta muy suya, íntima e
intransferible. A mi juicio, tales circunstancias constituyen un gran logro para
un artista y conllevan una versatilidad que se refleja tanto en obras cercanas
al drama como a la comedia, el género que le ha aupado a la fama. Personalmente,
me siento más cercano al Almodóvar de “Hable con ella”, “Julieta” o “Dolor y
gloria” que al de “Kika”, “Los amantes pasajeros” o “Entre tinieblas”, títulos
que descubren sensibilidades bastante diferentes.
Ahora
estrena su primer largometraje en lengua inglesa, en el que conserva buena parte
de la esencia de su cine: los colores intensos que lo impregnan todo, los
planos cercanos, los encuadres de cámara tan característicos y la utilización
especial de la música como elemento para subrayar sus relatos. Nada de ello
falta en “La habitación de al lado”, si bien, en mi opinión, ha perdido cierta
fluidez narrativa. Existe una notable diferencia entre contar una historia de
la que surgen una serie de mensajes y difundir una serie de mensajes
recurriendo para ello a una historia. Procede distinguir entre trasladar un
argumento y proclamar un discurso, entre transmitir una ficción y ofrecer una
parábola. Se percibe artificialidad en algunos diálogos, lo que resta
credibilidad a los personajes y a la trama. Este aspecto se evidencia en el
metraje, donde se nota por parte del director un mayor deseo de divulgar su disertación
que de construir una argumentación para los protagonistas, sin perjuicio de que
pueda contener determinada moraleja o enseñanza. No critico en absoluto el
ideario que se quiere hacer llegar al espectador, pero sí la manera de llevarlo
a cabo, que se me antoja forzada y postiza.
En
compensación, figuran otras secuencias especialmente logradas, con partes del
guion más sentidas y sensibles, casi poéticas, que desentonan con aquellas más
fingidas. Por lo tanto, resultado irregular, pese a que las actuaciones
constituyen un contrapeso sumamente efectivo que eleva finalmente la cinta.
Dos
mujeres mantuvieron una profunda amistad en su juventud y coincidieron
trabajando en una revista, aunque con el tiempo el destino las distanció. Una
acabó siendo novelista y la otra, reportera de guerra. Tras una larga etapa sin
contactar, vuelven a coincidir con ocasión de una situación muy extrema, en la
que ambas perciben de nuevo la conexión y dulzura que las une.
Julianne
Moore y Tilda Swinton encabezan el reparto. La primera, Oscar a la mejor actriz
por “Siempre Alice” y nominada en otras cuatro ocasiones por “Lejos del cielo”,
“Las horas”, “El fin del romance” y “Boogie Nights”, siempre versátil y
virtuosa, cuenta con una carrera profesional sinónimo de excelencia, que
incluye otros destacados ejemplos como “Secretos de un escándalo”, “Los chicos
están bien” o “Magnolia”. Ella, con diferencia, encarna lo mejor de la
película. La segunda, estatuilla también a la mejor actriz secundaria por
“Michael Clayton”, ha participado en “Tenemos que hablar de Kevin” o “El
curioso caso de Benjamin Button”. La química que se establece con Moore ayuda
al desarrollo del film.
A cargo
de papeles secundarios, les acompañan John Turturro (“Quiz Show”, “Barton
Fink”, “El gran Lebowski”), Alessandro Nivola (“La gran estafa americana”), Esther
McGregor, hija de Ewan McGregor (“Babygirl”) y Juan Diego Botto (“Éxtasis”,
“Martín Hache“).