Barry Jenkins es un director muy poco convencional, con todo lo que ello supone de ventaja e inconveniente. En mi opinión, la parte positiva de la que puede presumir este joven norteamericano supera con creces a la negativa, aunque reconozco que sus películas resultan de visión compleja para la mayoría de los espectadores. En él se halla un artista, un autor, un cineasta independiente y libre que muestra una conexión clara con su obra, revistiéndola de una autenticidad incuestionable. Y esa cualidad, más allá de constituir un mérito, es un auténtico tesoro a la hora de desarrollar cualquier expresión artística. Su forma de contar las historias, tanto desde el punto de vista visual como narrativo, resulta original. Primero “Moonlight”, ganadora del Oscar a la mejor película en 2017, y ahora “El blues de Beale Street”, no se parecen en nada a ningún largometraje anterior, un logro indiscutible en estos tiempos de repetición, copia o reiteración de fórmulas de éxito.
El título que nos ocupa contiene una carga romántica muy potente que no existía en “Moonlight”. Sin embargo, en ambos se refleja un peso poético, una aureola de lirismo trascendental, que convierten sus visionados en experiencias innovadoras, enriquecedoras y preciosas, con independencia de que, en ocasiones, el sentido de los recursos bucólicos no siempre sea captado por el público en toda su plenitud. Confieso que ciertas escenas me resultaron chocantes. A ratos, incluso, no estaba seguro de haber comprendido el mensaje de Jenkins en su totalidad. Sin embargo, disfruté con su creatividad y, sobre todo, con su brillante sensibilidad, que le habilita para lanzarse a ojos cerrados y con plena confianza a una piscina sin la certeza de saber si hay o no agua.
La historia se desarrolla en el barrio neoyorkino de Harlem en la década de los setenta. Una joven pareja se ve forzada a separarse cuando él es acusado injustamente de violar a una chica. Una vez encarcelado, ella descubre que está embarazada y decide luchar a contrarreloj para demostrar la inocencia de su pareja y poder reunirse con él antes del nacimiento de su hijo.
De nuevo los conflictos raciales y el drama se alzan como protagonistas, si bien cubiertos por una amorosa capa de bondad y armonía que le convierte en uno de los largometrajes más hermosos que he visto en los últimos años. En el film se impone la belleza y, si el espectador prescinde de prejuicios y modas para dejarse llevar, disfrutará de una vivencia sorprendente y conmovedora, aunque a veces la lentitud del relato (“marca de la casa” de Jenkins) parezca frenar el impulso de la trama.
La cinta cuenta con tres nominaciones a los Oscar (mejor guion adaptado para el propio Jenkins, mejor actriz secundaria para Regina King y mejor banda sonora para Nicholas Britell). Resultó asimismo nominada al Globo de Oro a la mejor película dramática y opta también a dos premios BAFTA y a tres “Independent Spirit Awards”. Además, tanto el American Film Institute como la National Board of Review (las dos instituciones de crítica cinematográfica más importantes de Estados Unidos) la han elegido entre los diez mejores trabajos del año.
El apartado interpretativo corre a cargo de Kiki Layne -en el que es su debut en la gran pantalla- y de Stephan James -al que hemos podido ver junto a Julia Roberts en la serie de televisión “Homecoming” y en “Selma”-. En cualquier caso, quien está acaparando todos los galardones es Regina King, cuya estatuilla dorada de Hollywood en la categoría de mejor actriz secundaria parece estar garantizada. Aunque ya participó en “Ray” y “Enemigo público”, con “El blues de Beale Street” alcanza su mejor registro.
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Datos del filme
Año: 2018
Duración: 119 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Barry Jenkins
Guion: Barry Jenkins (Novela: James Baldwin)
Música: Nicholas Britell
Fotografía: James Laxton
Reparto: KiKi Layne, Stephan James, Diego Luna, Pedro Pascal, Teyonah Parris, Regina King, Colman Domingo
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