viernes, 24 de junio de 2011

UN CUENTO CHINO


Existen actores dotados de una capacidad innata para transmitir emociones y sentimientos. Que constituyen siempre un activo indiscutible en una película. Que, en ocasiones, tienen el don de sacar adelante un proyecto casi por sí solos. Que establecen una especial complicidad con el espectador. Que son versátiles y alcanzan registros interpretativos increíbles tanto en la comedia como en el drama. Que, lo que es más difícil, consiguen arrancar sonrisas en medio de una escena enternecedora o, por el contrario, te encogen el corazón durante un diálogo cómico. Son intérpretes conocidos exclusivamente por su faceta profesional, que sacan el máximo jugo posible a sus personajes sin necesidad de salir en ningún medio de comunicación ajeno al séptimo arte. El argentino Ricardo Darín es, sin duda, el vivo ejemplo del modelo que he expuesto anteriormente.
Para todo buen aficionado al cine resulta indispensable disfrutar en Nueve reinas con su recreación de un estafador perseguido por la mala suerte que sueña con un gran golpe que le retire para siempre. Pero, sobre todo, es un verdadero lujo presenciar el memorable tándem que forma a las órdenes de su paisano, el guionista y director Juan José Campanella. En El hijo de la novia borda a ese padre divorciado, dueño de un restaurante, a quien los problemas laborales le superan y los sinsabores de la vida le avasallan. Recrea con solvencia y humor al hombre medio que no logra zafarse de esas recurrentes cuestiones existenciales que se repiten generación tras generación. En El secreto de sus ojos asume el rol de un funcionario judicial que, mientras investiga un brutal asesinato, guarda en silencio sus sentimientos amorosos para mostrarlos cuando ya es demasiado tarde. Estos largometrajes son de visión obligada para cualquier persona, sea o no aficionada al cine.
De modo que decir que Un cuento chino está protagonizada por él supone manifestar el noventa por ciento de las razones por las que merece la pena acudir a la sala de proyección. La cinta narra el encuentro casual de Roberto –personaje encarnado por Darín- con un chino perdido y desorientado que acaba de llegar a Buenos Aires en busca de su único familiar vivo. A pesar de estar separados tanto por el idioma como por la diferente cultura que cada uno de ellos representa, comienzan una convivencia de la que se sirve su director para, a través del humor y la ternura, hacer reflexionar al espectador. El ritmo de la narración es lento en sus inicios y su estilo pausado y lineal marca toda la proyección, aunque la comicidad de la trama juega a su favor. Película divertida y emotiva pese a no alcanzar el nivel de maestría de los títulos citados anteriormente, constituye una apuesta segura que se aleja de la mediocridad generalizada de la actual cartelera.
El bonaerense Sebastián Borensztein se sitúa por tercera vez detrás de las cámaras. Debutó en la realización con La suerte está echada para, posteriormente, rodar Sin memoria, aunque su mayor éxito se lo debe a este último proyecto.

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