jueves, 19 de julio de 2012

ELEFANTE BLANCO

Algunos cineastas de prestigio se han especializado en el cine de denuncia social. Un de los más claros ejemplos es el del británico Ken Loach, en cuya filmografía abundan las alusiones políticas y los mensajes reivindicativos y done la plasmación de conflictos sociales es una constante. De hecho, en Europa ha obtenido diversos reconocimientos en casi todos los festivales denominados “de categoría A”, como Berlín, Venecia y Cannes. Algo similar ocurre con el realizador griego Costa-Gavras, que incluso ha llegado a consolidar su influencia en la compleja industria norteamericana. Sus largometrajes Desaparecido, Z y La caja de música han recibido varias nominaciones a los Oscar y le han reportado al propio director una estatuilla después de tres candidaturas. Es cierto que existen otros nombres pero seguramente estos dos sean los más representativos de este subgénero cinematográfico caracterizado por dar protagonismo a quienes no suelen tenerlo y por plasmar las desigualdades, la miseria y la corrupción. Con independencia de no olvidar el primer mandamiento del cineasta, que no es otro que entretener, ellos se marcan como objetivo que el espectador reflexione sobre mundos que tal vez les resulten muy ajenos pero que, no por ello, dejan de existir y necesitan, al menos, darse a conocer.
Elefante Blanco debe encuadrarse en este tipo de cine. Cuenta la historia de dos sacerdotes que, tras sobrevivir en el ejercicio de su labor pastoral en Centroamérica a un intento de asesinato por parte del ejército, se trasladan a un barrio de Buenos Aires para continuar con su misión de atender a la población más necesitada. Para conseguir sus fines, tendrán que enfrentarse a la corrupción, a la pobreza, a la burocracia, a los gobernantes e, incluso, a la jerarquía eclesiástica, arriesgando nuevamente sus vidas por defender, más que su religión, su compromiso leal hacia los vecinos. La cinta logra transmitir ese espíritu de denuncia y de transmisión de las penurias de ese sector de la ciudadanía tan olvidado.
Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, no logra posicionarse entre los grandes títulos de un subgénero en el que Loach y Costa-Gavras continúan siendo los referentes. Dicho esto, hay que reconocer que el argentino Pablo Trapero es un digno miembro de esta modalidad cuyo fin consiste en despertar conciencias frente a las situaciones de injusticia y abandono a las que se ve sometido un considerable sector de la población.
Ahora bien, el principal atractivo de Elefante Blanco es, por enésima vez, su protagonista principal, el siempre extraordinario Ricardo Darín. Existen actores dotados de una capacidad innata para transmitir emociones y sentimientos, que constituyen un activo indiscutible en cualquier película, que generan una especial complicidad con el espectador, que son versátiles y alcanzan registros interpretativos increíbles tanto en la comedia como en el drama. Que, lo que es más difícil, consiguen arrancar sonrisas en medio de una escena enternecedora o, por el contrario, te encogen el corazón durante un diálogo cómico. Darín es uno de ellos. Sus trabajos en Nueve reinas, El hijo de la novia o El secreto de sus ojos son de obligada visión para todos los amantes del cine y, si me apuran, para cualquier persona, sea o no aficionada al séptimo arte. En esta ocasión, de nuevo interpreta su papel de modo eficaz y, aunque no alcance una cota más alta, sin duda merece la pena disfrutar con su talento.

Trailer del film:



Datos del film:

Película: Elefante blanco.
Dirección y guion: Pablo Trapero.
Países: Argentina y España. Año: 2012. Género: Drama.
Interpretación: Ricardo Darín (Julián), Jérémie Rénier (Nicolás), Martina Gusman (Luciana). Guion: Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Pablo Trapero. Producción: Alejandro Cacetta, Pablo Trapero, Juan Gordon, Juan Vera y Juan Pablo Galli.
Música: Michael Nyman.
Fotografía: Guillermo Nieto.
Montaje: Pablo Trapero y Nacho Ruiz Capillas.
Dirección artística: Juan Pedro Gaspar.
Vestuario: Marisa Urruti.

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