Determinados
personajes parecen creados para que un actor en concreto se luzca
interpretándolos. Dwayne Johnson comenzó su carrera en esos combates de lucha
libre tan populares en Estados Unidos, donde la vertiente del espectáculo prima
sobre la condición deportiva. Dio el salto al cine interpretando el papel de “El
rey escorpión”, tanto en la saga de “La momia” protagonizada por Brendan Fraser
como en su propia franquicia. A partir de ahí, se ha especializado en el género
de acción y en las comedias. Su descomunal físico y su desparpajo le avalaban
para dedicarse a aventuras desenfadadas y a trepidantes peleas convertidas en
imágenes. “Fast & Furious”, “Jumanji”, “Viaje al centro de la Tierra”, “Los
vigilantes de la playa” o “Superagente 86” reflejan este estilo de cintas que
le han llevado al triunfo.
Ahora
apuesta por la vis dramática, adaptando a la gran pantalla la vida de una
figura real (Mark Kerr), quien, como el propio intérprete, destacó asimismo
sobre el ring de la lucha libre televisada. Y, ciertamente, Johnson sorprende
con su trabajo, demostrando que está capacitado para otras labores al margen de
marcar músculo, combatir y hacerse el gracioso. Lleva a cabo una
caracterización muy creíble, incluso honesta, de una persona más derrotada que
triunfadora, en un mundo en el que todo termina por caricaturizarse hasta el
extremo de volverla invisible como ser humano.
El
problema estriba en hasta qué punto este particular universo de los combates
denominados a través de siglas incomprensibles (UFC, MMA, WWE y un largo
etcétera), genera interés en el público. Además, su director, Benny Safdie, no
siempre acierta con el enfoque que da a la historia. Este cineasta, más conocido
por su faceta interpretativa (“Oppenheimer”, “Licorice Pizza”, “Fragmentos de una
mujer”) que por su desempeño detrás de la cámara (filmó junto a su hermano Josh
“Diamantes en bruto”), firma una propuesta aceptable y logra finalmente un
resultado diferente y singular, aunque, en ciertos momentos, la película
resulte errática y presente algún problema en cuanto a su coherencia narrativa.
No obstante, le ha servido para obtener un galardón en el último Festival de
Cine de Venecia y para que su nombre ya cotice al alza.
Con un
ajustado metraje de dos horas, cabe calificar el film de diferente, incluso
sorprendente, y hábil a la hora de dosificar el drama. En mi caso, me costó
interesarme por este espectáculo que nunca he seguido. Me consta la fama de
estos productos tan artificiales en la cultura norteamericana, expresada con
familiaridad por el propio Presidente Trump, y la simpatía que despiertan
nombres como Hulk Hogan o John Cena, quienes asimismo dieron un salto (si bien,
más modesto) al cine. Sin embargo, pese a valorar algunos de sus aciertos y
percibirlos con respeto, no logré la conexión deseada.
Estrenado
con el título original “The Smashing Machine” (algo así como “La máquina
aplastadora”), alude a esa musculación que deriva casi en deformación, y
manifiesta el ocaso y las circunstancias vitales que terminan por aplastar a
quien hasta entonces aplastaba. Se aprecian destellos que remiten a otras
cintas como “El luchador”, de Darren Aranofsky, donde Mickey Rourke encarnaba a
otro combatiente inmerso en su retirada profesional y que le valió la
nominación a un Oscar que, sospecho, jamás contempló recibir. Habrá que ver qué
ocurre este año con “The Rock” cuando, en breve, se inaugure la temporada de
premios.
Acompaña a Dwayne Johnson la siempre efectiva Emily
Blunt, a cargo de una sólida filmografía que incluye, entre otras, “El diablo
viste de Prada”, “La pesca del salmón en Yemen” o “Al filo del mañana” y que, a
mi juicio, debió ser la ganadora de la estatuilla dorada gracias a su actuación
en la reciente “Oppenheimer”.