viernes, 24 de diciembre de 2021

EL CANTO DEL CISNE (Swan Song)



“El canto del cisne” es una película futurista, pero completamente alejada de los cánones tradicionales de la ciencia ficción. Su narración resulta excesivamente pausada y, pese a contar con una trama interesante, la filmación se muestra estoica y calmosa, y con un ritmo sosegado que evidencia algún vacío, como si le faltase energía. Su director y guionista, el debutante en la gran pantalla Benjamin Cleary, parece querer trascender a base de profundas preguntas filosóficas y elevar así su obra a través de una construcción escénica muy relajada y casi mística. El resultado, no obstante, deriva en errático, ya que a ratos produce más sopor que interés.

Decoraciones minimalistas, inventos digitales avanzados, silencio, limpieza, primeros planos y un compás lánguido envuelven todo el metraje. Semejante planteamiento tan intelectual, reflexivo y vanguardista termina por adormilar al espectador, en lugar de arrancarle una chispa que lo conecte con la historia. Todo se alza etéreo y demasiado artificial, y la levedad del ser sobre la que pretende llamar la atención se torna anodina. A mi juicio, este experimento requería de una superior fuerza visual, de un montaje más vigoroso y, sobre todo, de unos personajes con mayor credibilidad.

Ambientada en un futuro relativamente cercano, presenta a un amante esposo y padre al que diagnostican una enfermedad terminal incurable. Una científica le ofrece una solución alternativa que podría evitar a su familia el dolor del duelo ante el fatal desenlace: crear una réplica humana a partir de su ADN que le sustituya sin que nadie de su entorno se entere.

Se nota el esfuerzo por edificar una propuesta elegante y profunda pero, precisamente porque se nota, deja a las claras su artificialidad. Quizás en lugar de izarse sobre las cuestiones mundanas, hubiera sido preferible descender a ellas. De hecho, da la impresión de que el guion se ha extraído de un manual teórico totalmente alejado de la práctica y, sin bien la idea original es buena y las actuaciones poseen un notable nivel, su ejecución no funciona.

Entre dichas interpretaciones destaca sobremanera Mahershala Ali, quien ya ha recibido por este trabajo una nominación al Globo de Oro al mejor actor del año. Ciertamente, su actuación sobria y profunda es lo más sobresaliente de la película. Él constituye la razón por la que seguir viendo la cinta, aun cuando ya se haya producido la desconexión del público con el relato. El californiano ha cosechado en los últimos tiempos un protagonismo y una rentabilidad como pocos de sus colegas de profesión. En 2017 recibió un Oscar como secundario por la sorprendente “Moonlight” y en 2019 repitió galardón y categoría con la amable “Green Book”. Con dos Premios de la Academia de Hollywood, un Globo de Oro y un BAFTA, se ha convertido sin duda en un referente indiscutible. Cuando se hacía llamar por el impronunciable nombre de Mahershalalhashbaz Ali, intervino en títulos como “El curioso caso de Benjamin Button”. Una vez recortada su denominación, ha participado en “Cruce de caminos” o “Los juegos del hambre” y en series de renombre como “House of Cards” y “True Detective”. No creo que en esta ocasión se lleve el galardón a casa, pero continúa destacando y confirmando su talento.

Le da la réplica la actriz Glenn Close, quien despuntó en la década de los ochenta (“Reencuentro”, “El mejor”, “Atracción fatal”, “Las amistades peligrosas”) hasta convertirse en una de las figuras más reconocidas de la escena internacional. Sus ocho candidaturas a la estatuilla dorada así lo avalan. Aquí, sin embargo, se muestra fría y distante, tal y como lo requiere el tono general del film.

Completan el reparto Naomie Harris (“Moonlight”, “Skyfall”, “28 días después”) o Awkwafina (“The Farewell”, “Crazy Rich Asians”).



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