Pese a
que la cartelera se empeñe en demostrar lo contrario, el cine norteamericano
actual se compone de algo más que sagas interminables y películas de
superhéroes. Existen también al margen de las distribuidoras otras propuestas
modestas que van a contracorriente y que ofrecen alternativas interesantes,
aunque sin apenas opciones de llegar a un gran número de salas de proyección. El
pasado fin de semana, coincidiendo con la décima entrega de “Fast & Furious”
y la apuesta de Disney por “Ant-Man y la Avispa: Quantumanía”, la plataforma
Filmin estrenaba “Nunca llueve en California”, traducción libre de “Palm Trees
and Power Lines”, que logró cuatro nominaciones en los últimos “Film Independent
Spirit Awards” (ópera prima, guion, actriz revelación y actor secundario) y que,
además, arrancó numerosos aplausos en el Festival de Cine de Sundance, donde se
alzó con el premio a la mejor dirección.
La cinta
comienza de forma pausada, presentando a una adolescente desubicada que pierde
el tiempo junto a un grupo de supuestos amigos con los que, en el fondo, no
conecta. Vive con su madre, con quien mantiene una relación similar a la de cualquier
compañera de piso, y termina liada con un hombre bastante mayor que ella, el
único individuo que, al parecer, le presta atención y le trata bien. A medida
que avanza el metraje, este, en principio, típico relato de realidades adolescentes,
comienza a ahondar en los peligros de las relaciones dañinas y tóxicas para,
posteriormente y de manera sorpresiva, tratar de modo certero el fenómeno de la
explotación sexual.
El relato
demuestra que no resulta necesario ser raptada en un país extranjero para
terminar inmersa en una espiral nociva y autodestructiva y cómo, en ocasiones,
por la vía más inocente e insospechada, es posible caer en redes que utilizan
los cuerpos de las mujeres para lograr un rendimiento económico. Unas
interpretaciones creíbles, unidas a diálogos y situaciones verosímiles
reflejados a través de una narración honesta y con no pocos valores cinematográficos,
dan como resultado un film que podría utilizarse como herramienta didáctica y educativa.
Su realizadora,
Jamie Dack, debuta detrás de la cámara con este trabajo, si bien ya había
rodado un cortometraje con el mismo título e idéntico argumento, de donde se
deduce su interés por profundizar en el tema y convertirlo en largometraje. Los
reconocimientos obtenidos en Sundance y en los Independent Spirit Awards
evidencian su esperanzador comienzo en la profesión, confirmando que en el
futuro de la industria norteamericana hay cantera y relevo, siempre y cuando
las productoras se animen a darles una oportunidad.
Todas las
actuaciones se desarrollan a un gran nivel y apuntalan notablemente los
perfiles a su cargo. La actriz más conocida del reparto es Gretchen Mol, vista
en la versión de James Mangold de “El tren de las 3:10”, “Rounders” de John
Dahl o “Celebrity” y “Acordes y desacuerdos”, ambas de Woody Allen. Asume un
papel secundario, pero efectivo.
No obstante, el
verdadero peso de la historia recae en la debutante Lily McInerny, quien lleva
a cabo una destacada labor. Gracias a la buena dirección de Dack, aporta a su
personaje el necesario grado de profundidad y realismo. Desde ahora aguardo con
interés sus nuevos proyectos. Encarna a su pareja en la ficción Jonathan Tucker
(“Las vírgenes suicidas”, “Hostage”, “Los próximos tres días”). Confío en que
finalmente se revierta la tendencia y no se releguen estas obras independientes
a las plataformas, por el hecho de que el monopolio de exhibidoras y
distribuidoras veten su estreno en las salas. El futuro del Séptimo Arte
depende de ello.
La
relación de Philip Marlowe con el Séptimo Arte resulta muy profusa y su reflejo
más icónico se encuentra en la versión de “El sueño eterno”, dirigida por Howard
Hawks e interpretada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall, y que posee una
emblemática escena final. No obstante, el listado es largo y se inicia en 1944
con “Historia de un detective”. La década de los cuarenta reunió el mayor
número de películas sobre este investigador salido de la mente del escritor Raymond
Chandler, pero se extendió en adelante. En los años sesenta James Garner asumió
dicho perfil en “Marlowe, detective muy privado”. En los setenta, Elliott Gould
a las órdenes de Robert Altman y Robert Mitchum bajo la batuta de Dick Richards
hicieron lo propio. Ya en los noventa, James Caan retomó el testigo de la mano
de Bob Rafelson, situado detrás de la cámara. Por lo tanto, no parece extraño
que en la actualidad se estrene otra nueva aventura de tan singular personaje,
si bien mi reflexión tras visionar la cinta sea que se trata de una propuesta desubicada
en el tiempo. Su propio cartel da fe de ello, pues pretende trasladar aquella
imagen clásica pero, al final, anuncia un producto artificial que no termina de
encajar ni con el estilo tradicional ni con una readaptación más moderna.
