Al
terminar de ver la película “No mires arriba” me surgió la duda de si se
trataba de una alocada y cómica exageración o, por el contrario, de un
preocupante y reflejo de la actual deriva de esta sociedad tan desnortada e
imbuida por la mediocridad. Desde luego, los primeros minutos de proyección me
parecieron una mera bobada con cierta gracia, en consonancia con su condición
de comedia de tono jocoso e hilarante. Aun así, algunas escenas consiguen con
más fortuna que otras un propósito que va más allá de dicho género. Numerosas
secuencias presentan una esencia humorística simplona y, a la hora de contar la
historia, se hilvanan de una forma torpe. Pero otras aciertan de lleno con su
toque sarcástico y ofrecen un entretenimiento muy divertido. En otras palabras,
la impresión inicial la acerca a una propuesta chistosa y burda, más propia de
un “sketch” televisivo que de un largometraje con contenido.
Sin
embargo, a medida que avanza el metraje, resulta patente que los dardos
envenenados lanzados desde la pantalla dan en el blanco. Su trasfondo crítico e
hiriente sobre el declive de este mundo se torna, en ocasiones, en una certera
y realista recreación de las miserias y absurdeces de nuestro tiempo. Sin duda
toca infinidad de palos: la mezquindad de los grandes círculos de poder; la
infantilización de los medios informativos; la banalización de cualquier asunto
de tinte sexual como fórmula para ganar audiencia; la inconsistencia de la
mayoría de “estrellas” o personajes célebres acerca de lo que debería ser el
mundo cultural; la sencillez con la que se puede manipular y dirigir dócilmente
a la masa ciudadana; o la endeblez de los mensajes que se difunden como lemas
de nuestro tiempo. Y todo ello aliñado con chistes y burlas fáciles tendentes a
una exageración que tal vez no es tanta como parece.
Una
estudiante de posgrado de Astronomía y su profesor hacen un descubrimiento
asombroso: existe un cometa en la órbita del sistema solar cuya trayectoria
anuncia que colisionará con la Tierra. Inicialmente, nadie se toma en serio el
hallazgo y el asunto se relega. La Casa Blanca está más preocupada por los
escándalos sexuales del nominado por la Presidenta para formar parte del
Tribunal Supremo o por ganar las próximas elecciones. Los medio de comunicación,
a su vez, abren los informativos con la ruptura de la relación entre dos cantantes.
A nadie parece importarle que se aproxime el fin de la vida en el planeta pero,
como estrategia electoral, los asesores de la Primera Dama deciden dar
prioridad al asunto para relanzar una popularidad en caída libre. Sin embargo,
con cada paso dado para evitar el desastre, una sucesión de absurdas paradojas
parecen hacer inevitable el trágico desenlace.
El
director Adam McKay es especialista en abordar temas relevantes con un cinismo muy
acusado. La crisis financiera en “La gran apuesta” (por la que ganó un Oscar al
mejor guion adaptado) o la vida del vicepresidente Dick Cheney en “El vicio del
poder” suponen dos ejemplos de buen cine destinado a poner el dedo en la llaga.
A este cineasta le encanta plasmar escenarios descabellados para mostrar esas
miserias que pasamos por alto, como si fuera el niño del cuento “El traje nuevo
del emperador”, de Hans Christian Andersen. Él es el que grita que el rey está
desnudo cuando todos los demás se empeñan en ver su vestido nuevo y “No mires
arriba”, sin alcanzar el nivel de sus anteriores trabajos, no deja de
constituir un necesario toque de atención.
El
amplio elenco artístico reúne a grandes nombres de la interpretación, todos
ellos sobreactuados obedeciendo a ese clima de exageración al que les somete
McKay. Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Jonah Hill, Mark
Rylance, Timothée Chalamet, Ron Perlman o Cate Blanchett engalanan un reparto
de altura sobresaliente. Juntos suman ocho Oscars y cuarenta y tres
nominaciones a la estatuilla de Hollywood, por lo que referirme a sus méritos
profesionales eternizaría esta crítica. Les acompañan también otro estilo de
celebridades, como la solista Ariana Grande. Sin realizar unas destacadas
actuaciones, contribuyen en su conjunto a este festival de la insensatez cuya
conclusión es que la Humanidad quizá merezca extinguirse.
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