Cuando
hace más de un año se hizo pública la decisión de Steven Spielberg de rodar una
nueva versión de “West Side Story”, reconozco que no me terminé de creer la
noticia. Me resistía a admitir que este extraordinario cineasta hubiese
sucumbido a la moda de versionar grandes clásicos, máxime de una película tan
redonda y emblemática como la que nos ocupa. A este paso, llegarán también las
adaptaciones de “Lo que el viento se llevó”, “Con la muerte en los talones” o “Lawrence
de Arabia”. Y, personalmente, me niego a aceptar que este sea el cine del
futuro y, sobre todo, que los más insignes realizadores se rindan ante esta
cada vez más acusada tendencia.
Sin
embargo, lo cierto es que he disfrutado inmensamente con la actual propuesta,
habida cuenta la maestría de Spielberg con la cámara y su dominio de la recreación
visual. Atendiendo a dichas virtudes, la cinta de 2021 supera claramente a la
de 1961, narrando la conocida historia con acierto y habilidad incuestionables.
Sin embargo, no hay que olvidar que el resto de sus méritos son heredados, no
creados. Entre ellos la inmejorable música de Leonard Bernstein, las letras
adorables de Stephen Sondheim y las seductoras coreografías que encumbran el
montaje (resulta de todo punto imposible dejar de tararear sus melodías o no
llevarse de un libreto absolutamente impecable).
La
comedia musical “West Side Story” se estrenó con enorme éxito en los escenarios
neoyorkinos de Broadway y pocos años después dio el salto a la pantalla grande
con idéntico triunfo. Sus diez Oscars evidenciaron su condición de obra sin
precedentes y de musical por antonomasia, y todavía en la actualidad continúa
representándose de manera triunfal en teatros de todo el mundo.
En
esta adaptación, un notable número de sus planos suponen un calco de los de
hace más de seis décadas, la ambientación se presenta de un modo similar y el
relato, por supuesto, no varía. En ese sentido, puede considerarse un proyecto
innecesario, al existir ya previamente el firmado por Robert Wise y Jerome
Robbins. Ahora bien, ello no obsta para que una persona que haya visto reiteradamente
el largometraje original y, como es mi caso, lo siga haciendo a menudo, se deleite
con este capricho, pues la calidad de su materia prima lo hace imperecedero y
perenne.
Es
bien sabido que la trama se basa libremente en “Romeo y Julieta”, de William
Shakespeare, trasladados al Nueva York de los años cincuenta. Dos bandas
rivales de jóvenes (los Sharks, de origen puertorriqueño y los Jets, con raíces
europeas) se disputan el control de un territorio marginal. María, hermana del
jefe de la pandilla Shark, y Tony, ex miembro fundador de los Jets, se
enamoran. Ambos grupos se citan para enfrentarse, al tiempo que la pareja de
enamorados trata de impedirlo. Pero la tragedia es inevitable.
A
la espera de conocer las nominaciones a los Premios de la Academia de
Hollywood, el film se posiciona entre lo mejor de la producción cinematográfica
de los últimos doce meses. Tanto el American Film Institute como la National
Board of Review la han incluido entre los diez títulos más destacados y cuenta
con cuatro candidaturas a los Globos de Oro (incluyendo las de película en la
categoría de comedia o musical, y director). Una apuesta arriesgada de la que,
finalmente, han salido airosos.
La
actriz Rita Moreno, una de las protagonistas en 1961 y cuya actuación le
reportó la estatuilla, interviene también en esta ocasión. El resto del reparto
lo integran Ansel Elgort (“Baby Driver”, la saga “Divergente”, “Bajo la misma
estrella”), Rachel Zegler (que debuta aquí por todo lo alto), Ariana DeBose
(“Hamilton”), el también debutante David Álvarez y Mike Faist.
El
próximo trabajo de Steven Spielberg se llamará “The Fabelmans”, una especie de autobiografía
sobre su propia infancia y una vez más la anotaré entre mis citas
imprescindibles, dado que el realizador ha marcado profundamente mi vida a
través de sus múltiples facetas dentro del Séptimo Arte y es para mí un referente
indiscutible.
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