Asume la
realización Neil Jordan, responsable de la notable “Juego de lágrimas”, que le
reportó un Oscar como guionista. Este irlandés cuenta con una filmografía algo
inconexa y, en mi opinión, hay que remontarse varios lustros para encontrar sus
trabajos más notables. Además, al escoger una figura adaptada ya tantas veces,
las comparaciones se tornan inevitables y, en este caso, encima desfavorables.
No sólo la imagen de Humphrey Bogart se alza demasiado alargada e inolvidable,
sino que el ritmo y la intensidad visual y narrativa de “El sueño eterno”
resulta claramente superior, pese a haberse rodado hace casi ochenta años.
En Los
Ángeles a finales de los años treinta, el detective privado Philip Marlowe es
contratado para encontrar al ex amante de una glamurosa heredera, hija de una
conocida estrella de cine. La desaparición oculta numerosas mentiras y secretos,
y el investigador se verá envuelto en una aventura peligrosa y mortal en la que
todos los implicados parecen tener algo que ocultar.
Los
aficionados al género negro comenzarán a ver este filme con una clara
predisposición a disfrutarlo, ayudados por un magnífico elenco de actores y una
meritoria ambientación de la época. Los sombreros, las gabardinas, las “femmes
fatales” y el humo de los cigarrillos ayudarán a facilitar cierta conexión con
la proyección. Pero conforme avanza el metraje, se apodera una sensación de
inconsistencia y vacío. En definitiva,
de copia poco elaborada.
Liam
Neeson, quien ya trabajara con Jordan en “Michael Collins” en 1998, encabeza el
reparto. Alcanzó su cumbre profesional dando vida al empresario Oskar Schindler
en la afamada cinta de Steven Spielberg, pero posteriormente se ha
especializado de forma incomprensible en propuestas de acción, abandonando
aquella loable trayectoria que se había labrado. Aunque aquí encaja con el
perfil que requiere el papel, no dispone de un guion propicio para su
lucimiento.
Junto a
él figuran Jessica Lange y Diane Kruger, madre e hija en la ficción. La primera
ha ganado dos estatuillas doradas a lo largo de su destacada carrera artística,
mientras que la segunda se ha dado a conocer a gran escala por medio de cintas
como “Troya”, “Malditos bastardos” o la saga de “La búsqueda”. Ambas actrices
contribuye a enriquecer el largometraje. A cargo de intervenciones secundarias
les acompañan rostros como los de Alan Cumming (“Eyes Wide Shut”, “X Men 2”), Ian
Hart (“María, reina de Escocia”, “Descubriendo Nunca Jamás”) o Colm Meaney (“El
inglés que subió una colina, pero bajó una montaña”, “La camioneta”).
Stephen
Frears, responsable entre otros títulos de “Las amistades peligrosas” (1988)
-probablemente su mejor obra- y “La reina” (2006), se ha labrado hasta la fecha una sólida
carrera como cineasta. No obstante, en la filmografía de este veterano
británico abundan las películas de visión amable donde se estila un tono ligero
y, en gran parte, cómico, aunque introduzca toques críticos y reflexivos.
Sirvan como ejemplos “La reina Victoria y Abdul” (2017), “Philomena” (2013), “Tamara
Drewe” (2010) o “Alta Fidelidad” (2000), trabajos nada transgresores y de
formato convencional con los que el público empatiza con facilidad y en donde
se mezclan, normalmente con acierto, el humor, el drama y, a veces, alguna
pincelada reivindicativa.
En
línea con esta trayectoria presenta ahora “The Lost King” (estrenada en España
con su título original). Ignoro si la distribuidora ha esperado
intencionadamente a la primera semana de mayo para llevarla a las carteleras, coincidiendo
con la coronación en Londres del rey Carlos III y considerando que este actual
fervor monárquico ayude a su éxito en la taquilla. Tras su visionado, la
sensación que predomina es la de tratarse de una propuesta sencilla, afable e impulsada
por un halo de comicidad que parece impregnarlo todo, por mucho que
determinadas secuencias reflejen una textura más dramática. Es el estilo que
Frears, sin duda, domina y en el que se siente más cómodo, ya que le favorece
para abordar el relato con consistencia, pese a esa apariencia informal o,
incluso, insustancial. Su moderado metraje, cercano a la hora y media, también
contribuye a que la proyección resulte amena y agradable de modo que, aun siendo
un film que se olvidará con cierta rapidez, tampoco contará con demasiados
detractores.
Basado
en hechos reales (en el doble sentido del término), relata cómo en 2012 fueron localizados
en la ciudad inglesa de Leicester los restos del monarca Ricardo III, fallecido
500 años atrás en el campo de batalla. Gran parte del mérito de dicho hallazgo
se debe a Philippa Langley, guionista de televisión y miembro de la Sociedad
Ricardiana, que se embarcó en la descabellada aventura de localizar dichos
restos. Para verificar su autenticidad, hubo que cotejar el ADN de los huesos
con el de algún otro familiar y quien aportó la prueba científica definitiva
fue un carpintero canadiense perteneciente a la decimoséptima generación de
descendientes de Ana de York, hermana del difunto noble.
De
tan rocambolesca historia, Steve Coogan y Jeff Pope (ambos, autores de los
textos para “Philomena”) escribieron un guion efectivo, basado en un libro de
la propia Langley, en el que presentan con naturalidad la perspectiva trágica y,
al mismo tiempo, cómica de un suceso bastante inverosímil y que concluye con
una dosis de optimismo vital muy del agrado de todos los públicos.
Desde
el punto de vista interpretativo, el peso recae sobre Sally Hawkins, que
encarna a Philippa. La actriz ha estado nominada al Oscar en dos ocasiones,
gracias a sus actuaciones en “La forma del agua”, de Guillermo del Toro y “Blue
Jasmine”, de Woody Allen. Participó asimismo en “Spencer”, otro proyecto sobre
la familia real británica en el que su colega Kristen Stewart dio vida a Diana
de Gales. Ha intervenido igualmente en “Happy, un cuento sobre la felicidad”,
de Mike Leigh, “Nunca me abandones”, de Mark Romanek o la hipnotizadora versión
de “Jane Eyre”, de Cary Joji Fukunaga. Aquí lleva a cabo una labor plausible,
aportando el punto justo de hilaridad e intensidad. La acompañan en el elenco
el propio Steve Coogan y Harry Lloyd (“La teoría del todo”, “La dama de
hierro”).
Lo reconozco. No pude terminar de ver la película “Beau tiene miedo”. Dura tres largas y tediosas horas que no resistí. En mi descargo diré que aguanté más de lo debido y de lo exigible. Sufrí, aunque superé, dos conatos previos de abandono pero, ya avanzada la segunda hora, mis fuerzas no dieron para más. ¿Qué estaba viendo exactamente? Resulta difícil de describirlo ni de resumirlo.
Mi primera referencia del director Ari Aster se remonta al estreno en 2018 de la cinta de terror “Hereditary”. Sin llegar a entusiasmarme, me pareció un debut prometedor como cineasta. Le siguió un año después “Midsommar”, donde ya evidenciaba una preocupante tendencia a las rarezas, y eso que la actriz Florence Pugh ponía mucho de su parte para compensar la deriva pseudocreativa del joven realizador. Con este tercer largometraje, Aster confirma el diagnóstico: no hay quien lo entienda. O, al menos, yo no capto la esencia de su discurso.
Vaya por delante que el film cuenta con profesionales solventes y a cargo de pulcritud técnica. La fotografía y la interpretación, por ejemplo, no admiten reproches. El problema estriba en el guion, en la propia historia que desea contar, en la forma de presentar a los personajes y en las situaciones que les propone. Le gusta calificar este nuevo proyecto como “una película de terror surrealista ambientada en un presente alternativo”, aunque en algunas entrevistas la defina también como “drama de terror metafísico” (signifique lo que signifique). Para mí, no significó nada. Una inmensa nada estirada artificialmente durante ciento ochenta minutos y llamada a desquiciar al espectador en uno u otro momento.
Puede que en la mente del artista halle cierto sentido. Incluso tal vez parte del público que aguante el tirón hasta el final encuentre cierta lógica filosófica. Desde luego, no es mi caso. La total falta de conexión con la proyección me generó aburrimiento y, a medida que avanzaba el metraje, me provocó unas enormes ganas de salir corriendo. Me pasa con numerosas manifestaciones del Arte Moderno en disciplinas como la pintura o la escultura, que intentan venderme como supuesta expresión de valores y sensaciones muy profundos, pero en las que yo solamente acierto a ver extravagancia y formas vacías.
Un hombre extremadamente nervioso y paranoico que nunca ha conocido a su progenitor mantiene una tensa relación con su dominante madre. Cuando esta muere se desplaza hasta su antigua casa, despertando de ese modo diversos elementos sobrenaturales latentes. No obstante, este breve resumen apenas clarifica lo que muestra “Beau tiene miedo”, pues es extremadamente difícil de explicar.
El actor Joaquin Phoenix protagoniza el relato, acostumbrado siempre a interpretar papeles extraños y a meterse en la piel de perfiles que figuran en los libros de Psiquiatría. Sirva su Oscar por “Joker” para avalar dicha afirmación. Sus actuaciones en “Gladiator”, “En la cuerda floja” o “The Master” refuerzan tal teoría. Dicho esto, comienzo a cuestionarme si sus interpretaciones se deben a su valía actoral o si las lleva a cabo de forma tan sobresaliente porque su carácter en la vida real no se aleja demasiado de ellas.
Completan el elenco Nathan Lane (cómico de larga trayectoria al que recientemente hemos visto en la serie televisiva “Solo asesinatos en el edificio” y, en la gran pantalla, en “Una jaula de grillos), Amy Ryan (“El puente de los espías”, “Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)” y el habitual secundario Stephen McKinley Henderson (“Fences”, “Lady Bird”, “Lincoln”).